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martes, 21 de septiembre de 2010

A VECES LLEGAN CARTAS...

...como esta que nos ocupa.
Unas pocas líneas para caer en la cuenta de que en el piso de arriba hay un viejo que no habla con otra persona desde hace semanas, de que muy cerca de nosotros están ocurriendo cada día cosas terribles a seres humanos como tú y como yo... y que mientras tanto, y poniendo nuestra cara de gente sensata, nos entretenemos en discutir sobre vacas, toros, y animales de corral.
Quizás esto es normal. Dada nuestra naturaleza, a menudo tan miserable, preferimos mirar a lo lejos, a problemas que habitan más allá de nuestro jardín.
Qué mejor escusa que la lejanía para seguir haciendo nada.




Imagen: El Gran Forges
A TODOS LOS PERIÓDICOS

(José Ignacio González Faus)

Llevo diez años colaborando en este diario. Pensé varias veces en un
artículo como el de hoy; pero temía que no lo publicaran o me agradecieran
los servicios prestados. Y he aquí que ahora comienza el tema a romper el
cascarón de silencio en el que estaba encerrado...

El próximo 23 de septiembre se celebra el día contra la trata de seres
humanos. Con este motivo me dirijo hoy a toda la prensa escrita que, a la
hora de escribir sus editoriales, nunca deja de proclamar altos criterios éticos
(aunque suele tolerar las críticas aún menos que la santa madre iglesia).
Quisiera hacer una petición casi desesperada, para que todos los diarios
dejen de publicar anuncios de prostitución, camuflados bajo eufemismos de
encuentros, contactos y demás.

La trata de mujeres constituye una de las esclavitudes más ominosas de
nuestro tiempo. La prostituta de hoy ya no es la Manon Lescaut del s. XVIII; ni
siquiera la Sonia de Dostoyevski del XIX. Según testimonio de Iñaki Gabilondo,
en un telediario de la 4, más del 90% de las mujeres que ejercen la prostitución
en nuestro país, lo hacen a la fuerza. La mitad son auténticas esclavas, traídas
desde fuera con engaños, secuestradas, sin documentación y obligadas,
además, a pagar una supuesta deuda contraída por el pasaje a España. Otras
acabaron así por culpa del paro, o por la necesidad de enviar dinero a la familia
en Nigeria o Colombia. Su jornada “laboral” es extenuante, expuesta a mil
humillaciones de clientes que, en el fondo, se odian a sí mismos, y a contraer
el SIDA por puro capricho o comodidad del que paga. Debajo del dibujo que
insinúa unos pechos o una sonrisa laten verdaderos torrentes de lágrimas;
y más al fondo se mueven unas mafias tan crueles y poderosas como las
del narcotráfico. Podemos defender la libertad sexual, pero contribuir a una
esclavitud sexual en nombre de la libertad sexual es pura hipocresía. Y publicar
anuncios que dicen: “quince jóvenes deliciosas, precios anticrisis” degrada la
dignidad de la mujer y de quien publique ese anuncio.

Sin embargo, tanto el mundo de la progresía como el de la moralidad
antigua tienden un pudoroso velo sobre este drama. Hacemos campañas
extemporáneas contra un burka absurdo pero muy minoritario, y no movemos
un dedo para evitar que tengan que quitarse la ropa infinidad de pobres
criaturas que no son propiedad de un marido machista y celoso sino de una
mafia tiránica y avarienta. Damos horrorizados cifras de violencia de género,
pero callamos sobre esta otra violencia igualmente sexista. Dedicamos páginas
y páginas al mundial de fútbol: si le duele tal o cual músculo a alguno de
nuestros ídolos a punto para el próximo partido; pero ni una palabra sobre el
transporte obligado de mujeres a Sudáfrica para relajar a jugadores millonarios
e hinchas locos, extenuados por el esfuerzo. Por suerte, la ministra de igualdad
parece que está ¡por fin! ocupándose del tema; con mucho retraso pero más
vale tarde que nunca. Y hablo de retraso porque éste es un problema mucho
más urgente que el aborto (que a ella le parecía “ya superado”); y más urgente
que dedicar, en plena crisis económica, varios miles de euros a un estudio
sobre la estimulación sexual femenina (¿o es que lo hizo pensando entretener
a las mujeres que habrán de gastar menos durante la crisis?)...

Quede claro que no estoy hablando en general de legalizar o no la prostitución.
Ese es otro tema más amplio. Ahora se trata sólo de una parte de él que es un
auténtico terrorismo interesadamente oculto. No sé calcular cuántas pérdidas
supondría para los diarios renunciar a estos anuncios: me dicen que más de
las que sospecho. Pues estoy dispuesto a renunciar a la modesta contribución
que percibo por mis artículos, si ello puede aliviarles algo... También sé que
suprimir esos anuncios no solucionaría el problema de la trata de mujeres,
pero creo que aumentaría nuestra dignidad. Y si no, me atrevo a preguntar
a cualquier director o accionista de un periódico qué haría si uno de esos
anuncios fuese de su propia hija.

Hace poco me vi con una muchacha admirable de un instituto secular que
se dedica, entre otras cosas, a ayudar a estas mujeres. Me contó que había
venido hasta muy cerca del lugar donde estábamos citados, acompañada por
una chica de su barrio que iba a hacer la calle. “Tú vas a ver a un amigo y yo
voy a hacer de puta”, le dijo al separarse. Y al contármelo se le asomaba una
lágrima a los ojos, a pesar de tanto y tanto como lleva visto. Al despedirnos
comentamos que hubo un “líder religioso” al que ambos intentamos seguir, que
merecería el mayor aplauso y la mayor admiración aunque fuera sólo por haber
dicho simplemente: “las prostitutas irán al Reino de los cielos delante de todos
vosotros” (Mt 21,31).
Y termino con esa frase: porque añadir algo sería estropearla.

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