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miércoles, 30 de octubre de 2019

VENCEREMOS PERO NO CONVENCEREMOS



Venceremos, sí... pero no convenceremos. Venceremos porque tenemos sobrada fuerza bruta, pero no convenceremos porque convencer significa persuadir, y para persuadir necesitaremos algo más que tener razón... a estas alturas me parece inútil pedir que se piense en España.

(Unamuno y yo)







No son estos malos tiempos para tender trampas, trampas de todo tipo. No son estos que corren malos tiempos para sembrar miedo, miedo a no saber lo que nos espera mañana mismo, miedo a no saber si tendremos trabajo, si lo tendrán nuestros hijos, miedo a una vejez de enfermedad, abandono y miseria, miedo por estar cada vez más seguros de que la vida de nuestros nietos va ser infinitamente peor que la nuestra.

Son estos, buenos tiempos sin embargo para, por causa de tanto miedo, dejarse llevar por el instinto y encogerse sobre uno mismo, y así, con los dientes apretados y los ojos entrecerrados, comenzar a dar por bueno lo que antes era inaceptable y formaba indiscutiblemente parte inseparable de aquello que considerábamos simplemente malo.

Hoy son mayoría los que ven perfectamente lógico que todo un Presidente de Gobierno de España, por más que lo sea sólo en funciones, se niegue a hablar con el presidente de Cataluña porque afirma saber de antemano cuáles van a ser los términos de la conversación y el resultado de esta. Son también parte de esa mayoría los que a golpe de telediario olvidan que ese presidente Torra no es más que un apéndice de un Puigdemont, que es apéndice a su vez de un Artur Mas, y que todos ellos son los apéndices de la gran bestia de dos cabezas llamada Jordí Pujol, la misma que en vivo y en directo amenazó a todo el Estado con hacerlo caer si se le seguía importunando. Tampoco son precisamente minoría los que, apoyados en tan asombroso poder de adivinación, llegan diariamente a la conclusión de que la realidad de lo que ocurre en Cataluña es la que nos regalan los grandes medios de comunicación, de que toda información alternativa a la versión oficial no es más que propaganda de "los malos" que no dudan en trucar imágenes y retorcer palabras.

Los malos, los violentos, los fanáticos, los perfectos receptores de nuestro odio... ellos... esos a los que no asiste razón alguna y que sólo merecen lo que unas Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado tengan a bien regalarles, esos han de ser castigados. Así es más fácil enfrentarse a todo conflicto, más aún, así es como llevamos resolviéndolo todo en España desde hace siglos... o mejor dicho, casi todo... porque cuando nos cambian la Constitución durante una noche de Agosto para que los grandes Bancos cobren lo que les falta a nuestros hijos, entonces cambiamos y nos volvemos más que conciliadores y comprensivos.

Apalear a quien está obcecado y confundido, a quien ha sido engañado por nuestros-sus políticos, no va a solucionar nada ni va a hacerle ver con mayor claridad, sólo va a añadir la fuerza del martirio al torbellino de la confusión, sólo va a convocar a lo peor de nosotros mismos.

Convencer sin buscar vencidos, seducir, regresar a la seguridad de que no nos separan las fronteras sino el largo de la fusta de nuestros sátrapas. Señalar a los fantasmones que cubiertos con yelmos oxidados prometen pan y peces desde sus dorados castillos. Contarles a los cuatro vientos que la corrupción y el abuso no crecen solamente en la otra orilla del río. Demostrar que no existe España ni Cataluña si no existen con el único fin de procurar felicidad y cultura a quienes (sean de dónde sean) pisan sus piedras. Apartar pendones y banderas para hacer visible la injusticia que al contrario que nosotros, no reconoce ni límites ni barreras... y combatirla como lo que es, un mal de todos, que sin todos... vencerá (otra vez).

Miedos venden... más que venden... casi regalan... no los compren. Matan.












lunes, 7 de octubre de 2019

BIENVENIDO, JOKER...




La historia desde el principio. Sin velos ni añagazas. Con la visión del gran angular y no la de un diminuto agujero en la pared de una celda. Eso es "Joker".

Necesitamos relatos así, completos, sin zurcidos ni bodoques, y los necesitamos para ya, antes de que sea demasiado tarde, antes de que el nuestro sufra la misma grotesca amputación que todos las demás relatos, antes de que los grandes grupos de comunicación decidan (si no lo han hecho ya) que el colapso al que nos dirigimos comenzó con aquél primer loco rabioso que incendió aquella primera sucursal bancaria, aquella primera casa de apuestas, aquél primer templo a la esclavitud que hoy llamamos "oficina de trabajo temporal"...

Es muy importante que todos sepamos y hagamos saber con exactitud dónde está la casilla de salida en este juego de sociópatas que ya apunta su final, porque es necesario, porque es justo, y porque nosotros y nuestros hijos, protagonistas absolutos de la película, somos los que en mayor medida vamos a sufrir las consecuencias de lo que a falta de un giro de guión inesperado, va a reventar todas las compuertas.

Afortunadamente ha llegado "Joker" (justo a tiempo), todo un estimable, oportuno y provechoso producto comercial, pero también una magnífica parábola en la que mirarnos... una manera muy efectiva de explicarnos que Batman y cuanto representa el abnegado héroe-rico, no es una respuesta a la perversión y locura de una sociedad enferma-pobre, sino más bien la coartada perfecta de quienes moldean a martillazos nuestro magullado destino, de quienes han generado toda la perversión y la locura de esta sociedad enferma y empobrecida. Es de ver la clarividencia con que se nos explica  que el perverso ladrón que asesina sin piedad a papá y mamá Wayne no es ni mucho menos quien crea al Bruce Wayne, ese que más tarde se convertirá en el protector de Gotham... sino que ese malvado sin rostro ni apenas papel no es más que otro residuo resultante de la felíz, trabajadora, y próspera familia, y por extensión, de todo el sistema por ellos construido.

Mal momento para la crítica... son estos unos tiempos en los que no es difícil escandalizar a las personas de orden... políticos, empresarios y toda clase de animales bienpensantes se sienten señalados por "Joker", seguramente con razón, y por tanto amenazados (esa es mi ilusión). Para todos ellos, la película dirigida por Todd Phillips es claramente instigadora a la violencia, a la algarada callejera, incluso a la justificación de atentados contra toda forma de autoridad, pero sobre todo (y esto no lo cuentan) a la inquietante influencia que pueda ejercer ese Joaquin Phoenix pintarrajeado y terriblemente sonriente sobre la vida real, sobre los que siempre han sido anestesiados con una historia contada desde la mitad, justo cuando el mal sale de una alcantarilla y asesina al niño inocente.

Ahora, y gracias esta inquietante propuesta, ya son muchos más los que saben a ciencia cierta quién es "Joker", quién ha sido siempre y bajo todas sus máscaras, quienes son sus verdaderos padres, quienes y con qué intenciones le trajeron al mundo, cuáles son y cómo se fraguan los materiales que lo componen, y así, entre carcajada y sangría, pueden distinguir claramente al hombre inocente (incluso bienintencionado) que encaja resignadamente golpe tras golpe, abandono tras abandono, recorte tras recorte, miseria tras miseria, frustración tras frustración, lección tras lección... todas ellas sobre la dolorosa realidad de que sin transformarse en monstruo no hay salida, porque los monstruos no comen carne de monstruo, porque con la boca llena de sangre no es tan imposible que la vida te sonría..

Seguramente que ese "Joker" anónimo que en este mismo instante pedalea sofocado sobre un trabajo más allá de lo precario lo va a comprender todo con suma facilidad, en cuanto vea al payaso permanentemente apaleado, constantemente traicionado, y abandonado a su mala suerte se identificará con él, y a poco que conserve un pequeño pedazo de conciencia, comenzará a construir palito a palito, su primer y confortable nido allá en lo alto, donde los invisibles pueden empezar a ser visibles, donde mensajes como "Joker" resultan ciertamente incómodos y perturbadores.

Alto y claro. Lo que llega no es simplemente una crisis con sus habituales consecuencias sobre los que ya están más que acostumbrados a comerse los destrozos y el dolor provocados por las decisiones tomadas por otros más afortunados. Lo que vamos a conseguir... mejor dicho... lo que van a conseguir de tanto intentarlo, de tanto defecar sobre esta finísima capa de democracia, es una sociedad que dé por perdida toda posibilidad de resolver sus problemas por medio de lo que antes se llamó "contrato social". Si esa sociedad resignada y bienpensante comienza a sospechar que ser honesto y pacífico no sirve para nada... si esa sociedad se transforma en un mar de convencidos de que lo mejor es que cada uno solucione sus asuntos como mejor pueda... las cosas van a cambiar, van a cambiar de una manera irreversible, van a cambiar de un modo y en un grado que no podemos ni imaginar.

Ya se oyen... ya se empiezan a dejar ver las primeras disculpas de la propia industria hacia el sistema en el que vive... ya es público el comunicado de la propia Warner Bros. acerca de su nula intención de provocar en los espectadores cualquier impulso negativo contra quienes les humillan, les torturan, les expolian, les mienten, les esclavizan, les envenenan... o contra sí mismos. Suplican, mientras piden perdón, que nadie confunda de lo que se cuenta en la película con la vida real, porque lo que transforma al enfermo y bondadoso Arthur Fleck en una ensangrentada sonrisa de payaso, no existe en nuestras vidas cotidianas... añaden además sin llegar a decirlo, que nuestra existencia puede no ser perfecta, pero que hay mundos mucho peores en los que no podríamos pagar los diez euros que cuesta la entrada de su próxima gran producción.

Y con la nueva producción, otra historia que no arrancará desde el principio, sino desde la mitad, desde su mitad... otra historia que cuando se dé la extraordinaria circunstancia, hablará de nosotros, pero no comenzará en aquél punto exacto donde un español con diez hijos veía morir a nueve de miseria y enfermedad porque el cacique local le pagaba con media hogaza de pan cada jornada de doce horas de siega... no partirá del momento preciso en que ese español intentaba escapar de su infierno trabajando para sí mismo y se enfrentaba al propietario de la tierra que le imponía un alquiler de tres cuartas partes de la cosecha más la mitad de ese cuarto restante por semillas y la reparación de la herramienta. Ese y no otro, es el primer capítulo de la historia que llaman Guerra Civil Española... por más que nos la cuenten como se cuenta ahora... comenzando cuando el baño de sangre y furia les iguala a todos, cuando la refriega y el humo de la batalla hacen de todos los rostros uno sólo, convirtiendo lo que es pura lucha de supervivencia entre víctimas y victimarios en otro cuadro de Goya, en otro falso duelo a garrotazos, en una mentira infinita mal llamada "guerra entre hermanos".

Bienvenido sea "Joker"... porque llega en el momento preciso... porque este nuevo Joker ya no es un ingenioso absurdo sin principios, porque no es solamente la oscura antítesis necesaria de todo campeón de la razón y el orden... este nuevo Joker es mucho más sencillo... es el resultado final de un mundo sin nada a lo que agarrarse para seguir cuerdo, un mundo que no contento con resquebrajarse, se empeña en caer a pedazos, pedazos de bordes muy afilados, que como todo lo afilado no tiene más remedio ni destino que hacer manar sangre.

Es casi un improbable... pero que no pase. Que Joker no se haga carne... si no se ha hecho ya. Que no sea este invierno en el que llueva el convencimiento de que mejor terminar con todo en una selva sin cercas que seguir durmiendo mojado en un callejón... porque si eso llega a ocurrir, si el residuo humano se acumula y el "nada que perder" se hace ley...

La historia de la catástrofe, la nuestra, la de Joker, todas y cada una... comienza, no cuando comienza el desastre, sino cuando todo está en calma y nada pasa... ese es el principio.









jueves, 27 de junio de 2019

CALLE, CALLE, CALLE...



Y tras tantas batallas con sus correspondientes columnas de humo, tras sucesivos triunfos y derrotas, tras ver cómo se pierde lo que juraríamos haber conquistado para siempre... fin de ciclo, eso parece... pero sólo para volver a comenzar exactamente por donde lo dejamos.

Para comprender el bucle en el que habitamos no es necesario retroceder demasiado en el tiempo. Si nos atenemos a los cambios producidos años después tras aquél 15 de mayo de 2011 y a los miles de manifestaciones que trajo consigo, podríamos decir que las protestas en las calles, las innumerables movilizaciones a lo largo y ancho de todo el mapa... no sirvieron para gran cosa.

Todavía recuerdo las conversaciones repetidas mil veces durante el camino de vuelta a casa tras cualquiera de aquellas largas caminatas, el desaliento con que se decía que aquello era inútil, que al día siguiente nada iba a cambiar, que tanto grito y tanta gente eran poca cosa ante las imponentes fachadas de piedra de los ministerios de la corrupción y la indecencia, que en vista de lo visto, había que pensarse si se volvería a la próxima... pero se volvía. Y se volvía como si en el anterior intento se hubiera conseguido algo importante, algo trascendente que había que defender con uñas y dientes de los que todavía insistían en la lucha contra el asiento hundido de su sofá.

Entre aquellos recuerdos, no todos agradables, uno muy reconfortante, el de sentirse realmente parte integrante de algo mucho más grande que uno mismo (eso reconforta al más cetrino)... la sensación más o menos clara de que sirviera o no sirviera para algo tanto dolor de pies, se hacía lo correcto, se avanzaba (aún con paso de tortuga) hacia alguna parte.

Pasó un tiempo, y cuando desde la política más trasnochada del PPOE más se reprochaba aquella "antidemocrática" forma de pedir verdadera política y más democracia, cuando otra vez, tras haber albergado multitudes parecía que las calles volvían a quedar vacías, el mensaje comenzó a quedar allí, anclado a las farolas, esperando la siguiente manifestación, rebotando contra los edificios, resonando en las conciencias... hasta que un día, el menos pensado, todo aquello que aparentemente no tenía cuerpo, lo encontró... y la indignación tomó forma de partido, y los votos al PPOE comenzaron a bajar hasta quedar en la mitad, y los ayuntamientos más importantes comenzaron a ser conquistados por primera vez por quienes no llevaban treinta años comiendo del pastel. Parecía que los millones de personas indignadas que llenaban las plazas habían conseguido algo al fin, que su mensaje ya era alto y claro, imposible de ignorar... y tanto fue así que fue atendido, y no de cualquier manera, sino con especial atención.

"Si no os gustan estos partidos... tenemos otros" nos dijeron (y aún nos dicen)... y como siempre, y sobre todo con las cosas que hacen daño... cumplieron su palabra. Nuevos partidos, para todos, sea cual sea el pie con que se cojea, de izquierda, derecha o centro, cada uno con su madeja... una madeja enorme con hilo de sobra en el que enredar al más pintado, al más honesto, al más villano... incluso al más desmadejado. Y lo compramos, o al menos aceptamos el regalo. Y así ahora tenemos otras opciones, otras maneras de que sea imposible librar al país de la siniestra mano negra de la Iglesia, otras maneras de impedir que avance la desigualdad, otras maneras de cortar toda forma de participación democrática que no sea votar cada cuatro años a una lista escrita por otros, otras maneras de pervertir la justicia, otras maneras de destruir la educación y la sanidad pública, otras maneras de mantener a los partidos políticos en su función de sátrapas al servicio de los amos y nunca en su función de servidores del pueblo... y en la cima de lo perverso, otras maneras de que, a través de pactos secretos y miserables, la voluntad de los pacientes votantes se parezca cada vez menos a los resultados electorales.

No ha estado mal el viaje, ha sido rápido, ha sido entretenido... aunque un poco caro... mejor dicho... extremadamente caro.

El billete ha costado casi diez años e incontables festivales de dolor en los barrios de los de siempre, en las calles de los de siempre, en las casas de los de siempre y en las espaldas de los de siempre. Se ha pagado con un regreso a las calles vacías, a las palabras vacías, a las frases vacías, a las propuestas vacías, a las cabezas vacías... y a los sillones llenos de diputados por Burgos que nunca han estado en Burgos, a los calabozos llenos de tuiteros, a los ayuntamientos llenos de fascistas, a las comisarías llenas de nostálgicos franquistas, a la izquierda en su versión más plena de ídolos de barro y estrategias cainitas, a los programas electorales llenos de viento y llenos de mentiras... a todo lo que creímos muerto y enterrado y que ahora sale de sus tumbas mano alzada, pecho duro, mirada al frente, como si estrenara la vida.

Feo paisaje el que se divisa, pero por muy feo que parezca... en realidad es peor.

Es peor porque ante este escenario "democrático" que nunca dejó de ser una amable mentira, se abre un abismo, y no otro suelo sobre el que seguir bailando al son del día a día. Bueno habría sido salir de este esperpento y comenzar otra obra de mejor guión y mayor altura, no habría sido mala cosa recomponer el entarimado y repartir de nuevo papeles de acuerdo a los nuevos tiempos, volver a poner a la venta los viejos éxitos del pasado y construir sobre ellos algo un poco más verdadero, algo un poco más soportable, unos discursos un poco más creíbles y unos rostros un poco más humanos.

Pero no.

Lo que hoy tenemos es la peor versión conocida del desencanto, un enorme sumidero por el que más pronto que tarde pasarán todas la esperanzas y serán tragados sin remisión esos pocos héroes que aún ahora mismo combaten en las catacumbas de sus partidos y se debaten entre seguir luchando por reconducir lo irreconducible o salir corriendo.

Lo que vamos a tener es mucho peor. Lo que vamos a conseguir... mejor dicho... lo que van a conseguir de tanto intentarlo, de tanto defecar sobre esta finísima capa de democracia es una sociedad que dé por perdida toda posibilidad de que sus problemas se puedan resolver por medio de lo que antes se llamó "contrato social"... y si esa sociedad buenista y bienpensante comienza a sospechar que no hay nadie al volante y cunde el pánico... y si esa sociedad se transforma en un mar de casi convencidos de que lo mejor es que cada uno solucione sus asuntos como mejor pueda... y si ese "casi" desaparece y se convierte en un "completamente"... las cosas van a cambiar, van a cambiar de una manera irreversible, van a cambiar de un modo y en un grado que no podemos ni imaginar.

Cuando María y Manuel, madre y padre de tres hijas, estén completamente seguros de que la salud o la universidad de las niñas ya no depende de que gobierne este o aquél partido y de que toda posibilidad de cambio en su vida consiste en ir de mal a peor y de peor a la miseria... Manuel y María, contra todo lo que pudieron pensar un buen día, llegarán a ciertas conclusiones. Tal vez una de ellas sea que en vista de que sus dos sueldos no llegan, necesiten buscarse la vida en casa ajena de algún barrio rico... tal vez otra sea la posibilidad de preguntar a su cuñado por uno de esos "trabajos especiales" de apenas una noche y un viaje con furgoneta... tal vez ese trapicheo del que le ha hablado un colega.

Es entonces, al evaporarse el entarimado que se pisa sin que nadie instale otro siquiera parecido... al quedar sólo un gran vacío... cuando surgen los monstruos... los verdaderos... los que una vez que aparecen cuesta ríos de años, sangre y dolor devolver a sus tinieblas.

Que me equivoque... que no sea...

Tras el golpe necesitamos sacudir la cabeza, limpiar las lágrimas y aclarar la vista para caer en la cuenta de que la política, incluso la buena política, no es más que el escenario sobre el que representar nuestro papel de pricipalísimo protagonista y no este triste empleo de figurante sin derecho a bocadillo. Tenemos que ser responsables de nuestras decisiones y tomar el centro del circo, y sin apuntadores salvapatrias que nos dicten el guión, aprender a hablar por nosotros mismos. Debemos renegar de líderes indiscutidos e irreemplazables. Hemos de aprender a sentirnos más indignados con nuestros votados que con sus opositores cuando se incumple lo firmado, porque es con ellos con quienes suscribimos el sagrado contrato del voto y es a su ventana donde primero hemos de acudir a reclamar lo prometido.

Necesitamos aquellas calles, aquellos locos, aquellos frikis, aquellas misas negras frente a lo irremediable... necesitamos plazas repletas de descontento y de fe en lo imposible... muchachadas libres de todo prejuicio y de todo liderazgo... nuevos métodos, nuevas formas de protesta y autodefensa, estrategias más acordes con los tiempos, algo que el sistema no asuma con tanta naturalidad... algo, que si no muerto, deje al menos dolorido al estado del malestar... no dejarnos la vida con la obsesión de saber lo qué se quiere ni de estar en lo cierto... pero por encima de todo, debemos perder el miedo a equivocarnos más, y no por simple cabezonería... sino porque esa es la única manera de equivocarnos mejor... que es casi como acertar.

Al fin y al cabo, para eso hemos venido al mundo, para fallar, para descabalar, para fracasar, para encontrar la manera 1001 de como no se deben hacer las cosas... y así un día cualquiera, al tropezar con la raíz, darnos de bruces con la solución.

Por eso mismo, porque aquella protesta fue un fracaso, es por lo que necesitamos más protestas fracasadas... por eso mismo, porque aquellas movilizaciones masivas no han servido para nada, es por lo que necesitamos movilizarnos masivamente cada mañana... errando y errando... y hasta dar en el clavo.

Y que dure mucho nuestra torpeza... que no acertemos en el centro de la diana demasiado pronto, porque mientras templamos el pulso, mientras caemos y nos levantamos, mientras buscamos, mientras recogemos los pedazos, y mientras creemos que algo es casi imposible, es cuando más somos nosotros mismos... es cuando somos mejores.







Calle, calle, calle...


martes, 25 de junio de 2019

OLVIDAR ES MORIR



Está escrito y demostrado que el futuro no existe, que no lo puedes ver porque aún no ha llegado... que el presente tampoco existe porque mientras lo nombras se escapa y deja de ser presente... que así pues, sólo existe el pasado, eso que sí podemos ver y tocar y deja rastro... algo tan firme y real, que no se conoce material más sólido sobre lo que edificar.

Imaginemos que un gran borrador de memorias pasara sobre nuestras cabezas mientras caminamos por la calle. De repente, el dar un solo paso ya no tendría el menor sentido, nadie recordaría para qué se levantó esa mañana de la cama, para qué salió de casa, ni siquiera cómo volver... seguiríamos respirando, tal vez.

Somos lo que recordamos, más exactamente, somos la impronta que marcan nuestros recuerdos, y no tanto el resultado de las experiencias que construyeron esos recuerdos. Así pues, sin ellos no somos nada, somos páginas sueltas en blanco a merced del viento y del primer desalmado que las reescriba, somos desconocidos perfectos que no saben a dónde van ni de dónde vienen, muertos en vida que no reconocen ningún rostro, que no tienen otra que permanecer muy quietos y esperar morir, seres muy cerca de ser cosas y sin lo suficiente para diferenciarse de lo inerte.

Imaginemos ahora que en lugar de limitarse a unos pocos, el tratamiento de borrado se hiciera sobre a una sociedad entera, esta quedaría exactamente en la misma situación, tan muerta como el individuo sin memoria, tan mutilada como él, igual de desorientada, igual de incapaz de saber de dónde procede, hacia dónde quiere dirigirse y para qué.

Para una sociedad, perder la memoria es más morir que la muerte misma, es el vaciado completo de eso que nos distingue de un motor de combustión, es convertir lo que fue humano en un montón de vísceras unidas entre sí por la fuerza de la costumbre... pero sin el menor sentido.

¿Qué es la memoria después de todo, sino la manera más real de decir "estoy vivo"?

Hoy nos dicen que muramos, que la mejor manera de cerrar heridas es morir, o lo que es lo mismo, olvidar... que reabrir viejas fosas en vertederos y desguaces no nos va a hacer más libres, más dueños y conscientes de nosotros mismos, que los huesos de quienes allí descansan no son los nuestros, que son de nadie, de nadie que merezca la pena recordar.

Hoy nos recogen entre sus cálidos brazos y nos regalan una ley de memoria para que podamos recordar, y así comprendamos mejor lo mucho que muy pronto vamos a necesitar otra ley para respirar, otra para amar, otra para no odiar, otra para pensar, otra para dormir, otra para despertar, otra para dar las gracias y otra para parar.

Hoy desfilan de nuevo entre nosotros aquellos que inocentemente creímos dormidos, pero que están despiertos, despiertos y recogiendo a dos manos la cosecha de ignorancia y complacencia que han sembrado durante tantos años a la sombra de nuestra tolerancia, de nuestros buenos modos, de nuestro volver la cara.





Hoy los hijos de aquellos golpean las puertas, y no golpean como el que llama, golpean para derribarlas. Pero ni así les reconocemos, ni con todas sus garras, y no porque nos falte valor ni seso, sino porque hemos olvidado quienes son y cuales son sus nidos, sus ramas, sus armas.

Ojalá fuera cierto... ojalá olvidarlo todo fuera el mágico ensalmo que detuviera las bombas que siguen cayendo cada día sobre los mismos inocentes y los mismos lugares, ojalá olvidando la vida de tantos se volviera digna y ya no hubiera en España ese niño de cada cuatro que no cena nunca, o ese otro de cada tres que no tiene un segundo par de zapatos... ojalá olvidando desapareciera esta justicia envilecida, esta monarquía parásita, esta necrófila dictadura de partidos cuajada de sociópatas electos... ojalá terminara de una vez este homenaje sin fin a todo lo inútil y lo abyecto... ojalá todo el sufrimiento y la injusticia de los últimos ochenta años sirviera para algo y no sólo se acabara la guerra, sino que dejase de celebrarse la victoria.

Hoy nos juran y perjuran que lo mejor es olvidar, que es tanto como decirnos que lo mejor es morir.

Tal y como aquellos oscuros legionarios de Millán Astraid le gritaban a Unamuno... tal y como hoy mismo le siguen gritando: "¡Viva la muerte!".

Tal y como él les respondía, preguntando con el alma encogida: "¿Muera la vida?"