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sábado, 20 de junio de 2015

EL DÍA QUE MURIÓ MANUELA CARMENA



Bajaba yo por la sombra de la calle Alcalá, tan contento... pero no tan confiado. Algo se decía de otro Tamayazo, algo se barruntaba sobre la penúltima e inimaginable añagaza de la más grande de España, la Condesa, Esperanza...

No ayudó a contener tan funesto presentimiento el encontrarme en cada paso de peatones con una cerrada fila de agentes antidisturbios, una barrera de hombres oscuros que mirándote sin verte, apenas dejaban entre sus hormonados corpachones el espacio suficiente para pasar de lado.

"Creo que pintan bastos... otra vez" pensé mientras llegaba.

Furgones y más furgones de policía rodeaban el ayuntamiento... era Cibeles, la plaza más protegida contra los más desprotegidos que la reciente historia de España conoció... era la penúltima advertencia de que, aún desinfectando la casa, el moho nunca duerme.

Y en eso que pasaba la mañana... y alguien juraba que otro alguien de Ahora Madrid no había llegado a tiempo de votar... y la negra sombra de viejas trampas sobrevoló nuestro buen rollo... y todas las risas se hicieron murmullo... y cuando más murmullo había, otros de algo más allá comenzaron a aplaudir... y Manuela Carmena era ya la nueva alcaldesa de Madrid.

Hubo abrazos, y palmas con  cantos, y besos, y ganas locas de celebrar por todo lo alto que tras un cuarto de siglo interminable... corría por fin el aire. Por mi parte, y tan feliz como el que más, me llevé lo que había ido a buscar... esa imagen de nuestros engominados sociópatas municipales saliendo al trote por la puerta lateral, cargados con sus cosas de robar, su carrito, su plantita, sus cajitas de cartón, sus carpetas de colores y su última sonrisa de piedra para los que tras la valla les mentaban a todos los muertos.

Lo más importante, lo trascendente, lo que me ha obligado a sentarme para escribir estas líneas vino poco después... perdido entre la maraña de fotógrafos, apareció como de la nada, un resplandeciente y socialista Antonio Miguel Carmona, librándose de formalidades y lanzado sobre la multitud para regalar apretones de manos, abrazos y fotos... muchas fotos... y en todas con los brazos en alto, saludando a los dioses que desde el cielo le señalaban con el dedo de rascarse el culo. Carmona el socialista no estuvo solo mucho tiempo, no demasiado, unos minutos después llegó la compañía... era Alberto Garzón, que aunque algo más comedido en sus pingoletas electorales, tampoco se privó del correspondiente baño de estrechamanos y adoraciones varias... era la fiesta de la democracia en su parte más cañera e improvisada... la de siempre... la que nos ha traído hasta aquí... la que convierte al gestor en líder, y al líder en estrella del rock.

Algo más tarde, prudentemente alejada de aquello, de la multitud, de las fotos de palo, los abrazos y bien pegada a la pared, enfilaba Manuela Carmena su camino calle arriba... le comía los primeros pasos a la que probablemente será la cuesta más empinada de su vida.

La que va a morir no saludó... la que va a ser descuartizada por bestias propias y ajenas se permitió el lujo de renunciar al juego sagrado que tanto daño nos ha hecho... a la ceremonia de la eterna confusión donde lo importante es dar a los más fieles unas pocas gotas de lo que más quieren... y no de lo que más necesitan.

Será por vieja... será por roja... será por facha... será por blanda... será por dura... será por baja, por alta, por gorda o por flaca...

Que alguien lo escriba en los muros con letras de diez metros... que en este pobre y desvencijado imperio de andar por casa, esa forma de gobernar y pensar  está penada con la muerte, y hasta con dejar de respirar... que esta vez el pelotón no estará formado por los de siempre... que habrá de todo un poco... que los cargos son infinitos... que el juicio ha terminado antes de empezar...  y que la sentencia de Manuela ya está firmada.

Subía yo por la sombra de la calle Alcalá, tan triste... o no tanto.






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