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jueves, 27 de junio de 2019

CALLE, CALLE, CALLE...



Y tras tantas batallas con sus correspondientes columnas de humo, tras sucesivos triunfos y derrotas, tras ver cómo se pierde lo que juraríamos haber conquistado para siempre... fin de ciclo, eso parece... pero sólo para volver a comenzar exactamente por donde lo dejamos.

Para comprender el bucle en el que habitamos no es necesario retroceder demasiado en el tiempo. Si nos atenemos a los cambios producidos años después tras aquél 15 de mayo de 2011 y a los miles de manifestaciones que trajo consigo, podríamos decir que las protestas en las calles, las innumerables movilizaciones a lo largo y ancho de todo el mapa... no sirvieron para gran cosa.

Todavía recuerdo las conversaciones repetidas mil veces durante el camino de vuelta a casa tras cualquiera de aquellas largas caminatas, el desaliento con que se decía que aquello era inútil, que al día siguiente nada iba a cambiar, que tanto grito y tanta gente eran poca cosa ante las imponentes fachadas de piedra de los ministerios de la corrupción y la indecencia, que en vista de lo visto, había que pensarse si se volvería a la próxima... pero se volvía. Y se volvía como si en el anterior intento se hubiera conseguido algo importante, algo trascendente que había que defender con uñas y dientes de los que todavía insistían en la lucha contra el asiento hundido de su sofá.

Entre aquellos recuerdos, no todos agradables, uno muy reconfortante, el de sentirse realmente parte integrante de algo mucho más grande que uno mismo (eso reconforta al más cetrino)... la sensación más o menos clara de que sirviera o no sirviera para algo tanto dolor de pies, se hacía lo correcto, se avanzaba (aún con paso de tortuga) hacia alguna parte.

Pasó un tiempo, y cuando desde la política más trasnochada del PPOE más se reprochaba aquella "antidemocrática" forma de pedir verdadera política y más democracia, cuando otra vez, tras haber albergado multitudes parecía que las calles volvían a quedar vacías, el mensaje comenzó a quedar allí, anclado a las farolas, esperando la siguiente manifestación, rebotando contra los edificios, resonando en las conciencias... hasta que un día, el menos pensado, todo aquello que aparentemente no tenía cuerpo, lo encontró... y la indignación tomó forma de partido, y los votos al PPOE comenzaron a bajar hasta quedar en la mitad, y los ayuntamientos más importantes comenzaron a ser conquistados por primera vez por quienes no llevaban treinta años comiendo del pastel. Parecía que los millones de personas indignadas que llenaban las plazas habían conseguido algo al fin, que su mensaje ya era alto y claro, imposible de ignorar... y tanto fue así que fue atendido, y no de cualquier manera, sino con especial atención.

"Si no os gustan estos partidos... tenemos otros" nos dijeron (y aún nos dicen)... y como siempre, y sobre todo con las cosas que hacen daño... cumplieron su palabra. Nuevos partidos, para todos, sea cual sea el pie con que se cojea, de izquierda, derecha o centro, cada uno con su madeja... una madeja enorme con hilo de sobra en el que enredar al más pintado, al más honesto, al más villano... incluso al más desmadejado. Y lo compramos, o al menos aceptamos el regalo. Y así ahora tenemos otras opciones, otras maneras de que sea imposible librar al país de la siniestra mano negra de la Iglesia, otras maneras de impedir que avance la desigualdad, otras maneras de cortar toda forma de participación democrática que no sea votar cada cuatro años a una lista escrita por otros, otras maneras de pervertir la justicia, otras maneras de destruir la educación y la sanidad pública, otras maneras de mantener a los partidos políticos en su función de sátrapas al servicio de los amos y nunca en su función de servidores del pueblo... y en la cima de lo perverso, otras maneras de que, a través de pactos secretos y miserables, la voluntad de los pacientes votantes se parezca cada vez menos a los resultados electorales.

No ha estado mal el viaje, ha sido rápido, ha sido entretenido... aunque un poco caro... mejor dicho... extremadamente caro.

El billete ha costado casi diez años e incontables festivales de dolor en los barrios de los de siempre, en las calles de los de siempre, en las casas de los de siempre y en las espaldas de los de siempre. Se ha pagado con un regreso a las calles vacías, a las palabras vacías, a las frases vacías, a las propuestas vacías, a las cabezas vacías... y a los sillones llenos de diputados por Burgos que nunca han estado en Burgos, a los calabozos llenos de tuiteros, a los ayuntamientos llenos de fascistas, a las comisarías llenas de nostálgicos franquistas, a la izquierda en su versión más plena de ídolos de barro y estrategias cainitas, a los programas electorales llenos de viento y llenos de mentiras... a todo lo que creímos muerto y enterrado y que ahora sale de sus tumbas mano alzada, pecho duro, mirada al frente, como si estrenara la vida.

Feo paisaje el que se divisa, pero por muy feo que parezca... en realidad es peor.

Es peor porque ante este escenario "democrático" que nunca dejó de ser una amable mentira, se abre un abismo, y no otro suelo sobre el que seguir bailando al son del día a día. Bueno habría sido salir de este esperpento y comenzar otra obra de mejor guión y mayor altura, no habría sido mala cosa recomponer el entarimado y repartir de nuevo papeles de acuerdo a los nuevos tiempos, volver a poner a la venta los viejos éxitos del pasado y construir sobre ellos algo un poco más verdadero, algo un poco más soportable, unos discursos un poco más creíbles y unos rostros un poco más humanos.

Pero no.

Lo que hoy tenemos es la peor versión conocida del desencanto, un enorme sumidero por el que más pronto que tarde pasarán todas la esperanzas y serán tragados sin remisión esos pocos héroes que aún ahora mismo combaten en las catacumbas de sus partidos y se debaten entre seguir luchando por reconducir lo irreconducible o salir corriendo.

Lo que vamos a tener es mucho peor. Lo que vamos a conseguir... mejor dicho... lo que van a conseguir de tanto intentarlo, de tanto defecar sobre esta finísima capa de democracia es una sociedad que dé por perdida toda posibilidad de que sus problemas se puedan resolver por medio de lo que antes se llamó "contrato social"... y si esa sociedad buenista y bienpensante comienza a sospechar que no hay nadie al volante y cunde el pánico... y si esa sociedad se transforma en un mar de casi convencidos de que lo mejor es que cada uno solucione sus asuntos como mejor pueda... y si ese "casi" desaparece y se convierte en un "completamente"... las cosas van a cambiar, van a cambiar de una manera irreversible, van a cambiar de un modo y en un grado que no podemos ni imaginar.

Cuando María y Manuel, madre y padre de tres hijas, estén completamente seguros de que la salud o la universidad de las niñas ya no depende de que gobierne este o aquél partido y de que toda posibilidad de cambio en su vida consiste en ir de mal a peor y de peor a la miseria... Manuel y María, contra todo lo que pudieron pensar un buen día, llegarán a ciertas conclusiones. Tal vez una de ellas sea que en vista de que sus dos sueldos no llegan, necesiten buscarse la vida en casa ajena de algún barrio rico... tal vez otra sea la posibilidad de preguntar a su cuñado por uno de esos "trabajos especiales" de apenas una noche y un viaje con furgoneta... tal vez ese trapicheo del que le ha hablado un colega.

Es entonces, al evaporarse el entarimado que se pisa sin que nadie instale otro siquiera parecido... al quedar sólo un gran vacío... cuando surgen los monstruos... los verdaderos... los que una vez que aparecen cuesta ríos de años, sangre y dolor devolver a sus tinieblas.

Que me equivoque... que no sea...

Tras el golpe necesitamos sacudir la cabeza, limpiar las lágrimas y aclarar la vista para caer en la cuenta de que la política, incluso la buena política, no es más que el escenario sobre el que representar nuestro papel de pricipalísimo protagonista y no este triste empleo de figurante sin derecho a bocadillo. Tenemos que ser responsables de nuestras decisiones y tomar el centro del circo, y sin apuntadores salvapatrias que nos dicten el guión, aprender a hablar por nosotros mismos. Debemos renegar de líderes indiscutidos e irreemplazables. Hemos de aprender a sentirnos más indignados con nuestros votados que con sus opositores cuando se incumple lo firmado, porque es con ellos con quienes suscribimos el sagrado contrato del voto y es a su ventana donde primero hemos de acudir a reclamar lo prometido.

Necesitamos aquellas calles, aquellos locos, aquellos frikis, aquellas misas negras frente a lo irremediable... necesitamos plazas repletas de descontento y de fe en lo imposible... muchachadas libres de todo prejuicio y de todo liderazgo... nuevos métodos, nuevas formas de protesta y autodefensa, estrategias más acordes con los tiempos, algo que el sistema no asuma con tanta naturalidad... algo, que si no muerto, deje al menos dolorido al estado del malestar... no dejarnos la vida con la obsesión de saber lo qué se quiere ni de estar en lo cierto... pero por encima de todo, debemos perder el miedo a equivocarnos más, y no por simple cabezonería... sino porque esa es la única manera de equivocarnos mejor... que es casi como acertar.

Al fin y al cabo, para eso hemos venido al mundo, para fallar, para descabalar, para fracasar, para encontrar la manera 1001 de como no se deben hacer las cosas... y así un día cualquiera, al tropezar con la raíz, darnos de bruces con la solución.

Por eso mismo, porque aquella protesta fue un fracaso, es por lo que necesitamos más protestas fracasadas... por eso mismo, porque aquellas movilizaciones masivas no han servido para nada, es por lo que necesitamos movilizarnos masivamente cada mañana... errando y errando... y hasta dar en el clavo.

Y que dure mucho nuestra torpeza... que no acertemos en el centro de la diana demasiado pronto, porque mientras templamos el pulso, mientras caemos y nos levantamos, mientras buscamos, mientras recogemos los pedazos, y mientras creemos que algo es casi imposible, es cuando más somos nosotros mismos... es cuando somos mejores.







Calle, calle, calle...


2 comentarios:

  1. Parafraseando al indio, la victoria no es el final del camino, la victoria es el camino... Pero Pelayo, una movilización permanente no es vida, es el puñetero telar de Penélope, me parece del todo humano que la gente se asiente...

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  2. Es la única manera exceptuando los cañones (que tendríamos que comprarles a ellos). Ante su constante movilización... nuestra movilización permanente... que ya me gustaría a mí también que la vida fuera otra... pero es la que es... y si no se asume... será incluso peor de la que ya es.

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