Translate

jueves, 1 de julio de 2010

LA VIDA EN UN SEGUNDO

Abro el armario de par en par, con tanta fuerza, que las puertas golpean contra la pared y vuelven a quedar entornadas. Resoplo furioso, intento contenerme por última vez.
Doy vueltas y más vueltas por la habitación, con los brazos en jarras, hasta recuperar cierto sosiego. Saco la primera maleta que encuentro, y la lanzo sobre la cama. En su interior voy amontonando cosas, sin orden ni concierto, sin pensar en lo que hago. Es la mejor manera de no echarme atrás. Un par de calzoncillos, mi trofeo de campeón de bolos, la maquinilla de afeitar, el reloj de bolsillo de mi padre, varias camisas, un libro, unos calcetines, un cinturón, unos prismáticos, una linterna de camping, una caja de música, un rollo de cinta para empaquetar, mi viejo álbum de fotos... en ese momento me quedo pensativo, mirando fijamente todo aquello, un montón de objetos que no significan nada. Sé entonces que por más cosas que guarde en la maleta, tarde o temprano tendré que enfrentarme a lo que más me asusta, al hecho de abandonar esta maldita casa para siempre.
Cierro esa parte de mi vida y mi maleta con la misma decisión. Abro la puerta del dormitorio y salgo al pasillo sin molestarme en cerrarla, bajo las escaleras de tres en tres, cojo el abrigo del perchero; con especial cuidado, me limpio las suelas de los zapatos sobre el felpudo al salir, y no me privo de sellarlo todo con el estampido de un sonoro portazo.
Elijo el nuevo descapotable recién comprado, necesito que el aire fresco me despeje la cabeza, respirar la libertad que durante años se me ha negado, mirar en todas direcciones y no toparme con límites, cuanto menos, con la mirada cruel e implacable de la arpía que hasta este momento he tenido por esposa. Su poder ya no existe, al menos, ya no sobre mí. Estoy seguro de que una vez lejos, ella no perderá el tiempo en seguirme el rastro, su instinto la llevará a la caza de otro hombre al que torturar. Un infeliz que deslumbrado por una vida llena de lujo, terminará por caer en su trampa siniestra, otra pobre víctima a la que nadie creerá cuando confiese que vive con una bruja.
Al principio todo irá bien. Ella es capaz de confundir la mente de cualquiera con alguno de sus poderosos hechizos, le hará creerse el hombre más afortunado del mundo al tenerla a su lado. Poco a poco todo cambiará.
Un día, el menos pensado, él despertará sólo en la cama, sin la sensación de haber soñado, con el vago recuerdo de haberla visto salir por la ventana subida en su escoba en busca de buenas personas a las que hacer desdichadas.
Algo después, una noche cualquiera, ella le llamará desde el otro lado de la ventana, tal y como es, flotando en el aire, riendo a carcajadas, revelando su verdadero y repugnante rostro, señalándole con el dedo para cubrirle de serpientes, o envolverle en ortigas, o el demonio sabe que otra cosa horrible.
A la mañana siguiente, volverá a ser la elegante y seductora mujer de la que se enamoró, y con ella volverán el lujo y la vida fácil, y él querrá creer que todo fue un mal sueño, y tras otra noche en el infierno, dudará de qué parte de su vida es real y cuál pesadilla, y entonces se volverá loco, loco de amor y miedo.
No hay tiempo que perder, dejo la maleta en el asiento trasero, y me siento al volante. Giro la llave de contacto y suspiro aliviado. Un mal presentimiento me había llevado a imaginarme a mí mismo intentando poner en marcha un motor que jamás arrancaría, mirando espantado por el espejo retrovisor para descubrirla plantada en medio de la entrada al garaje, con las manos alzadas y los ojos en llamas, presta a lanzarme uno de sus peores conjuros.
Borro ese pensamiento de mi cabeza, piso el acelerador a fondo, y dejando sendas marcas negras tras de sí, el coche enfila la rampa de salida.
Nada malo ha ocurrido y nada malo va a ocurrir. Quiero reprocharme tanta cobardía, pero la alegría me lo impide. Ahora sí que puedo gritarlo a los cuatro vientos. ¡Soy libre! Y al celebrarlo, acelero un poco más para dar un pequeño salto en el cambio de rasante. La breve sensación de vacío en el estómago me resulta verdaderamente estimulante, y quiero más.
Ansioso por llegar a la autopista, decido ir un poco más deprisa, no va a pasar nada, a estas horas no hay nunca tráfico, el asfalto es firme y seco, las altas prestaciones de un deportivo como este harán el resto. La carretera ante mí y sólo para mí, una curva tras otra, a derechas, a izquierdas, en todas apuro la potencia del motor, pero en ninguna tanto como en la última.
Entonces sucede lo inevitable. Pierdo el control, y tras un breve forcejeo contra el volante, el coche se sale de la carretera, rebasa la franja de grava del arcén, y atravesando un alto pastizal, va a empotrarse contra una valla de piedra.
Todos los sofisticados sistemas de seguridad del coche funcionan a la perfección, la única pieza que falla soy yo mismo al olvidar ponerme el cinturón de seguridad. Un error fatal que pago al salir despedido por encima del parabrisas, muchos metros más allá del coche, a años luz del reino de los vivos.




Lo siguiente fue aquél lugar sin tiempo ni espacio, donde nada anterior a ese mismo instante importaba ya, allí fue donde distinguió la primera de aquellas brumosas imágenes que le rodeaban por todas partes.
Se vio a sí mismo siendo niño, vestido con su primer uniforme de colegio, subido en un pequeño carro tirado por un perro, contra los parterres de la Plaza de Oriente... Espacio en blanco... Su rostro lloroso en medio de otros sonrientes durante su décimo cumpleaños. Sus padres mirándole desde debajo de un gran árbol de navidad... Espacio en blanco... La tierna mirada de su primera novia sentada a la orilla de un estanque. Un gran patio cubierto de charcos en el que unos muchachos persiguen un balón... Espacio en blanco... Espacio en blanco... La entrada principal del cuartel donde hizo la mili y unos soldados lanzando sus gorras al aire... Montando su primera bicicleta... Bailando en una boda... Espacio en blanco... Espacio en blanco... Espacio en blanco... La cara sonriente de la bruja.
Mirándole como solamente ella sabía mirar. Imponiendo, castigando, acusando, juzgando, sentenciando, y condenando, todo a un tiempo. No pudo enfrentarse a aquellos ojos y cerró los suyos, pero fue inútil. Ella seguía allí, siempre seguiría allí, como una imagen grabada a fuego en lo más profundo de su mente.
Sintió un fuerte estremecimiento y sacudió la cabeza, no había muerto, no aún. Estaba tumbado boca abajo en medio del pastizal, la maleta a su lado, al golpear su cabeza se había abierto, todo su contenido desparramado alrededor. Frente a él, las fotos del álbum esparcidas sobre el suelo, unas del derecho y otras del revés. Se armó de valor, tomó la de su mujer entre las manos y asintió con resignación.
Se puso en pie, contempló la negra humareda que surgía desde detrás de las altas hierbas, puso de nuevo las cosas en el interior de su maleta, y tambaleante, enfiló el camino de vuelta a casa.


Imagen: Galería de wOlaechea

No hay comentarios:

Publicar un comentario