Translate
domingo, 25 de julio de 2010
AUTODETERMINACIÓN... ¡YA!
JoséAntonio Martín Pallín. Magistrado del Supremo.
Vía: periodismohumano
CONVOCATORIA URGENTE A LA MANIFESTACIÓN POR LA INDEPENDENCIA Y AUTODETERMINACIÓN DE... ESPAÑA
Lugar: donde te pille
Hora: tal que ahora mismo
Convocantes: Asociaciones de “Ya nos vale” y “Esto es la caraba”
(Se contará con la asistencia del nuevo grupo parlamentario “Si es por vuestro bien” y “Esto sólo es el empezar")
31-01-09
ABC. es
Moratinos asegura a Livni que estudia limitar la jurisdicción de la Audiencia Nacional.
Fuentes gubernamentales confirman a ABC que el Ejecutivo valora «ajustes procesales» para acotar la competencia universal de la Audiencia Nacional.
«Acabo de oír del ministro de Exteriores español, Miguel Ángel Moratinos, que España ha decidido cambiar su legislación en relación con la jurisdicción universal (...). Creo que es una noticia muy importante y espero que otros estados europeos hagan lo mismo. Sistemas legales de todo el mundo están siendo explotados por cínicos cuyo único propósito es hacer daño a Israel, es bueno que España haya decidido poner fin a este fenómeno». Con estas palabras, la jefa de la diplomacia hebrea, Tzipi Livni, difundía su versión de la conversación telefónica mantenida con su homólogo español.
31/01/2009
Público.es
La ministra de Exteriores israelí proclama que Moratinos le ha prometido un cambio en la jurisdicción universal.
25/05/2009
Público.es
El freno a la justicia universal indigna a los magistrados
Los jueces instructores de la Audiencia Nacional consideran que la reforma pactada en el Congreso es "un paso atrás", cuando España era en estos momentos "un referente mundial"
26/06/2009
El mundo.es
El Congreso limita la jurisdicción universal a casos vinculados a España.
25/06/2009
Público.es
El Congreso pone límites a la Justicia Universal
La Justicia española sólo podrá perseguir casos cuando existan víctimas españolas, haya algún vínculo con España o los presuntos responsables se encuentren en territorio español.
12/5/2010
La Voz de Galicia.es
Obama llama a Zapatero y le pide que tome medidas «contundentes»
Le mostró el apoyo de Estados Unidos a los esfuerzos de España para recuperar la confianza del mercado.
21-07-2010
ADN.es
Moratinos será investido doctor honoris causa por la Universidad de Al Quds
....Durante su estancia, también se reunirá con la cúpula del liderazgo israelí; el presidente Simon Peres, el primer ministro Benjamín Netanyahu, el jefe de la diplomacia, Avigdor Lieberman, y la jefa de la oposición, Tzipi Livni.
PDTA:
Pido humildente disculpas por no haberles advertido antes sobre el contenido de esta entrada. Como habrán podido comprobar, es un jarabe espeso que cuesta tragar. Pero como todos los buenos jarabes, aunque revuelve el estómago... aclara la vista.
jueves, 22 de julio de 2010
REVERTE FEROZ (o el oro de Reverte)
O Arturo Pérez-Reverte no es mi escritor favorito, o soy un puñetero cobarde. He llegado a esta conclusión tras batirme en retirada al enfrentarme a varias novelas suyas.
No sé qué me pasa con este hombre, termino siempre mirándole a los pies cuando bailo con él, no me engatusa, sus renglones nunca llegan a desaparecer... y así no hay manera. Nunca tendremos una relación seria y como dios manda.
¡Eso sí! En eso de los revolcones, en lo del "aquí te pillo aquí te mato", hay que tasarle en lo que vale (que es mucho).
Muchos dirán pestes de artículos como este que nos ocupa, que si peca de esto o de lo otro, pero yo he de reconocerle el mérito a quien escribe con las tripas, con más o menos acierto, pero siempre sincero.
Y eso, mis queridos niños y niñas, es algo que en la prensa de hoy en día vale su peso en oro.
Patentes de corso
Caperucita y el lobo machista
XLSemanal - 31/5/2010
Hoy me he levantado con talante. Como después de haber publicado El pequeño hoplita -un cuento sobre un niño en las Termópilas, que tanto debe a su magnífico ilustrador, Fernando Vicente- le tomé el gusto a la narrativa infantil, he decidido echar un cable. Ayudar a que nuestra ministra de Igualdad y Paridad, Bibiana Aído, rubia joya de la corona, haga realidad su bonito proyecto de conseguir que los cuentos tradicionales para pequeños cabroncetes sean desterrados de escuelas y hogares, y dejen de ser un reducto machista, sexista y antifeminista. O que, expurgados y reconvertidos a lo social y políticamente correcto, contribuyan, ellos también, a la formación de futuras generaciones de ciudadanos y ciudadanas ejemplares y ejemplaras. Como está mandado.
Al principio pensaba hacerlo con el cuento de Blancanieves y las siete personas de crecimiento inadecuado; que, como sostiene Bibiana, requiere, título aparte, una remodelación general urgente. Pero ciertos indicios de intolerable violencia machista en la casita del bosque, como que sea una mujer quien cargue con todas las labores del hogar, o que no haya paridad de sexos en el número de individuos que trabajan en la mina -su número impar complica además el asunto-, me decidieron a dejarlo para más adelante. Lo intenté luego con La soldadita de plomo y ploma; y no es por echarme flores, pero lo tenía casi resuelto. Una soldadita de plomo de la ULFF -Unidad Legionaria Femenina Feroz-, terror de los talibanes afganos y de los piratas del Índico, impedida en su extremidad locomotriz por haber caído poco metal en el molde cuando la fundían. O sea, incompleta física de una pierna, para entendernos. O no. Lo que antes se decía, en jerga fascista, coja. Y que, desde su repisa en el cuarto de juegos de una niña, se enamora de un bailarín de ballet de papel maché que está enfrente, puesto tal que así, de puntillas, y que tiene una bonita lentejuela de plata en el prepucio. Se lo leí a mi hija por teléfono, a ver qué tal iba la cosa; pero al llegar a lo de la lentejuela me aconsejó dejarlo. Te van a malinterpretar, dijo. Así que al final me decidí por un clásico inobjetable: Caperucita Roja. Y está feo que lo diga, pero la verdad es que lo he bordado. Creo.
Caperucita Roja camina por el bosque, como suele. Va muy contenta, dando saltitos con su cesta al brazo, porque, gracias a que está en paro y es mujer, emigrante rumana sin papeles, magrebí pero tirando a afroamericana de color, musulmana con hiyab, lesbiana y madre soltera, acaban de concederle plaza en un colegio a su hijo. Va a casa de su abuelita, que vive sola desde que su marido, el abuelito, le dio una colleja a Caperucita porque no se bebía el colacao, ésta lo denunció por maltrato infantil, y la Guardia Civil se llevó al viejo al penal de El Puerto de Santa María, donde en espera de juicio paga su culpa sodomizado en las duchas, un día sí y otro no, por robustos albanokosovares. Que también tienen sus necesidades y sus derechos, córcholis. El caso es que Caperucita va por el bosque, como digo, y en éstas aparece el lobo: hirsuto, sobrado, chulo, con una sonrisa machista que le descubre los colmillos superiores. Facha que te rilas: peinado hacia atrás con fijador reluciente y una pegatina de la bandera franquista, la de la gallina, en la correa del reloj. Y le pregunta: «¿Dónde vas, Caperucita?». A lo que ella responde, muy desenvuelta: «Donde me sale del mapa del clítoris», y sigue su camino, impasible. «Vaya corte», comenta el lobo, boquiabierto. Luego decide vengarse y corre a la casa de la abuelita, donde ejerce sobre la anciana una intolerable violencia doméstica de género y génera. O sea, que se la zampa, o deglute. Y encima se fuma un pitillo. El fascista. Cuando llega Caperucita se lo encuentra metido en la cama, con la cofia puesta. «Que sistema dental tan desproporcionado tienes, yaya», le dice. «Qué apéndice nasal tan fuera de lo común.» Etcétera. Entonces el lobo le da las suyas y las de un bombero: la deglute también, y se echa a dormir la siesta. Llegan en ésas un cazador y una cazadora, y cuando el cazador va a pegarle al lobo un plomazo de postas del doce, la cazadora contiene a su compañero. «No irás a ejercer la violencia -dice- contra un animal de la biosfera azul. Y además, con plomo contaminante y antiecológico. Es mejor afearle su conducta.» Se la afean, incluido lo de fumar. Malandrín, etcétera. Entonces el lobo, conmovido, ve la luz, se abre la cremallera que, como es sabido, todos los lobos llevan en la tripa, y libera a Caperucita y a su provecta. Todos ríen y se abrazan, felices. Incluido el lobo, que deja el tabaco, se hace antitaurino y funda la oenegé Lobos y Lobas sin Fronteras, subvencionada por el Instituto de la Mujer. Fin.
Columna que Arturo Pérez-Reverte publica en XL Semanal.
Imagen: kataparda
Agradecimientos: Todos para Amelita y su glorioso pastel de café.
No sé qué me pasa con este hombre, termino siempre mirándole a los pies cuando bailo con él, no me engatusa, sus renglones nunca llegan a desaparecer... y así no hay manera. Nunca tendremos una relación seria y como dios manda.
¡Eso sí! En eso de los revolcones, en lo del "aquí te pillo aquí te mato", hay que tasarle en lo que vale (que es mucho).
Muchos dirán pestes de artículos como este que nos ocupa, que si peca de esto o de lo otro, pero yo he de reconocerle el mérito a quien escribe con las tripas, con más o menos acierto, pero siempre sincero.
Y eso, mis queridos niños y niñas, es algo que en la prensa de hoy en día vale su peso en oro.
Patentes de corso
Caperucita y el lobo machista
XLSemanal - 31/5/2010
Hoy me he levantado con talante. Como después de haber publicado El pequeño hoplita -un cuento sobre un niño en las Termópilas, que tanto debe a su magnífico ilustrador, Fernando Vicente- le tomé el gusto a la narrativa infantil, he decidido echar un cable. Ayudar a que nuestra ministra de Igualdad y Paridad, Bibiana Aído, rubia joya de la corona, haga realidad su bonito proyecto de conseguir que los cuentos tradicionales para pequeños cabroncetes sean desterrados de escuelas y hogares, y dejen de ser un reducto machista, sexista y antifeminista. O que, expurgados y reconvertidos a lo social y políticamente correcto, contribuyan, ellos también, a la formación de futuras generaciones de ciudadanos y ciudadanas ejemplares y ejemplaras. Como está mandado.
Al principio pensaba hacerlo con el cuento de Blancanieves y las siete personas de crecimiento inadecuado; que, como sostiene Bibiana, requiere, título aparte, una remodelación general urgente. Pero ciertos indicios de intolerable violencia machista en la casita del bosque, como que sea una mujer quien cargue con todas las labores del hogar, o que no haya paridad de sexos en el número de individuos que trabajan en la mina -su número impar complica además el asunto-, me decidieron a dejarlo para más adelante. Lo intenté luego con La soldadita de plomo y ploma; y no es por echarme flores, pero lo tenía casi resuelto. Una soldadita de plomo de la ULFF -Unidad Legionaria Femenina Feroz-, terror de los talibanes afganos y de los piratas del Índico, impedida en su extremidad locomotriz por haber caído poco metal en el molde cuando la fundían. O sea, incompleta física de una pierna, para entendernos. O no. Lo que antes se decía, en jerga fascista, coja. Y que, desde su repisa en el cuarto de juegos de una niña, se enamora de un bailarín de ballet de papel maché que está enfrente, puesto tal que así, de puntillas, y que tiene una bonita lentejuela de plata en el prepucio. Se lo leí a mi hija por teléfono, a ver qué tal iba la cosa; pero al llegar a lo de la lentejuela me aconsejó dejarlo. Te van a malinterpretar, dijo. Así que al final me decidí por un clásico inobjetable: Caperucita Roja. Y está feo que lo diga, pero la verdad es que lo he bordado. Creo.
Caperucita Roja camina por el bosque, como suele. Va muy contenta, dando saltitos con su cesta al brazo, porque, gracias a que está en paro y es mujer, emigrante rumana sin papeles, magrebí pero tirando a afroamericana de color, musulmana con hiyab, lesbiana y madre soltera, acaban de concederle plaza en un colegio a su hijo. Va a casa de su abuelita, que vive sola desde que su marido, el abuelito, le dio una colleja a Caperucita porque no se bebía el colacao, ésta lo denunció por maltrato infantil, y la Guardia Civil se llevó al viejo al penal de El Puerto de Santa María, donde en espera de juicio paga su culpa sodomizado en las duchas, un día sí y otro no, por robustos albanokosovares. Que también tienen sus necesidades y sus derechos, córcholis. El caso es que Caperucita va por el bosque, como digo, y en éstas aparece el lobo: hirsuto, sobrado, chulo, con una sonrisa machista que le descubre los colmillos superiores. Facha que te rilas: peinado hacia atrás con fijador reluciente y una pegatina de la bandera franquista, la de la gallina, en la correa del reloj. Y le pregunta: «¿Dónde vas, Caperucita?». A lo que ella responde, muy desenvuelta: «Donde me sale del mapa del clítoris», y sigue su camino, impasible. «Vaya corte», comenta el lobo, boquiabierto. Luego decide vengarse y corre a la casa de la abuelita, donde ejerce sobre la anciana una intolerable violencia doméstica de género y génera. O sea, que se la zampa, o deglute. Y encima se fuma un pitillo. El fascista. Cuando llega Caperucita se lo encuentra metido en la cama, con la cofia puesta. «Que sistema dental tan desproporcionado tienes, yaya», le dice. «Qué apéndice nasal tan fuera de lo común.» Etcétera. Entonces el lobo le da las suyas y las de un bombero: la deglute también, y se echa a dormir la siesta. Llegan en ésas un cazador y una cazadora, y cuando el cazador va a pegarle al lobo un plomazo de postas del doce, la cazadora contiene a su compañero. «No irás a ejercer la violencia -dice- contra un animal de la biosfera azul. Y además, con plomo contaminante y antiecológico. Es mejor afearle su conducta.» Se la afean, incluido lo de fumar. Malandrín, etcétera. Entonces el lobo, conmovido, ve la luz, se abre la cremallera que, como es sabido, todos los lobos llevan en la tripa, y libera a Caperucita y a su provecta. Todos ríen y se abrazan, felices. Incluido el lobo, que deja el tabaco, se hace antitaurino y funda la oenegé Lobos y Lobas sin Fronteras, subvencionada por el Instituto de la Mujer. Fin.
Columna que Arturo Pérez-Reverte publica en XL Semanal.
Imagen: kataparda
Agradecimientos: Todos para Amelita y su glorioso pastel de café.
lunes, 19 de julio de 2010
LA MANCHA
Tras otra mala noche, se juró que esa misma mañana pediría hora para ir al médico.
Aquél constante ardor de estómago empezaba a preocuparle. Creyó recordar que guardaba por alguna parte un frasco de bicarbonato, rebuscó a conciencia en la nevera, en el armario, en cada cajón, por todo el estudio, pero no encontró nada. Quiso probar suerte en los estantes más altos, alzó la vista, y la pequeña brasa que habitaba en sus tripas se hizo llama.
De nuevo el mismo problema.
Por alguna extraña razón la pintura no se fijaba y comenzaba a correrse formando una mancha, que desde el centro, se extendía lentamente por todo el lienzo. Nunca le había ocurrido nada parecido, la textura cambiaba casi a ojos vista, emborronando los perfiles, y echando a perder las partes ya secas. Tendría que volver a empezar otra vez desde el principio. Las disculpas y las promesas de la última vez ya no valdrían, su marchante no aceptaría ninguna excusa más, si no terminaba a tiempo aquél mural, podía dar por perdido su único contrato.
Todo y todos parecían haberse vuelto en su contra. El desastre era sólo cuestión de días, su casero no iba a esperar más para cobrar el alquiler, las facturas sin pagar se amontonaban, su dolor de estómago no cejaba en su empeño de impedirle trabajar... cuando estaba a punto de ceder al pánico, cerró los puños con fuerza, y se obligó a reflexionar durante unos minutos.
Una parte de él estaba absolutamente convencida de que lo más indicado sería emprenderla a golpes con el lienzo. La otra, sin embargo, opinaba que la mejor manera de solucionar su problema era conservar la calma y averiguar de una vez por todas las razones de aquél repetido desastre. Preparó un poco de café y un par de tostadas. Desayunó de pie, al otro lado de la habitación, escrutando ceñudo los contornos de la mancha.
Era incluso peor de lo que parecía a simple vista. Contra toda lógica, la capa exterior de pintura había comenzado a agrietarse estando aún fresca, diría que incluso había ganado en brillo y relieve desde la última pincelada. Necesitaba comprobarlo desde mucho más cerca.
Armado con una gran lupa y una espátula, se encaramó a lo alto de la escalera. Acercó cuanto pudo la cara al lienzo, interpuso la lente entre su ojo y la pintura, y una exclamación de asombro salió de sus labios. La pintura bullía, diminutas porciones de ella cambiaban constantemente de forma y color, hasta su textura cambiaba en cuestión de segundos, rugosa y firme ahora, un pensamiento más tarde, acuosa y fluida.
Bajó de la escalera. Nunca había leído nada acerca de una reacción química tan extraña como aquella, las manchas anteriores no se parecían en nada a esa... lo cierto es que no las había examinado tan detenidamente, se había desecho de ellas sin más en el contenedor de la calle.
La llama de su estómago le acarició la garganta y tragó saliva para intentar apagarla. Una cámara. Necesitaba la cámara para grabarlo todo. Tras una nueva búsqueda a través de cajones y armarios, encontró al fin lo que buscaba. Contuvo la respiración a la espera de la sempiterna luz roja que indicaba falta de batería. Sólo apareció la verde.
Al subir de nuevo y aplicar el zoom sobre la mancha, la cámara se le cayó de entre las manos. No podía dar crédito a lo que veía. En la parte central se apreciaban ya las primeras formas de algo asombroso, de algo sencillamente imposible.
Era una especie de plano, el esbozo de una ciudad, de su ciudad, de sus plazas y avenidas, creciendo en todas direcciones, añadiendo sin cesar nuevas calles, completando detalles casi microscópicos a estas y a sus edificios... y su cámara tres metros más abajo, hecha pedazos contra el suelo.
Cuando fue capaz de volver a respirar, se dio cuenta. Hasta el último rincón del enorme lienzo había sido transformado, nada quedaba de su pintura original, y se alegró por ello. Lo que tenía ante sí era una obra prodigiosa, su inexplicable origen era ya para él un asunto sin demasiada importancia. En su cabeza solamente había espacio para las infinitas posibilidades que aquél prodigio añadía a su desventurada carrera como pintor. Entrecerró los ojos y sonrió lleno de serena satisfacción, vio la cara amable de su nuevo y famoso representante, galeristas exclusivos, críticos entregados, todos por fin a sus pies. También vio algo que le resulto inquietante.
Siguiendo con los ojos una de aquellas calles, llegó a reconocer el parque cercano a su estudio. Retomó la lupa y comprobó lo que imaginaba. Su edificio estaba allí, perfectamente detallado, con su pequeño jardín de entrada, su portal, y todas y cada una de las ventanas. La emoción avivó el ardor en sus entrañas, la molestia había cambiado en dolor, pero al distinguir el diminuto reflejo de su propia ventana entrecerrada, nada más le importó.
Una idea absurda pasó por su cabeza, tan absurda como irresistible.
Regresó al mural con un alfiler entre las manos temblorosas, el de punta más aguda que pudo encontrar. Tenía que empujar aquél cristal y abrir del todo la ventana. Se repitió que aquello era una locura sin sentido, un imposible entre imposibles... por eso tenía que ser real.
Respiró hondo varias veces, su pulso debía ser más firme que nunca, un error podría echar a perder su obra, su futuro, su dinero. Aplicó una ínfima presión en el punto exacto y comprobó asombrado que el cristal cedía. Aguzó la vista y creyó distinguir una figura humana en el interior, era él mismo, de espaldas, ligeramente inclinado sobre algo que no pudo distinguir. La impresión fue tal, que todo su ser se contrajo de pura emoción.
Su pulso tembló imperceptiblemente, apenas lo suficiente para que la punta del alfiler se adentrara una décima de milímetro en la diminuta habitación.
Sólo pudo girar levemente la cabeza al escuchar un ruido a su espalda y descubrir aterrado, que a través de la ventana, una descomunal lanza de acero irrumpía de repente en su estudio para herirle de muerte. Volvió a pensar, esta vez descorazonado, en su representante, en las galerías, y en los críticos que ya nunca serían ni amables, ni exclusivos, ni entregados.
Aún agonizante se conformó con algo, jamás volvería a dolerle el estomago.
Imagen: Galería de Vagamundos
Aquél constante ardor de estómago empezaba a preocuparle. Creyó recordar que guardaba por alguna parte un frasco de bicarbonato, rebuscó a conciencia en la nevera, en el armario, en cada cajón, por todo el estudio, pero no encontró nada. Quiso probar suerte en los estantes más altos, alzó la vista, y la pequeña brasa que habitaba en sus tripas se hizo llama.
De nuevo el mismo problema.
Por alguna extraña razón la pintura no se fijaba y comenzaba a correrse formando una mancha, que desde el centro, se extendía lentamente por todo el lienzo. Nunca le había ocurrido nada parecido, la textura cambiaba casi a ojos vista, emborronando los perfiles, y echando a perder las partes ya secas. Tendría que volver a empezar otra vez desde el principio. Las disculpas y las promesas de la última vez ya no valdrían, su marchante no aceptaría ninguna excusa más, si no terminaba a tiempo aquél mural, podía dar por perdido su único contrato.
Todo y todos parecían haberse vuelto en su contra. El desastre era sólo cuestión de días, su casero no iba a esperar más para cobrar el alquiler, las facturas sin pagar se amontonaban, su dolor de estómago no cejaba en su empeño de impedirle trabajar... cuando estaba a punto de ceder al pánico, cerró los puños con fuerza, y se obligó a reflexionar durante unos minutos.
Una parte de él estaba absolutamente convencida de que lo más indicado sería emprenderla a golpes con el lienzo. La otra, sin embargo, opinaba que la mejor manera de solucionar su problema era conservar la calma y averiguar de una vez por todas las razones de aquél repetido desastre. Preparó un poco de café y un par de tostadas. Desayunó de pie, al otro lado de la habitación, escrutando ceñudo los contornos de la mancha.
Era incluso peor de lo que parecía a simple vista. Contra toda lógica, la capa exterior de pintura había comenzado a agrietarse estando aún fresca, diría que incluso había ganado en brillo y relieve desde la última pincelada. Necesitaba comprobarlo desde mucho más cerca.
Armado con una gran lupa y una espátula, se encaramó a lo alto de la escalera. Acercó cuanto pudo la cara al lienzo, interpuso la lente entre su ojo y la pintura, y una exclamación de asombro salió de sus labios. La pintura bullía, diminutas porciones de ella cambiaban constantemente de forma y color, hasta su textura cambiaba en cuestión de segundos, rugosa y firme ahora, un pensamiento más tarde, acuosa y fluida.
Bajó de la escalera. Nunca había leído nada acerca de una reacción química tan extraña como aquella, las manchas anteriores no se parecían en nada a esa... lo cierto es que no las había examinado tan detenidamente, se había desecho de ellas sin más en el contenedor de la calle.
La llama de su estómago le acarició la garganta y tragó saliva para intentar apagarla. Una cámara. Necesitaba la cámara para grabarlo todo. Tras una nueva búsqueda a través de cajones y armarios, encontró al fin lo que buscaba. Contuvo la respiración a la espera de la sempiterna luz roja que indicaba falta de batería. Sólo apareció la verde.
Al subir de nuevo y aplicar el zoom sobre la mancha, la cámara se le cayó de entre las manos. No podía dar crédito a lo que veía. En la parte central se apreciaban ya las primeras formas de algo asombroso, de algo sencillamente imposible.
Era una especie de plano, el esbozo de una ciudad, de su ciudad, de sus plazas y avenidas, creciendo en todas direcciones, añadiendo sin cesar nuevas calles, completando detalles casi microscópicos a estas y a sus edificios... y su cámara tres metros más abajo, hecha pedazos contra el suelo.
Cuando fue capaz de volver a respirar, se dio cuenta. Hasta el último rincón del enorme lienzo había sido transformado, nada quedaba de su pintura original, y se alegró por ello. Lo que tenía ante sí era una obra prodigiosa, su inexplicable origen era ya para él un asunto sin demasiada importancia. En su cabeza solamente había espacio para las infinitas posibilidades que aquél prodigio añadía a su desventurada carrera como pintor. Entrecerró los ojos y sonrió lleno de serena satisfacción, vio la cara amable de su nuevo y famoso representante, galeristas exclusivos, críticos entregados, todos por fin a sus pies. También vio algo que le resulto inquietante.
Siguiendo con los ojos una de aquellas calles, llegó a reconocer el parque cercano a su estudio. Retomó la lupa y comprobó lo que imaginaba. Su edificio estaba allí, perfectamente detallado, con su pequeño jardín de entrada, su portal, y todas y cada una de las ventanas. La emoción avivó el ardor en sus entrañas, la molestia había cambiado en dolor, pero al distinguir el diminuto reflejo de su propia ventana entrecerrada, nada más le importó.
Una idea absurda pasó por su cabeza, tan absurda como irresistible.
Regresó al mural con un alfiler entre las manos temblorosas, el de punta más aguda que pudo encontrar. Tenía que empujar aquél cristal y abrir del todo la ventana. Se repitió que aquello era una locura sin sentido, un imposible entre imposibles... por eso tenía que ser real.
Respiró hondo varias veces, su pulso debía ser más firme que nunca, un error podría echar a perder su obra, su futuro, su dinero. Aplicó una ínfima presión en el punto exacto y comprobó asombrado que el cristal cedía. Aguzó la vista y creyó distinguir una figura humana en el interior, era él mismo, de espaldas, ligeramente inclinado sobre algo que no pudo distinguir. La impresión fue tal, que todo su ser se contrajo de pura emoción.
Su pulso tembló imperceptiblemente, apenas lo suficiente para que la punta del alfiler se adentrara una décima de milímetro en la diminuta habitación.
Sólo pudo girar levemente la cabeza al escuchar un ruido a su espalda y descubrir aterrado, que a través de la ventana, una descomunal lanza de acero irrumpía de repente en su estudio para herirle de muerte. Volvió a pensar, esta vez descorazonado, en su representante, en las galerías, y en los críticos que ya nunca serían ni amables, ni exclusivos, ni entregados.
Aún agonizante se conformó con algo, jamás volvería a dolerle el estomago.
Imagen: Galería de Vagamundos
sábado, 17 de julio de 2010
viernes, 16 de julio de 2010
Currelas Pringaos
REFORMA LABORAL-SEXUAL (PORQUE TE VAN A JODER VIVO)
RE-BAJAS DE VER-ANO
SI LO TUYO NO TIENE SOLUCIÓN ¿POR QUE TE QUEJAS?
Y SI TIENE SOLUCIÓN ¿POR QUÉ TE QUEJAS?
Trabajador y despido. Antiguamente 45 días. Con la nueva reforma laboral con lo que les costaba uno, se podrá despedir a dos o a tres pringados.
Ahora con las rebajas 2x1 e incluso 3x1.
Gracias a esta reforma se crearán millones de puestos de trabajo indefinidos o fijos, hasta que te despidan por cualquier motivo injustificado y sin motivo. Seremos eventuales y precarios de por vida. Pero que conste que es por nuestro bien. Lo que pasa es que los pringados al no ser expertos, no nos damos cuenta de lo bueno que es ser precario y eventual para siempre jamás.
Ante las duras reformas, los pringados estamos “abiertos” a considerar cualquier “tipo de medida” que nos quieran introducir los que mandan y tienen el poder en sus manos.
Además nos quieren meter una dura reforma a la fuerza y sin ni siquiera preguntarnos. Pero no penséis que es una violación de nuestros derechos. Violación es cuando nos negamos y no cuando aceptamos que nos lo hagan con nuestro consentimiento.
Pero ante la adversidad, hay que hacer propuestas destructivas y que hagan pupa. Yo dentro de mi idiotez, tengo una propuesta. Aunque nuestro trabajo sea una mierda, nuestro salario media mierda y no nos den un préstamo jamás, podemos comprar muchas cosas en las rebajas.
EJEMPLOS: REFORMA LABORAL 2010
Propuesta de los partidos mayoritarios para los trabajadores.
Ante la nueva reforma laboral, los trabajadores recibirán ayudas para la compra de vivienda y vehículo. Como sabemos que no vais a tener trabajo fijo nunca y además vais a cobrar una mierda, os presentamos los nuevos modelos de coche y vivienda que podréis comprar con las subvenciones del gobierno. Que lo disfrutéis. De nada.
Descapotable para cieneuristas. Por sólo un mes de salario, este maravilloso biplaza. Sólo quedan modelos para currelas de menos de 1,25 de altura.
Maravillosa casita coqueta que puede ser tuya por sólo un mes de salario. Tiene cocina-aseo-salón-habitación. Muy soleada. Fabricada con materiales de primera calidad. Para pringados exigentes como tú.
Te aplicamos la nueva reforma laboral-sexual, pero podrás tener una casita y un descapotable.
Entonces ¿de qué te quejas?
Ah, que no te vas a quejar.
Vale idiota.
Si algo de esto te pica, ráscate en: ¿ tejodeneneltrabajo ?
RE-BAJAS DE VER-ANO
SI LO TUYO NO TIENE SOLUCIÓN ¿POR QUE TE QUEJAS?
Y SI TIENE SOLUCIÓN ¿POR QUÉ TE QUEJAS?
Trabajador y despido. Antiguamente 45 días. Con la nueva reforma laboral con lo que les costaba uno, se podrá despedir a dos o a tres pringados.
Ahora con las rebajas 2x1 e incluso 3x1.
Gracias a esta reforma se crearán millones de puestos de trabajo indefinidos o fijos, hasta que te despidan por cualquier motivo injustificado y sin motivo. Seremos eventuales y precarios de por vida. Pero que conste que es por nuestro bien. Lo que pasa es que los pringados al no ser expertos, no nos damos cuenta de lo bueno que es ser precario y eventual para siempre jamás.
Ante las duras reformas, los pringados estamos “abiertos” a considerar cualquier “tipo de medida” que nos quieran introducir los que mandan y tienen el poder en sus manos.
Además nos quieren meter una dura reforma a la fuerza y sin ni siquiera preguntarnos. Pero no penséis que es una violación de nuestros derechos. Violación es cuando nos negamos y no cuando aceptamos que nos lo hagan con nuestro consentimiento.
Pero ante la adversidad, hay que hacer propuestas destructivas y que hagan pupa. Yo dentro de mi idiotez, tengo una propuesta. Aunque nuestro trabajo sea una mierda, nuestro salario media mierda y no nos den un préstamo jamás, podemos comprar muchas cosas en las rebajas.
EJEMPLOS: REFORMA LABORAL 2010
Propuesta de los partidos mayoritarios para los trabajadores.
Ante la nueva reforma laboral, los trabajadores recibirán ayudas para la compra de vivienda y vehículo. Como sabemos que no vais a tener trabajo fijo nunca y además vais a cobrar una mierda, os presentamos los nuevos modelos de coche y vivienda que podréis comprar con las subvenciones del gobierno. Que lo disfrutéis. De nada.
Descapotable para cieneuristas. Por sólo un mes de salario, este maravilloso biplaza. Sólo quedan modelos para currelas de menos de 1,25 de altura.
Maravillosa casita coqueta que puede ser tuya por sólo un mes de salario. Tiene cocina-aseo-salón-habitación. Muy soleada. Fabricada con materiales de primera calidad. Para pringados exigentes como tú.
Te aplicamos la nueva reforma laboral-sexual, pero podrás tener una casita y un descapotable.
Entonces ¿de qué te quejas?
Ah, que no te vas a quejar.
Vale idiota.
Si algo de esto te pica, ráscate en: ¿ tejodeneneltrabajo ?
jueves, 15 de julio de 2010
LOS VALLES DE ROAN
-...Ópera, Callao, Gran Vía, Chueca, Alonso Martínez, Rubén Darío, Núñez de Balboa, Diego de León, Ventas, El Carmen, Quintana, Pueblo Nuevo, Ciudad Lineal...
Don Román pronunciaba los nombres de las estaciones con la cadencia de un conjuro, con la intensidad de una plegaria. El esfuerzo que aquello le suponía añadía nuevas gotas de sudor a su frente y alimentaba la mancha oscura en el pecho de su camisa. La misma que llevaba desde hacía varios días, cuatro para ser exactos, los mismos que Guillermo había empleado junto a su jefe en recorrer de vagón en vagón, y de principio a fin, los oscuros túneles del metro.
No habían vuelto a la pensión desde el primer intento. Su único descanso en todo ese tiempo había estado en los duros escalones de la entrada a la estación, apoyados el uno en el otro, vigilantes, más desmayados que dormidos, hambrientos de cama y soñando con comer, esperando con ansía el pasar de unas pocas horas entre el abrir y el cerrar del acceso.
Ahora comenzaba de nuevo. Guillermo contemplaba a Don Román mientras recitaba la oración otra vez, buscaba en su rostro cualquier rastro, un gesto nuevo, la señal de que por fin lo habían conseguido.
-¿Qué coño miras chico? Te he dicho mil veces que no te quedes callado... ¿Y si esto no basta para llevarnos a los dos? Aquél hombre no dejó claro este punto... supongamos que te quedas atrás. ¡Más luces hombre, más luces! ¡Que esto no es como colocar botes de tomate en un estante!
Guillermo se esforzó por parecer ofendido, estaba a punto de conseguirlo, pero el miedo a fracasar era tanto que no dejaba espacio para mucho más.
Así estaban las cosas desde hacía ya un par de semanas, desde el día que Don Román, el encargado, le llevó hasta lo más profundo del almacén para contarle sobre la cosa más absurda y ridícula que jamás nadie escuchó. Con palabras casi mudas, le aseguraba que ese mismo domingo, al coger el metro para volver a la pensión, había visto algo increíble, algo que Guillermo sólo pudo comprender con claridad al segundo o tercer intento, justo cuando pudo dejar de mirar a los enrojecidos ojos de su jefe.
Con el aliento entrecortado y febril que da la locura, Don Román le habló de su secreto, de un hombre que conoció en el metro el día anterior, y de la poca atención que prestó a sus palabras. Por eso había pasado la noche en vela, reconcomiéndose por dentro en el intento de recordar un detalle más de aquella conversación.
Don Román era un hombre serio, a esa conclusión había llegado Guillermo después de dos años trabajando a sus ordenes en el supermercado. En todo ese tiempo, nunca había escuchado de sus labios una sola broma, ni el más mínimo comentario que no tuviera que ver con listas de reposición u ordenes de pedido. Era de camino a la pensión, y de la pensión al trabajo, cuando cambiaban unas pocas palabras sobre sus vidas, sólo entonces.
Por eso estaba tan asustado, por eso tenía que ser verdad toda aquella locura de que en un punto indeterminado de la línea verde del plano del metro, mientras se nombran las estaciones una por una, se abre una puerta a otro mundo, al lugar donde no existe la muerte, ni el dolor, donde los deseos son cumplidos sin excepción. Allí nadie vive unas vidas tan anodinas e insignificantes como las suyas, allí si uno quiere puede convertirse en uno de esos superhombres de las películas, de esos que salvan al mundo y se quedan con la chica, y donde para colmo, nunca aparece la palabra fin. No es que esas fueran exactamente las palabras de Don Román, pero es que así lo entendió Guillermo.
-¡Venga chico! Despabila de una vez y sígueme, a mi ritmo y sin saltarte ni una sola... a ver si va a poder ser de una puñetera vez. Veamos... Alonso Martínez, Rubén Darío, Núñez de Balboa, Diego de León, Ventas, El Carmen, Quintana...
El muchacho bajó la mirada y repitió las palabras de Román con gesto serio.
-¡Pero así no hombre! Tienes que estar convencido de lo que haces, tienes que tener fe. Si no, esto no funcionará... no conectarás. Siento que nos acercamos al punto crucial, hace rato que noto un extraño cosquilleo en la piel... tenemos que hacer las cosas bien, aquél hombre dijo que no hay segundas oportunidades, que la puerta sólo se abre una vez para cada persona, bien que insistió en ello. Sin fe nadie entra en los valles de Roan... ¿O era Ruen? ¿Raen? ¡Maldita memoria la mía! No puedo recordar... ¿Habré olvidado algo más? ¿Algo importante? Casi no le presté atención, hablaba y hablaba, de vez en cuando nombraba unas cuantas estaciones y de repente... desapareció –dijo Román con el aire de un suspiro- Le tomé por un chiflado, de esos que andan por ahí, y ahora todo puede depender de un estúpido detalle ¿Te das cuenta chico? La felicidad eterna pendiente de un puto detalle... Lavapiés, La Latina, Ópera, Callao, Gran Vía, Chueca, Alonso Martínez, Rubén Darío, Núñez de Balboa, Diego de León, Ventas, El Carmen, Quintana...
Guillermo se sentía más angustiado que nunca, el ánimo de Don Román se venía abajo y eso podía significar el desastre. Miró a su alrededor en busca de fuerzas que prestarle. Sólo encontró una docena de miradas hostiles, que ya sin disimulo, se clavaban en a la extraña pareja acurrucada contra el fondo del vagón.
Las palabras susurradas fueron cambiando de tono, las últimas se habían convertido en otras, a veces sin sentido y casi siempre pronunciadas a voz en grito. El más joven era ahora el que recitaba los nombres de las estaciones, el más viejo se limitaba a mover los labios, parecía querer insuflar a su pupilo la inspiración que este necesitaba para terminar su retahíla.
De improviso, las ventanillas se llenaron con la luz de una nueva estación, las puertas se abrieron. El pasajero con el ceño más arrugado se asomó al andén para barrerlo de una mirada y lanzar al aire un gesto con la mano. Unos pocos segundos después, dos hombres sudorosos y de uniforme entraron en el vagón.
-¡Otra vez ellos! –exclamó el más corpulento al verles- ¿Cómo tengo que deciros que no se puede molestar a los viajeros? ¿O es que buscáis problemas?
-No, no, más bien creo que es usted el que los busca señor mío... no hemos molestado a nadie, ni siquiera le hemos dirigido la palabra a ninguno de esos lechuguinos que os han llamado. A diferencia de ustedes, nosotros estamos ocupados en algo realmente importante... así que métase de sus asuntos y déjenos en paz –respondió Don Román indignado por la interrupción.
-¿Has oído eso? Dice que está ocupado en algo importante... ¿y que es eso tan importante para que un par de sonados estén dando por saco desde hace días? Calla, no me lo digas que me importa un carajo ¿Y sabes por qué? Porque os vais a largar cagando leches a incordiar a otra parte. Así que venga chalados, ir desfilando a la salida...
El guardia agarró a Guillermo por una manga y este se revolvió sin dejar de recitar los nombres de las estaciones en voz baja.
-No hagas eso insensato... no debes interrumpirle ahora... ahora que estamos tan cerca.
El propio guardia quedó sorprendido por el cambio de actitud de Don Román. Su desafiante mirada había desaparecido por completo, en su lugar estaba la expresión de un loco desesperado que exigía y suplicaba con la misma fuerza.
-No nos puedes molestar ahora, te lo ruego, ahora no... estamos a punto de conseguirlo... siento haber importunado a toda esta gente... pronto nos marcharemos, sólo un minuto más, una estación más.
-¡Marcharse dice! Eso era antes de cabrearme... Ahora las cosas han cambiado, de aquí no se va nadie hasta que no me aclares lo que os traéis entre manos ¡Marcharse! Eso quisierais vosotros. ¡Venga, venga! Para empezar, salid del vagón y vamos para la oficina, el supervisor de la estación dirá lo que se hace con vosotros ¡Andando!
Román alzaba las manos, las sacudía frente a sí como si quisiera borrar en el aire las palabras del guardia, más aún, eliminar de su imaginación las terribles consecuencias de su última orden.
-No, no, no... tu no comprendes, no puedes comprender. Solamente necesitamos unos pocos segundos más. Guillermo está a punto de conseguirlo, lo está haciendo tan bien que nos llevará a los dos... a ese lugar maravilloso, el reino de los deseos cumplidos.
-¿Te has fijado? –preguntó el guardia a su compañero- Otra parejita de yonquis colgados... o serán dos borrachos. No, eso no, estos dos no huelen a vino... estos huelen a hueso roto –sentenció llevándose la mano al mango de la porra.
Un pitido intermitente dio la señal para que las puertas se cerrasen y de entre los labios del guardia escapó un resoplar de fastidio.
-Lo sé, lo sé... yo también desconfiaba, comprendo que no es fácil de creer –continuó Don Román- todos estamos hartos de esos charlatanes que te venden paraísos perdidos, pero esto es distinto, esto es otra cosa, lo vi con mis propios ojos... aquél viejo desapareció ante mis narices mientras me decía estas mismas palabras y nombraba las estaciones. Por eso ha de ser verdad, ese lugar tiene que existir en alguna parte, en otro mundo o en este, eso no importa, lo que sí importa es que allí nunca ha bostezado nadie de aburrimiento, el miedo es un bicho muerto que se guarda en los museos... allí nadie sufre, nadie recuerda lo que no quiere y las miradas alimentan como un caldo. Allí nos vamos Guillermo y yo, a un lugar tan distinto y maravilloso que hasta duele imaginarlo... Ópera, Callao, Gran Vía, Chueca...
Don Román dio la espalda a los guardias y se unió a Guillermo en su oración mientras este nombraba por enésima vez las estaciones, cada vez más despacio, con la nariz pegada a la ventanilla y los ojos clavados en algún punto de una oscuridad que desfilaba a toda velocidad al otro lado del cristal. En su reflejo descubrieron algo que hasta ese momento les había pasado desapercibido, algo que durante un solo segundo ocupó toda su atención. Era el rostro de muchos hecho uno, el de los pasajeros del vagón mirándoles fijamente, con la misma expresión vigilante y asombrada en cada cara.
Uno de aquellos repentinos traqueteos que se producían con el cambio de vía, un casi imperceptible parpadeo de las luces, el zumbido breve y agudo de los altavoces que anunciaban la siguiente estación. Cualquier cosa entre estas o ninguna de ellas pudo ser el aviso de que algo estaba a punto de ocurrir, la causa de que todos desviaran la mirada durante una fracción de segundo.
Tal vez por eso nadie supo nunca adonde fueron Don Román y Guillermo. Sólo el guardia vio, y apenas de reojo, como caían las ropas vacías al suelo. Allí las contemplaron en silencio durante un buen rato, arrugadas, unas sobre otras y formando un montón sobre los zapatos.
Ya no hubo más palabras, tan solo miradas incrédulas fijadas entre sí, formando una red que saltó en pedazos al abrirse las puertas en la estación de Ópera. Un río de gente inundó entonces el vagón y rompió la conexión que transmitía una pregunta hecha a gritos, una pregunta sin sentido y sin respuesta. El guardia tomó en su mano la camisa de Guillermo, la miró con la boca entreabierta, y sin llegar a cerrarla, dejó atrás a su compañero para salir en busca de un mundo más lógico y reconfortante. Las puertas se cerraron a su espalda y aquél tren se puso de nuevo en movimiento, se zambulló sin esfuerzo en la boca oscura de un túnel que le llevaría a otra estación, y después de esa a otra, y a otra más...
Al día siguiente, más o menos a la misma hora, los pasajeros fueron prácticamente los mismos que el día anterior, sus trabajos, sus horarios, y la costumbre les reunían a la fuerza en aquél vagón. Rostros familiares coincidían allí casi a diario como si de una cita se tratara. Nadie diría que allí ocurría algo extraño si no fuera porque poco antes de llegar a la estación de Ópera se dejó escuchar el sonido de un coro destemplado, un monótono rezo, un conjuro incomprensible y pronunciado sólo a media voz por todos los que llenaban el vagón.
-... Ópera, Callao, Gran Vía, Chueca,...
Imagen: Annie Mole
Don Román pronunciaba los nombres de las estaciones con la cadencia de un conjuro, con la intensidad de una plegaria. El esfuerzo que aquello le suponía añadía nuevas gotas de sudor a su frente y alimentaba la mancha oscura en el pecho de su camisa. La misma que llevaba desde hacía varios días, cuatro para ser exactos, los mismos que Guillermo había empleado junto a su jefe en recorrer de vagón en vagón, y de principio a fin, los oscuros túneles del metro.
No habían vuelto a la pensión desde el primer intento. Su único descanso en todo ese tiempo había estado en los duros escalones de la entrada a la estación, apoyados el uno en el otro, vigilantes, más desmayados que dormidos, hambrientos de cama y soñando con comer, esperando con ansía el pasar de unas pocas horas entre el abrir y el cerrar del acceso.
Ahora comenzaba de nuevo. Guillermo contemplaba a Don Román mientras recitaba la oración otra vez, buscaba en su rostro cualquier rastro, un gesto nuevo, la señal de que por fin lo habían conseguido.
-¿Qué coño miras chico? Te he dicho mil veces que no te quedes callado... ¿Y si esto no basta para llevarnos a los dos? Aquél hombre no dejó claro este punto... supongamos que te quedas atrás. ¡Más luces hombre, más luces! ¡Que esto no es como colocar botes de tomate en un estante!
Guillermo se esforzó por parecer ofendido, estaba a punto de conseguirlo, pero el miedo a fracasar era tanto que no dejaba espacio para mucho más.
Así estaban las cosas desde hacía ya un par de semanas, desde el día que Don Román, el encargado, le llevó hasta lo más profundo del almacén para contarle sobre la cosa más absurda y ridícula que jamás nadie escuchó. Con palabras casi mudas, le aseguraba que ese mismo domingo, al coger el metro para volver a la pensión, había visto algo increíble, algo que Guillermo sólo pudo comprender con claridad al segundo o tercer intento, justo cuando pudo dejar de mirar a los enrojecidos ojos de su jefe.
Con el aliento entrecortado y febril que da la locura, Don Román le habló de su secreto, de un hombre que conoció en el metro el día anterior, y de la poca atención que prestó a sus palabras. Por eso había pasado la noche en vela, reconcomiéndose por dentro en el intento de recordar un detalle más de aquella conversación.
Don Román era un hombre serio, a esa conclusión había llegado Guillermo después de dos años trabajando a sus ordenes en el supermercado. En todo ese tiempo, nunca había escuchado de sus labios una sola broma, ni el más mínimo comentario que no tuviera que ver con listas de reposición u ordenes de pedido. Era de camino a la pensión, y de la pensión al trabajo, cuando cambiaban unas pocas palabras sobre sus vidas, sólo entonces.
Por eso estaba tan asustado, por eso tenía que ser verdad toda aquella locura de que en un punto indeterminado de la línea verde del plano del metro, mientras se nombran las estaciones una por una, se abre una puerta a otro mundo, al lugar donde no existe la muerte, ni el dolor, donde los deseos son cumplidos sin excepción. Allí nadie vive unas vidas tan anodinas e insignificantes como las suyas, allí si uno quiere puede convertirse en uno de esos superhombres de las películas, de esos que salvan al mundo y se quedan con la chica, y donde para colmo, nunca aparece la palabra fin. No es que esas fueran exactamente las palabras de Don Román, pero es que así lo entendió Guillermo.
-¡Venga chico! Despabila de una vez y sígueme, a mi ritmo y sin saltarte ni una sola... a ver si va a poder ser de una puñetera vez. Veamos... Alonso Martínez, Rubén Darío, Núñez de Balboa, Diego de León, Ventas, El Carmen, Quintana...
El muchacho bajó la mirada y repitió las palabras de Román con gesto serio.
-¡Pero así no hombre! Tienes que estar convencido de lo que haces, tienes que tener fe. Si no, esto no funcionará... no conectarás. Siento que nos acercamos al punto crucial, hace rato que noto un extraño cosquilleo en la piel... tenemos que hacer las cosas bien, aquél hombre dijo que no hay segundas oportunidades, que la puerta sólo se abre una vez para cada persona, bien que insistió en ello. Sin fe nadie entra en los valles de Roan... ¿O era Ruen? ¿Raen? ¡Maldita memoria la mía! No puedo recordar... ¿Habré olvidado algo más? ¿Algo importante? Casi no le presté atención, hablaba y hablaba, de vez en cuando nombraba unas cuantas estaciones y de repente... desapareció –dijo Román con el aire de un suspiro- Le tomé por un chiflado, de esos que andan por ahí, y ahora todo puede depender de un estúpido detalle ¿Te das cuenta chico? La felicidad eterna pendiente de un puto detalle... Lavapiés, La Latina, Ópera, Callao, Gran Vía, Chueca, Alonso Martínez, Rubén Darío, Núñez de Balboa, Diego de León, Ventas, El Carmen, Quintana...
Guillermo se sentía más angustiado que nunca, el ánimo de Don Román se venía abajo y eso podía significar el desastre. Miró a su alrededor en busca de fuerzas que prestarle. Sólo encontró una docena de miradas hostiles, que ya sin disimulo, se clavaban en a la extraña pareja acurrucada contra el fondo del vagón.
Las palabras susurradas fueron cambiando de tono, las últimas se habían convertido en otras, a veces sin sentido y casi siempre pronunciadas a voz en grito. El más joven era ahora el que recitaba los nombres de las estaciones, el más viejo se limitaba a mover los labios, parecía querer insuflar a su pupilo la inspiración que este necesitaba para terminar su retahíla.
De improviso, las ventanillas se llenaron con la luz de una nueva estación, las puertas se abrieron. El pasajero con el ceño más arrugado se asomó al andén para barrerlo de una mirada y lanzar al aire un gesto con la mano. Unos pocos segundos después, dos hombres sudorosos y de uniforme entraron en el vagón.
-¡Otra vez ellos! –exclamó el más corpulento al verles- ¿Cómo tengo que deciros que no se puede molestar a los viajeros? ¿O es que buscáis problemas?
-No, no, más bien creo que es usted el que los busca señor mío... no hemos molestado a nadie, ni siquiera le hemos dirigido la palabra a ninguno de esos lechuguinos que os han llamado. A diferencia de ustedes, nosotros estamos ocupados en algo realmente importante... así que métase de sus asuntos y déjenos en paz –respondió Don Román indignado por la interrupción.
-¿Has oído eso? Dice que está ocupado en algo importante... ¿y que es eso tan importante para que un par de sonados estén dando por saco desde hace días? Calla, no me lo digas que me importa un carajo ¿Y sabes por qué? Porque os vais a largar cagando leches a incordiar a otra parte. Así que venga chalados, ir desfilando a la salida...
El guardia agarró a Guillermo por una manga y este se revolvió sin dejar de recitar los nombres de las estaciones en voz baja.
-No hagas eso insensato... no debes interrumpirle ahora... ahora que estamos tan cerca.
El propio guardia quedó sorprendido por el cambio de actitud de Don Román. Su desafiante mirada había desaparecido por completo, en su lugar estaba la expresión de un loco desesperado que exigía y suplicaba con la misma fuerza.
-No nos puedes molestar ahora, te lo ruego, ahora no... estamos a punto de conseguirlo... siento haber importunado a toda esta gente... pronto nos marcharemos, sólo un minuto más, una estación más.
-¡Marcharse dice! Eso era antes de cabrearme... Ahora las cosas han cambiado, de aquí no se va nadie hasta que no me aclares lo que os traéis entre manos ¡Marcharse! Eso quisierais vosotros. ¡Venga, venga! Para empezar, salid del vagón y vamos para la oficina, el supervisor de la estación dirá lo que se hace con vosotros ¡Andando!
Román alzaba las manos, las sacudía frente a sí como si quisiera borrar en el aire las palabras del guardia, más aún, eliminar de su imaginación las terribles consecuencias de su última orden.
-No, no, no... tu no comprendes, no puedes comprender. Solamente necesitamos unos pocos segundos más. Guillermo está a punto de conseguirlo, lo está haciendo tan bien que nos llevará a los dos... a ese lugar maravilloso, el reino de los deseos cumplidos.
-¿Te has fijado? –preguntó el guardia a su compañero- Otra parejita de yonquis colgados... o serán dos borrachos. No, eso no, estos dos no huelen a vino... estos huelen a hueso roto –sentenció llevándose la mano al mango de la porra.
Un pitido intermitente dio la señal para que las puertas se cerrasen y de entre los labios del guardia escapó un resoplar de fastidio.
-Lo sé, lo sé... yo también desconfiaba, comprendo que no es fácil de creer –continuó Don Román- todos estamos hartos de esos charlatanes que te venden paraísos perdidos, pero esto es distinto, esto es otra cosa, lo vi con mis propios ojos... aquél viejo desapareció ante mis narices mientras me decía estas mismas palabras y nombraba las estaciones. Por eso ha de ser verdad, ese lugar tiene que existir en alguna parte, en otro mundo o en este, eso no importa, lo que sí importa es que allí nunca ha bostezado nadie de aburrimiento, el miedo es un bicho muerto que se guarda en los museos... allí nadie sufre, nadie recuerda lo que no quiere y las miradas alimentan como un caldo. Allí nos vamos Guillermo y yo, a un lugar tan distinto y maravilloso que hasta duele imaginarlo... Ópera, Callao, Gran Vía, Chueca...
Don Román dio la espalda a los guardias y se unió a Guillermo en su oración mientras este nombraba por enésima vez las estaciones, cada vez más despacio, con la nariz pegada a la ventanilla y los ojos clavados en algún punto de una oscuridad que desfilaba a toda velocidad al otro lado del cristal. En su reflejo descubrieron algo que hasta ese momento les había pasado desapercibido, algo que durante un solo segundo ocupó toda su atención. Era el rostro de muchos hecho uno, el de los pasajeros del vagón mirándoles fijamente, con la misma expresión vigilante y asombrada en cada cara.
Uno de aquellos repentinos traqueteos que se producían con el cambio de vía, un casi imperceptible parpadeo de las luces, el zumbido breve y agudo de los altavoces que anunciaban la siguiente estación. Cualquier cosa entre estas o ninguna de ellas pudo ser el aviso de que algo estaba a punto de ocurrir, la causa de que todos desviaran la mirada durante una fracción de segundo.
Tal vez por eso nadie supo nunca adonde fueron Don Román y Guillermo. Sólo el guardia vio, y apenas de reojo, como caían las ropas vacías al suelo. Allí las contemplaron en silencio durante un buen rato, arrugadas, unas sobre otras y formando un montón sobre los zapatos.
Ya no hubo más palabras, tan solo miradas incrédulas fijadas entre sí, formando una red que saltó en pedazos al abrirse las puertas en la estación de Ópera. Un río de gente inundó entonces el vagón y rompió la conexión que transmitía una pregunta hecha a gritos, una pregunta sin sentido y sin respuesta. El guardia tomó en su mano la camisa de Guillermo, la miró con la boca entreabierta, y sin llegar a cerrarla, dejó atrás a su compañero para salir en busca de un mundo más lógico y reconfortante. Las puertas se cerraron a su espalda y aquél tren se puso de nuevo en movimiento, se zambulló sin esfuerzo en la boca oscura de un túnel que le llevaría a otra estación, y después de esa a otra, y a otra más...
Al día siguiente, más o menos a la misma hora, los pasajeros fueron prácticamente los mismos que el día anterior, sus trabajos, sus horarios, y la costumbre les reunían a la fuerza en aquél vagón. Rostros familiares coincidían allí casi a diario como si de una cita se tratara. Nadie diría que allí ocurría algo extraño si no fuera porque poco antes de llegar a la estación de Ópera se dejó escuchar el sonido de un coro destemplado, un monótono rezo, un conjuro incomprensible y pronunciado sólo a media voz por todos los que llenaban el vagón.
-... Ópera, Callao, Gran Vía, Chueca,...
Imagen: Annie Mole
miércoles, 14 de julio de 2010
martes, 13 de julio de 2010
viernes, 9 de julio de 2010
COMENTARIO DE TEXTO
Luis Benvenuty nos ha regalado esta semana en "La Vanguardia" un artículo que es todo desperdicio.
"El reino de los borrachos" lo titula, y en él, nos da cuenta pormenorizada con su mirada transeúnte y omnisciente, del paisaje de la Plaza Urquinaona sita en Barcelona.
Sus palabras son las de aquél que pasa de puntillas y tapándose la nariz por dicho lugar debido al hedor y la suciedad que emana de los que han hecho la plaza suya.
"La plaza Urquinaona se está convirtiendo en un reducto de marginados e indigentes que no dejan lugar para el resto de los ciudadanos"
¡Hermosas palabras!
¡Felicidades Benbenuty! Has conseguido dejar de ver a personas con problemas y ya sólo distingues borrachos, marginados e indigentes. Di que sí Benvenuty, gente de mal vivir que no debería molestar a ciudadanos ejemplares como nosotros. Porque tu y yo somos distintos Benvenuty, eso está claro, somos contribuyentes y no parásitos, parásitos rumanos, polacos, ratas provenientes de vaya usted a saber de qué oscura madriguera.
Así que una vez conseguido eso de ver solamente lo que menos incomoda, paseemos Benvenuty, disfrutemos de nuestras respectivas urbes sin el menor asomo de mala conciencia. Pero eso sí, divulguemos antes nuestro malestar acerca de tan desagradables sujetos para que nuestros respectivos alcaldes corten de una vez por lo sano... o para que alguno de nuestros probos conciudadadanos tome de una vez cartas en el asunto y les dé su merecido.
Se me ha acabado la gracia... la he estirado cuanto he podido pero al final...
Por eso te digo Benvenuty que esa gente tirada en los bancos del parque puede que apesten, en eso te doy la razón, pero es una peste que con una ducha (o dos) desaparecerá sin dejar rastro.
“La conversación de la decena indigentes se calienta y convierte en un agrio intercambio de reproches. Las moscas sobrevuelan restos de comida acumulados en los rincones de la céntrica plaza. Los arbustos son improvisados urinarios. Cuatro personas duermen tendidas sobre los bancos. También apestan”
No Benvenuty, las personas no apestan, apestan la suciedad y la sociedad que tu representas (¿será casual el parecido de ambas palabras?)
Algo más difícil será eliminar el tufo racista de tu vergonzoso artículo. Artículo casi pegado al conocido editorial en defensa del estatuto catalán del periódico en el que escribes. Editorial de una unanimidad total en lo que a prensa catalana se refiere. Escalofriante unanimidad que necesitaría muchas duchas para librarse del aroma fascista que desprende todo lo que no sea contestado por siquiera una minoría.
Hazte un favor Benvenuty, pasa una noche a la intemperie en una caja de cartón, una sola noche en la que haga buen tiempo, con eso será suficiente. Verás así que poca gente te pregunta que haces ahí metido, si padeces alguna enfermedad mental, si eres alcohólico, o si simplemente un par de golpes de mala suerte te han sacado de tu cómoda y perfumada vida.
Prueba y verás.
"El reino de los borrachos" lo titula, y en él, nos da cuenta pormenorizada con su mirada transeúnte y omnisciente, del paisaje de la Plaza Urquinaona sita en Barcelona.
Sus palabras son las de aquél que pasa de puntillas y tapándose la nariz por dicho lugar debido al hedor y la suciedad que emana de los que han hecho la plaza suya.
"La plaza Urquinaona se está convirtiendo en un reducto de marginados e indigentes que no dejan lugar para el resto de los ciudadanos"
¡Hermosas palabras!
¡Felicidades Benbenuty! Has conseguido dejar de ver a personas con problemas y ya sólo distingues borrachos, marginados e indigentes. Di que sí Benvenuty, gente de mal vivir que no debería molestar a ciudadanos ejemplares como nosotros. Porque tu y yo somos distintos Benvenuty, eso está claro, somos contribuyentes y no parásitos, parásitos rumanos, polacos, ratas provenientes de vaya usted a saber de qué oscura madriguera.
Así que una vez conseguido eso de ver solamente lo que menos incomoda, paseemos Benvenuty, disfrutemos de nuestras respectivas urbes sin el menor asomo de mala conciencia. Pero eso sí, divulguemos antes nuestro malestar acerca de tan desagradables sujetos para que nuestros respectivos alcaldes corten de una vez por lo sano... o para que alguno de nuestros probos conciudadadanos tome de una vez cartas en el asunto y les dé su merecido.
Se me ha acabado la gracia... la he estirado cuanto he podido pero al final...
Por eso te digo Benvenuty que esa gente tirada en los bancos del parque puede que apesten, en eso te doy la razón, pero es una peste que con una ducha (o dos) desaparecerá sin dejar rastro.
“La conversación de la decena indigentes se calienta y convierte en un agrio intercambio de reproches. Las moscas sobrevuelan restos de comida acumulados en los rincones de la céntrica plaza. Los arbustos son improvisados urinarios. Cuatro personas duermen tendidas sobre los bancos. También apestan”
No Benvenuty, las personas no apestan, apestan la suciedad y la sociedad que tu representas (¿será casual el parecido de ambas palabras?)
Algo más difícil será eliminar el tufo racista de tu vergonzoso artículo. Artículo casi pegado al conocido editorial en defensa del estatuto catalán del periódico en el que escribes. Editorial de una unanimidad total en lo que a prensa catalana se refiere. Escalofriante unanimidad que necesitaría muchas duchas para librarse del aroma fascista que desprende todo lo que no sea contestado por siquiera una minoría.
Hazte un favor Benvenuty, pasa una noche a la intemperie en una caja de cartón, una sola noche en la que haga buen tiempo, con eso será suficiente. Verás así que poca gente te pregunta que haces ahí metido, si padeces alguna enfermedad mental, si eres alcohólico, o si simplemente un par de golpes de mala suerte te han sacado de tu cómoda y perfumada vida.
Prueba y verás.
jueves, 8 de julio de 2010
BAJO LA SUPERFICIE
Eso de mirar bajo la superficie puede llegar a ser toda una forma de vivir. Mirar donde otros no miran, la parte de abajo de la pizza, el escote de una fea... o bajo las olas. Qué más da, el caso es volver la cara de vez en cuando, sobre todo cuando nos mandan mirar al frente.
Parece que los de The Underwater Project no pueden resistirse a la tentación de echar un vistazo bajo la espuma.
Curiosidad, divino tesoro.
Fuente: http://vimeo.com/underwaterpro
Parece que los de The Underwater Project no pueden resistirse a la tentación de echar un vistazo bajo la espuma.
Curiosidad, divino tesoro.
Fuente: http://vimeo.com/underwaterpro
domingo, 4 de julio de 2010
sábado, 3 de julio de 2010
LA NOTICIA DE LA SEMANA
Según los últimos resultados de las investigaciones llevadas a cabo por un reconocido grupo de expertos en los alrededores de la gran pirámide de Giza, se puede ya afirmar con absoluta seguridad, que la serie de papiros encontrados en las excavaciones realizadas al efecto corresponden a una especie de periódico que en tan remota época detallaba las vicisitudes de la construcción de esta y otras pirámides.
Uno de los datos más asombrosos es que, en contra de lo se creía, estas enormes edificaciones no fueron levantadas por esclavos, sino por una especie de funcionarios, empleados por el estado faraónico que eran pagados con algo parecido a nuestro fondo de gasto social.
Pero lo más curioso de todo es que al ser proyectadas, las pirámides no eran tales, sino unas enormes torres parecidas a nuestros rascacielos.
Lo que ocurrió es que a lo largo de los años los recortes sociales crecían y crecían... y los sueldos menguaban, menguaban...
Imagen: El Roto
Fuente de la imagen: La linterna de Diógenes
Uno de los datos más asombrosos es que, en contra de lo se creía, estas enormes edificaciones no fueron levantadas por esclavos, sino por una especie de funcionarios, empleados por el estado faraónico que eran pagados con algo parecido a nuestro fondo de gasto social.
Pero lo más curioso de todo es que al ser proyectadas, las pirámides no eran tales, sino unas enormes torres parecidas a nuestros rascacielos.
Lo que ocurrió es que a lo largo de los años los recortes sociales crecían y crecían... y los sueldos menguaban, menguaban...
Imagen: El Roto
Fuente de la imagen: La linterna de Diógenes
jueves, 1 de julio de 2010
LA VIDA EN UN SEGUNDO
Abro el armario de par en par, con tanta fuerza, que las puertas golpean contra la pared y vuelven a quedar entornadas. Resoplo furioso, intento contenerme por última vez.
Doy vueltas y más vueltas por la habitación, con los brazos en jarras, hasta recuperar cierto sosiego. Saco la primera maleta que encuentro, y la lanzo sobre la cama. En su interior voy amontonando cosas, sin orden ni concierto, sin pensar en lo que hago. Es la mejor manera de no echarme atrás. Un par de calzoncillos, mi trofeo de campeón de bolos, la maquinilla de afeitar, el reloj de bolsillo de mi padre, varias camisas, un libro, unos calcetines, un cinturón, unos prismáticos, una linterna de camping, una caja de música, un rollo de cinta para empaquetar, mi viejo álbum de fotos... en ese momento me quedo pensativo, mirando fijamente todo aquello, un montón de objetos que no significan nada. Sé entonces que por más cosas que guarde en la maleta, tarde o temprano tendré que enfrentarme a lo que más me asusta, al hecho de abandonar esta maldita casa para siempre.
Cierro esa parte de mi vida y mi maleta con la misma decisión. Abro la puerta del dormitorio y salgo al pasillo sin molestarme en cerrarla, bajo las escaleras de tres en tres, cojo el abrigo del perchero; con especial cuidado, me limpio las suelas de los zapatos sobre el felpudo al salir, y no me privo de sellarlo todo con el estampido de un sonoro portazo.
Elijo el nuevo descapotable recién comprado, necesito que el aire fresco me despeje la cabeza, respirar la libertad que durante años se me ha negado, mirar en todas direcciones y no toparme con límites, cuanto menos, con la mirada cruel e implacable de la arpía que hasta este momento he tenido por esposa. Su poder ya no existe, al menos, ya no sobre mí. Estoy seguro de que una vez lejos, ella no perderá el tiempo en seguirme el rastro, su instinto la llevará a la caza de otro hombre al que torturar. Un infeliz que deslumbrado por una vida llena de lujo, terminará por caer en su trampa siniestra, otra pobre víctima a la que nadie creerá cuando confiese que vive con una bruja.
Al principio todo irá bien. Ella es capaz de confundir la mente de cualquiera con alguno de sus poderosos hechizos, le hará creerse el hombre más afortunado del mundo al tenerla a su lado. Poco a poco todo cambiará.
Un día, el menos pensado, él despertará sólo en la cama, sin la sensación de haber soñado, con el vago recuerdo de haberla visto salir por la ventana subida en su escoba en busca de buenas personas a las que hacer desdichadas.
Algo después, una noche cualquiera, ella le llamará desde el otro lado de la ventana, tal y como es, flotando en el aire, riendo a carcajadas, revelando su verdadero y repugnante rostro, señalándole con el dedo para cubrirle de serpientes, o envolverle en ortigas, o el demonio sabe que otra cosa horrible.
A la mañana siguiente, volverá a ser la elegante y seductora mujer de la que se enamoró, y con ella volverán el lujo y la vida fácil, y él querrá creer que todo fue un mal sueño, y tras otra noche en el infierno, dudará de qué parte de su vida es real y cuál pesadilla, y entonces se volverá loco, loco de amor y miedo.
No hay tiempo que perder, dejo la maleta en el asiento trasero, y me siento al volante. Giro la llave de contacto y suspiro aliviado. Un mal presentimiento me había llevado a imaginarme a mí mismo intentando poner en marcha un motor que jamás arrancaría, mirando espantado por el espejo retrovisor para descubrirla plantada en medio de la entrada al garaje, con las manos alzadas y los ojos en llamas, presta a lanzarme uno de sus peores conjuros.
Borro ese pensamiento de mi cabeza, piso el acelerador a fondo, y dejando sendas marcas negras tras de sí, el coche enfila la rampa de salida.
Nada malo ha ocurrido y nada malo va a ocurrir. Quiero reprocharme tanta cobardía, pero la alegría me lo impide. Ahora sí que puedo gritarlo a los cuatro vientos. ¡Soy libre! Y al celebrarlo, acelero un poco más para dar un pequeño salto en el cambio de rasante. La breve sensación de vacío en el estómago me resulta verdaderamente estimulante, y quiero más.
Ansioso por llegar a la autopista, decido ir un poco más deprisa, no va a pasar nada, a estas horas no hay nunca tráfico, el asfalto es firme y seco, las altas prestaciones de un deportivo como este harán el resto. La carretera ante mí y sólo para mí, una curva tras otra, a derechas, a izquierdas, en todas apuro la potencia del motor, pero en ninguna tanto como en la última.
Entonces sucede lo inevitable. Pierdo el control, y tras un breve forcejeo contra el volante, el coche se sale de la carretera, rebasa la franja de grava del arcén, y atravesando un alto pastizal, va a empotrarse contra una valla de piedra.
Todos los sofisticados sistemas de seguridad del coche funcionan a la perfección, la única pieza que falla soy yo mismo al olvidar ponerme el cinturón de seguridad. Un error fatal que pago al salir despedido por encima del parabrisas, muchos metros más allá del coche, a años luz del reino de los vivos.
Lo siguiente fue aquél lugar sin tiempo ni espacio, donde nada anterior a ese mismo instante importaba ya, allí fue donde distinguió la primera de aquellas brumosas imágenes que le rodeaban por todas partes.
Se vio a sí mismo siendo niño, vestido con su primer uniforme de colegio, subido en un pequeño carro tirado por un perro, contra los parterres de la Plaza de Oriente... Espacio en blanco... Su rostro lloroso en medio de otros sonrientes durante su décimo cumpleaños. Sus padres mirándole desde debajo de un gran árbol de navidad... Espacio en blanco... La tierna mirada de su primera novia sentada a la orilla de un estanque. Un gran patio cubierto de charcos en el que unos muchachos persiguen un balón... Espacio en blanco... Espacio en blanco... La entrada principal del cuartel donde hizo la mili y unos soldados lanzando sus gorras al aire... Montando su primera bicicleta... Bailando en una boda... Espacio en blanco... Espacio en blanco... Espacio en blanco... La cara sonriente de la bruja.
Mirándole como solamente ella sabía mirar. Imponiendo, castigando, acusando, juzgando, sentenciando, y condenando, todo a un tiempo. No pudo enfrentarse a aquellos ojos y cerró los suyos, pero fue inútil. Ella seguía allí, siempre seguiría allí, como una imagen grabada a fuego en lo más profundo de su mente.
Sintió un fuerte estremecimiento y sacudió la cabeza, no había muerto, no aún. Estaba tumbado boca abajo en medio del pastizal, la maleta a su lado, al golpear su cabeza se había abierto, todo su contenido desparramado alrededor. Frente a él, las fotos del álbum esparcidas sobre el suelo, unas del derecho y otras del revés. Se armó de valor, tomó la de su mujer entre las manos y asintió con resignación.
Se puso en pie, contempló la negra humareda que surgía desde detrás de las altas hierbas, puso de nuevo las cosas en el interior de su maleta, y tambaleante, enfiló el camino de vuelta a casa.
Imagen: Galería de wOlaechea
Doy vueltas y más vueltas por la habitación, con los brazos en jarras, hasta recuperar cierto sosiego. Saco la primera maleta que encuentro, y la lanzo sobre la cama. En su interior voy amontonando cosas, sin orden ni concierto, sin pensar en lo que hago. Es la mejor manera de no echarme atrás. Un par de calzoncillos, mi trofeo de campeón de bolos, la maquinilla de afeitar, el reloj de bolsillo de mi padre, varias camisas, un libro, unos calcetines, un cinturón, unos prismáticos, una linterna de camping, una caja de música, un rollo de cinta para empaquetar, mi viejo álbum de fotos... en ese momento me quedo pensativo, mirando fijamente todo aquello, un montón de objetos que no significan nada. Sé entonces que por más cosas que guarde en la maleta, tarde o temprano tendré que enfrentarme a lo que más me asusta, al hecho de abandonar esta maldita casa para siempre.
Cierro esa parte de mi vida y mi maleta con la misma decisión. Abro la puerta del dormitorio y salgo al pasillo sin molestarme en cerrarla, bajo las escaleras de tres en tres, cojo el abrigo del perchero; con especial cuidado, me limpio las suelas de los zapatos sobre el felpudo al salir, y no me privo de sellarlo todo con el estampido de un sonoro portazo.
Elijo el nuevo descapotable recién comprado, necesito que el aire fresco me despeje la cabeza, respirar la libertad que durante años se me ha negado, mirar en todas direcciones y no toparme con límites, cuanto menos, con la mirada cruel e implacable de la arpía que hasta este momento he tenido por esposa. Su poder ya no existe, al menos, ya no sobre mí. Estoy seguro de que una vez lejos, ella no perderá el tiempo en seguirme el rastro, su instinto la llevará a la caza de otro hombre al que torturar. Un infeliz que deslumbrado por una vida llena de lujo, terminará por caer en su trampa siniestra, otra pobre víctima a la que nadie creerá cuando confiese que vive con una bruja.
Al principio todo irá bien. Ella es capaz de confundir la mente de cualquiera con alguno de sus poderosos hechizos, le hará creerse el hombre más afortunado del mundo al tenerla a su lado. Poco a poco todo cambiará.
Un día, el menos pensado, él despertará sólo en la cama, sin la sensación de haber soñado, con el vago recuerdo de haberla visto salir por la ventana subida en su escoba en busca de buenas personas a las que hacer desdichadas.
Algo después, una noche cualquiera, ella le llamará desde el otro lado de la ventana, tal y como es, flotando en el aire, riendo a carcajadas, revelando su verdadero y repugnante rostro, señalándole con el dedo para cubrirle de serpientes, o envolverle en ortigas, o el demonio sabe que otra cosa horrible.
A la mañana siguiente, volverá a ser la elegante y seductora mujer de la que se enamoró, y con ella volverán el lujo y la vida fácil, y él querrá creer que todo fue un mal sueño, y tras otra noche en el infierno, dudará de qué parte de su vida es real y cuál pesadilla, y entonces se volverá loco, loco de amor y miedo.
No hay tiempo que perder, dejo la maleta en el asiento trasero, y me siento al volante. Giro la llave de contacto y suspiro aliviado. Un mal presentimiento me había llevado a imaginarme a mí mismo intentando poner en marcha un motor que jamás arrancaría, mirando espantado por el espejo retrovisor para descubrirla plantada en medio de la entrada al garaje, con las manos alzadas y los ojos en llamas, presta a lanzarme uno de sus peores conjuros.
Borro ese pensamiento de mi cabeza, piso el acelerador a fondo, y dejando sendas marcas negras tras de sí, el coche enfila la rampa de salida.
Nada malo ha ocurrido y nada malo va a ocurrir. Quiero reprocharme tanta cobardía, pero la alegría me lo impide. Ahora sí que puedo gritarlo a los cuatro vientos. ¡Soy libre! Y al celebrarlo, acelero un poco más para dar un pequeño salto en el cambio de rasante. La breve sensación de vacío en el estómago me resulta verdaderamente estimulante, y quiero más.
Ansioso por llegar a la autopista, decido ir un poco más deprisa, no va a pasar nada, a estas horas no hay nunca tráfico, el asfalto es firme y seco, las altas prestaciones de un deportivo como este harán el resto. La carretera ante mí y sólo para mí, una curva tras otra, a derechas, a izquierdas, en todas apuro la potencia del motor, pero en ninguna tanto como en la última.
Entonces sucede lo inevitable. Pierdo el control, y tras un breve forcejeo contra el volante, el coche se sale de la carretera, rebasa la franja de grava del arcén, y atravesando un alto pastizal, va a empotrarse contra una valla de piedra.
Todos los sofisticados sistemas de seguridad del coche funcionan a la perfección, la única pieza que falla soy yo mismo al olvidar ponerme el cinturón de seguridad. Un error fatal que pago al salir despedido por encima del parabrisas, muchos metros más allá del coche, a años luz del reino de los vivos.
Lo siguiente fue aquél lugar sin tiempo ni espacio, donde nada anterior a ese mismo instante importaba ya, allí fue donde distinguió la primera de aquellas brumosas imágenes que le rodeaban por todas partes.
Se vio a sí mismo siendo niño, vestido con su primer uniforme de colegio, subido en un pequeño carro tirado por un perro, contra los parterres de la Plaza de Oriente... Espacio en blanco... Su rostro lloroso en medio de otros sonrientes durante su décimo cumpleaños. Sus padres mirándole desde debajo de un gran árbol de navidad... Espacio en blanco... La tierna mirada de su primera novia sentada a la orilla de un estanque. Un gran patio cubierto de charcos en el que unos muchachos persiguen un balón... Espacio en blanco... Espacio en blanco... La entrada principal del cuartel donde hizo la mili y unos soldados lanzando sus gorras al aire... Montando su primera bicicleta... Bailando en una boda... Espacio en blanco... Espacio en blanco... Espacio en blanco... La cara sonriente de la bruja.
Mirándole como solamente ella sabía mirar. Imponiendo, castigando, acusando, juzgando, sentenciando, y condenando, todo a un tiempo. No pudo enfrentarse a aquellos ojos y cerró los suyos, pero fue inútil. Ella seguía allí, siempre seguiría allí, como una imagen grabada a fuego en lo más profundo de su mente.
Sintió un fuerte estremecimiento y sacudió la cabeza, no había muerto, no aún. Estaba tumbado boca abajo en medio del pastizal, la maleta a su lado, al golpear su cabeza se había abierto, todo su contenido desparramado alrededor. Frente a él, las fotos del álbum esparcidas sobre el suelo, unas del derecho y otras del revés. Se armó de valor, tomó la de su mujer entre las manos y asintió con resignación.
Se puso en pie, contempló la negra humareda que surgía desde detrás de las altas hierbas, puso de nuevo las cosas en el interior de su maleta, y tambaleante, enfiló el camino de vuelta a casa.
Imagen: Galería de wOlaechea
Suscribirse a:
Entradas (Atom)