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sábado, 15 de junio de 2019

RIVERA Y SU PELO DE COÑO


No es algo malo en sí mismo, puede llegar a ser incluso saludable... todos tenemos nuestro particular pelo de coño... ese pelo de coño que según el refranero popular tira más que un carro de bueyes (y ya es tirar)... ese pelo de coño que como cable de acero nos ata, nos obliga y atrae de tal manera, que toda duda, toda conveniencia, y toda costumbre queda en nada... ese pelo de coño que se aferra a nuestra más íntima naturaleza y nos arrastra hasta donde jamás pensamos que alguien se dejaría arrastrar.

En el caso de Albert Rivera la cosa pasa a mayores y sobrepasa incluso la medida que los más pesimistas le pronosticábamos... porque el caso de Rivera es especial, al menos en lo que a sociópatas electos se refiere.

Recordemos, ahora que aún podemos, a aquél joven apuesto, locuaz y prudente que no hace mucho arrebató a Iker Casillas el puesto de "yerno de España"... recordemos su saber estar y su aplomo al bregarse en dura pugna durante las fangosas sesiones del Parlament de Catalunya... recordemosle casi siempre victorioso contra aquél delirio nacionalista periférico que daba por catalana de pura cepa a Santa Teresa de Jesús, o catalán de pro al mismísimo Cristobal Colón, o que situaba la milenaria y misteriosa Tartessos en el mismo centro de Tarrasa (y todo eso para demostrar que el suelo que se pisa pertenece a unos y no a otros). Aquél Rivera encandilaba sin esfuerzo (y sin programa) al graderío de la política española con tal facilidad que apenas si necesitaba repetir sus alegatos en defensa de la unidad de la patria cuando algún impertinente le preguntaba por chorradas como pensiones, paro, o modelos industriales... ya lo hacían los grandes medios por él.

Recordemos también sus iniciales autoproclamaciones como colono y gran maestre de la nueva política, como adalid de la regeneración del sistema, o cuando más hiperventilado parecía, como gran esperanza blanca de un extraño bicho negro llamado "partido de centro-izquierda". Les juro que fue así.

De aquél Rivera no queda nada... o mejor dicho... es como si nos lo hubieran cambiado por su primo... un Primo de Rivera. Un nuevo-viejo muñeco, que parece el mismo, pero de carácter más amargo, más sudoroso, más rabioso, menos práctico. Este Primo de Rivera ya no mea colonia ni en privado, muy al contrario, ahora parece obsesionado con marcar su territorio en praderas alejadas de las que se supone debía ocupar... este Primo de Rivera ha renunciado a todo, al centro-izquierda, al centro mismo, al liberalismo, e incluso al puesto de copiloto que los amos de todo le tenían reservado junto a Pedro Sánchez, para tras adecuado rodaje, convertirse a la postre en el futuro y modernísimo líder que este país necesita para afrontar los desafíos venideros... este Primo de Rivera ha salido de las sombras y prefiere plantarse cara al sol, porque cara al sol es donde más cómodo se encuentra, porque cara al sol es ese lugar al que le arrastra ese pelo de coño al que le es imposible oponer resistencia.




He de ser justo... tal vez le exijo demasiado... tal vez aquellos que lo parieron le piden que sea lo que no puede ser. Demasiado ha pasado el pobre Albert para no vestir su traje de falangista una sola vez en público e intentar rellenar la pantalla para que no se vieran los asientos vacíos de cada bolo... el vacío de un algo que nunca ha sido un partido político sino más bien un bancario, carísimo y mediático buñuelo de viento electoral sin nada dentro, sin estructura, sin cuadros, sin afiliados, sin un mínimo rebaño de fieles que sumen más de seis adultos y cinco niños en toda una apertura de campaña nocturna y en un lugar elegido, como el castellano pueblo de Pedraza.






Pero ya todo esto es pasado... el futuro es lo que ahora preocupa a nuestro Primo de Rivera, un futuro en el que sólo cabrán los valientes más derechitos y los que se dejen mantener a raya... un partido despiadado, moderno y sin complejos... un partido con unas fauces lo bastante poderosas como para devorar a esas dos restantes partes de lo que junto a Ciudadanos nunca ha dejado, ni dejará de ser, el gran partido de la ultraderecha española... unas fauces tal vez lo suficientemente grandes, como para terminar devorándose a sí mismo.






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