No podía describirlo de otro modo, un repentino e indoloro fundido en negro.
Hasta ese instante todo había sido normal, como en cualquier otro sueño, agradable a veces, inquietante otras, pero siempre impregnado de sólidos colores. Manuel siempre soñó en colores. Ahora lo hacía en negro.
Pensó en ello durante un momento y se extrañó. Llegó a la inquietante conclusión de que ya no dormía. Con un brusco movimiento abrió los ojos, separó los párpados cuanto pudo, y persistió el fondo negro.
La oscuridad era tan absoluta, que ya desde un principio, descartó que aquello se debiera a la simple ausencia de luz en la habitación, siempre habría tenido que encontrar un minúsculo resto de claridad en alguna parte, y allí no había ninguno. Se obligó a parpadear con fuerza, una y otra vez, se pellizcó las mejillas con la punta de los dedos, y entonces sintió miedo.
Contuvo la respiración, su miedo crecía y comenzaba a transformarse en pánico, lo hacía como lo haría una ola, acumulándose, creciendo y a una distancia cada vez menor, prometiendo una embestida brutal e innegociable. Quiso pararla, alejarse de ella al menos, pero fue inútil. La ola lo atrapó, le inundó por dentro, ni la más pequeña partícula de su ser consiguió escapar de aquél terror.
-¡Estoy ciego! –gritó una sola vez.
Pronunció aquellas palabras y tuvo la sensación de que no eran suyas. Rezó por que todo fuera un mal sueño.
Cuando ya no hubo más lágrimas, tomó la decisión de intentar levantarse. Al sentir el suelo bajo las plantas de sus pies ganó en fuerzas, las suficientes para al menos para mantenerse erguido. Se sintió solo. Tanteo la nada que le rodeaba con las manos abiertas, buscó algo a lo que aferrarse. No lo encontró. ¿Dónde están todos? Avanzó entonces a tientas, tambaleante, arrastrando los pies, quizá para no perder el único contacto con lo que antes era el mundo.
Al fin encontró la pared. Se agarró a ella con desesperación, con ambas manos, con todo el cuerpo. Tras un momento de duda, comenzó a golpear aquella superficie fría y extrañamente sólida. Se detuvo para poder escuchar una posible respuesta. No hubo ninguna. Regresó el pánico. Se sentía cada vez más solo, tanto que dolía.
Sus puños embistieron sin cesar, hasta estar seguro de sangrar por los nudillos heridos, también gritaba, hasta sentir rota la garganta, pero mientras lo hacía, no escuchó ni el más ligero sonido. La sensación de soledad le aplastaba, le impedía hasta respirar, por eso dejó de gritar y de llorar. Entonces pudo pensar. Estaba ciego y sordo.
¿Y ahora qué? Se preguntó. ¿Qué le quedaba por intentar? ¿Vivir el resto de sus días agarrado a aquella pared? Solo y en aquél horrible silencio ¿Y si estaba muerto? ¿Sería aquello el infierno? Si lo era, no podía ser peor, no había modo más cruel de pagar por los pecados.
Lo que quedaba del hombre que fue se rebeló contra esa idea. Nunca creyó en cielos ni en diablos, y tampoco creía ahora. Estaba vivo, tenía que estarlo, era lo único que sentía y debía aferrarse a ello. Tal vez por eso, Manuel pensó en matarse.
Durante un tiempo se concentró en el cómo. No había encontrado nada en su largo viaje desde la cama. Tenía que hacerse con algún objeto punzante. ¿Estaba dispuesto a ir en su busca? ¿Y si todo se había convertido en un infinito espacio vacío? Vagaría sin rumbo eternamente... no podía arriesgar su pared. Su pared era el límite del infierno, el punto más cercano al otro lado.
Volvió a pensar en el suicidio. Probó a dejar de respirar. Pocos segundos después se maldijo por tan estúpida idea. Intentó estrangularse a sí mismo, lo intentó con todas sus fuerzas. Golpeó con la cabeza en la pared, sin descanso, con rabia, hasta no sentir siquiera dolor, con la cara empapada de algo húmedo y caliente... entonces fue cuando percibió la señal desde el otro lado.
Sólo era una ligera vibración que llegaba desde alguna parte de la pared hasta las yemas de sus dedos. Aguantó la respiración para estar seguro de que no la imaginaba. La señal era real. Se desplazó un paso hacia la derecha en su busca, rastreando con las manos y los brazos extendidos, como lo haría una araña en su tela. La señal se debilitó hasta casi desaparecer. El pánico regresó raudo y veloz. No podía perderla, era lo único que tenía. Tropezando consigo mismo, más pegado a la pared que nunca, dio varios pasos más a la izquierda, y la señal volvió. Esta vez con más fuerza, dejándose sentir ya no solo en sus dedos, sino en su cara, en su pecho.
La emoción borró por completo de su mente cualquier otra idea. Dar con el origen de aquella vibración, nada había más importante, nunca lo hubo. Estaba muy cerca, por eso crecía su intensidad a cada paso, un poco más, y estaría justo al otro lado.
Entonces sus dedos tropezaron con algo. Un obstáculo, el perfil de algo que sobresalía de la pared, grande y con una textura completamente diferente. Sus manos le dijeron mucho más. Le dijeron que aquello era incluso más alto que él, que se prolongaba hasta más allá de su alcance, y que allí estaba el punto de donde procedía la señal.
Manuel no lo dudó ni un instante, lo arriesgaría todo, dejaría la pared y se lanzaría sobre lo desconocido. Nada más hacerlo se reprochó tanta estupidez. Por primera vez desde que despertara, algo parecido a la alegría se abrió paso en su corazón. Era una puerta. Una simple y maravillosa puerta.
No pudo abrirla, pero enseguida encontró el punto exacto de donde procedía la vibración, alguien o algo golpeaba desde el otro lado, a veces solamente la rozaba. Su ritmo se hacía más y más lento, sus pausas se alargaban a medida que pasaba el tiempo. Quiso responder y no pudo. Gritó y gritó aún sabiendo que era inútil. Tenía las manos destrozadas, su cabeza no soportaría un solo golpe más antes de desmayarse, la necesitaba despejada si quería pensar qué hacer, lo intentó con los pies y a punto estuvo de perder el equilibrio y caer de espaldas ¿sería capaz entonces de encontrar de nuevo la puerta antes de que callara la señal? Pero podía arañarla, quizás eso se pudiera escuchar desde el otro lado.
Al intentarlo se maldijo de nuevo. Su mano más dolorida había tropezado con algo duro y firme. Aquella puerta, como casi todas las puertas, tenía un pomo. Se agarró a él con todas sus fuerzas, siendo plenamente consciente de que todo dependía de que aquella pieza girase y poder al fin escapar. El infierno quedaría atrás para siempre, la oscuridad que le atormentaba quedaría allí atrapada y la soledad... Manuel no encontró un pensamiento para definir la angustia que le causaban las palabras “eternamente solo”
...
Con una concentración infinita, el dedo de la joven enfermera dibujó el trazo de una nueva letra en el dorso de aquella mano.
-Despierte Manuel, haga lo posible por volver. Las pruebas no dicen nada nuevo, las lesiones son graves, pero eso no es lo más importante. Ha de luchar un poco más, no se rinda, resista y viva Manuel.
-¡Déjenlo ya por dios! Se lo suplico doctor... ¡Es que no ven que es inútil! No le torturen más a él y no nos torturen más a nosotros, ustedes mismos lo dijeron, aunque despertara, ha quedado sordo y ciego, posiblemente no vuelva a hablar, ni a moverse, nada va a poder...
-Me acaba de apretar la mano –dijo la enfermera sin dejar de trazar líneas con su dedo.
-¿Está segura? Pero eso no puede ser... los resultados de las pruebas no dejan lugar a dudas... y aún así... ¡Continúe enfermera! No deje de hablar con él, que no se marche de nuevo. Siga escribiéndole en la mano, dígale que no está solo, que su familia está aquí –gritó el médico acercándose al cabecero de la cama.
Muy lentamente, una sonrisa se asomó a los labios de Manuel, tanto como las primeras lágrimas a los ojos.
-¡Llora! Llora y sonríe... está llorando de felicidad. Es porque no sabe que ha quedado sordo y ciego... ¿Cómo se lo diremos? –dijo la mujer sin dejar de llorar.
-Ya lo sabe. Yo se lo he dicho –añadió la enfermera mientras dibujaba una nueva letra en la mano de Manuel.
-¿Y cómo se puede ser feliz así? –preguntó la mujer.
-No creo que se pueda –respondió el médico.
Imagen: __M o r g a n F u s e 's D e a d .__
Gracias, Pelayo. Es emocionante el mini relato. Me recuerda a la película 'Johnny cogió su fusil'.
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