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sábado, 27 de noviembre de 2010

LA LECCIÓN DE ARCHEOPTERIX

"Para un niño de nueve años, la evolución es una especie de fuerza mágica que hace que cuando Charmander se cabrea, eche rayos de colores y se convierta en Charizar. Puede parecer que no es una edad para explicar algo más complejo, pero la verdad es que la transformación del Pokemon no es mucho más fácil de entender que la que sucedió en la tierra para que pithecantropo pasara a homo. Por eso decidí el otro día explicarle a mi hijo un poco de la teoría evolutiva.

La visión de la evolución que circula popularmente es bastante deficiente. De ahí los -lógicos- ataques que recibe por parte de escépticos y creacionistas. La propia palabra evoluciones engañosa, porque presupone progreso, cuando en la evolución no tiene sentido el concepto de progreso. Sólo variedad : la multiplicación y la diezmación. Seguramente sea una herencia de nuestra cultura judeo-cristiana, el sustituto del Dios creador : si no nos ha creado Dios, nos ha creado la evolución, con la misma inevitabilidad que aquél. El hombre, la inteligencia, tenían que aparecer. La realidad que yo estaba explicándole a mi hijo era que los organismos cambian, sin motivo ni dirección. Algunos de esos cambios le dan una ventaja que harán que tenga más descendencia mientras otros la reducen. Muchos cambios son neutros. Todos son improbables. Los cambios -a mi hijo no le digo palabrotas como mutación- benéficos, los que hacen que se adapte mejor al medio, harán que los organismos se impongan y superen en número a los otros : los más rápidos huirán de los enemigos, los más fuertes ganarán en las luchas, y los de cuello más largo comerán las hojas más altas. Pero ésto es localmente, a corto plazo -geológico, claro- A largo plazo, la adaptación local tiene menos importancia, porque el mundo cambia. Cuando al final del devónico cambiaron las propiedades físico-químicas del mar, el 90% de las especies desaparecieron. Cuando al final del jurásico un meteorito chocó contra la tierra, los animales más grandes no pudieron superar el frío. Y cuando el hombre invadió todos los hábitats, las feroces águilas se están extinguiendo, y gallinas y palomas se convierten en las especies predominantes.

Estábamos dando un paseo por la playa de Gradín. Una garceta y una garza real buscaban cangrejos en la arena. Un cormorán pasaba volando a ras del mar, con una precisión milimétrica. Dos correlimos en celo se perseguían dando en el aire giros imposibles. Las gaviotas buscaban cualquier resto que comer.

Entonces le hablé de Archeopterix.

Hace 65 millones de años -le dije- la tierra estaba poblada por dinosaurios. Estaban los fuertes Triceratops, los feroces Tiranosaurux Rex, los enormes Brontosaurus. Había muchísimas variedades diferentes. Y entre éstas, un dinoraurio mucho más pequeño, que no era fuerte, ni rápido, ni fiero, que además era muy raro porque había desarrollado unos brazos muy largos, con dedos larguísimos separados, y unas escamas también más largas de lo normal. Habitualmente era torpe, y se tenía que esconder para no ser comido por los depredadores. Los brazos, que habitualmente eran un estorbo, le servían para calentarse o enfriarse rápidamente. Cuando salía de su escondite, extendía los brazos al sol y se calentaba. Cuando los plegaba, se cubría y conservaba el calor. Si los extendía a la sombra, se enfriaba. No era un dinosaurio especialmente exitoso, y apenas tenía importancia rodeado de sus primos jurásicos, que eran más grandes, más fuertes, más poderosos.

Y no les sirvió de nada.

Porque un meteorito chocó contra la tierra. El planeta se cubrió de polvo no un día ni un año: cientos de años. La tierra se enfrió y los grandes dinosaurios, entre el frío y la falta de comida, terminaron por extinguirse. Mientras tanto, el pequeño Archeopterix salía y extendía sus brazos al escaso sol y se calentaba lo suficiente para seguir vivo. Junto a él, unos pequeños y curiosos animales, como ratones, completamente inadvertidos hasta entonces, no sólo sobrevivían, sino que, gracias a que tenían una cosa llamada pelo para protegerse del frío, iban en aumento : eran los mamíferos.

Al cabo de unos pocos millones de años, el panorama en la tierra había cambiado completamente. Extintos tantos animales, lo que había quedado eran, sobre todo mamíferos, que empezaban a existir en una variedad inmensa, y entre los saurios, apenas los lagartos más pequeños. Y Archeopterix. Archeopterix, poco a poco, fue también cambiando. Los largos brazos seguían adaptándose y las escamas crecieron aún más, ramificándose.Un día, un archeopterix, escapó de un depredador con una técnica nunca utilizada hasta entonces : volando. Aquellos brazos tan raros, evolucionados para calentarse, servían de repente para algo completamente nuevo : volar.

Mi hijo me miraba un poco extrañado, y entonces yo señalé los pájaros que teníamos delante: "esos que ves, todos los pájaros de la tierra, son descendientes de aquel dinosaurio tan ridículo: el Archeopterix. El único que tuvo éxito. El que sobrevivió

Esta historia que yo le contaba a mi hijo es una historia real. Es Historia. Y contiene una lección importante que yo quería transmitirle: está bien adaptarse al entorno, está bien ser eficiente, bueno en el mundo y en la sociedad. Pero, cuando las cosas cambian, es fundamental tener alguna de esas cosas tan extrañas que habitualmente parece que no sirven para nada, como los brazos ridículos del Archeopterix. Porque nosotros no tenemos que esperar a que llegue un meteorito: las cosas ya cambian, día a día, muy deprisa a nuestro alrededor. Y apostar nuestra supervivencia a la especialización de una habilidad es peligrosísimo. Por eso yo le digo a mi hijo que sí, que estudie, que aprenda cosas útiles, que sea médico, o ingeniero o mariscador. Que sea válido y eficiente en la sociedad. Pero también que lea cómics, filosofía, paleontología y poesía. Que aprenda música clásica y pintura moderna. Que visite pueblos abandonados, que conozca culturas, que camine por el monte de noche. Que haga cosa completamente inútiles, absurdas, que no valen para nada. Porque un día, esas cosas, no solo le pueden salvar la vida, sino que serán las alas que, como al Archeopterix, le pueden hacer, un día, volar."

Pdta:
Como dijo el poeta, "la vida es una sombra que camina, un pobre actor que se pavonea y parlotea su papel en el escenario. Nada más. Un cuento contado por un idiota, lleno de ruido y furia, que no significa nada."
Pero a veces, en medio de todo eso, uno se tropieza con personas que tararean una canción muy bajito, como si te cantasen en secreto. Uno de ellos se llama Juan Otero, y yo soy su amigo.

Gracias Juan
Vía: A cova do congro
Imagen: comunidad.terra.es

1 comentario:

  1. Gracias, Pelayo.
    Esta noche nos vemos en nuestra particular tertulia de archeopterix, donde los pequeños y ridículos inadaptados nos reunimos a tratar de entender el mundo, mientras aguardamos esperanzados al meteorito que extermine a los grandes dinosaurios especializados del capitalismo jurásico.

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