Me preocupa que a ojos de un medio de comunicación (aunque se trate de quien se trata) parezcamos tan estúpidos como para no merecer un mejor engaño. Este que verán es un reportaje convertido en una broma, una burda parodia sin demasiada preparación en la que nadie tiene aspecto de ser lo que sugiere.
¿Está la sociedad española tan mal como para ver estas imagenes y no escandalizarse? No hablo de criterios conservadores o progresistas, ni de izquierdas o derechas... una cosa así parecería ridícula incluso con el volumen a cero.
La sagrada profesión de informar se encuentra en claro estado de descomposición, y esta pústula lo confirma. Muchos han sido los casos en que, como uno solo, los trabajadores del periodismo deberían haber levantado la voz para denunciar la situación de vergonzante desprestigio y control a que se ven sometidos. En alguna parte deberían haber conservado un jirón de eso que posee todo buen periodista, el respeto hacia sí mismo y hacia su profesión.
La actual es la lógica consecuencia de redacciones trufadas de esos nuevos esclavos llamados becarios, del pánico a ser despedido, de las indecentes condiciones de la mayoría de los que consiguen malvivir de su trabajo, de sus contratos por obra, y si los indignados no lo remediamos, de la futura reforma laboral que terminará por afianzar las mordazas.
La inminente reforma laboral... una valiosa herramienta cuyo uso un millón será acallar por completo a los pocos que se resisten a informar al dictado.
Aún así no desespero. Siempre quedan supervivientes, la condición humana es también así. Alguna pequeña aldea gala siempre se resistirá a esos locos romanos, buscarán (y encontrarán) esos diminutos resquicios por los que hacerse oír a pesar de convertirse en mártires de la causa, y pagar su atrevimiento con un discreto despido, o con un precario puesto justo en el umbral de la puerta de salida.
Salvo estas escasísimas excepciones, el periodismo ha rebasado definitivamente la gruesa línea que le separaba de la sistematizada censura al servicio del poder financiero y político. Lo ha demostrado con creces ocultando durante muchos meses lo que ocurría en Islandia y lo demuestra cada día.
Ahora, con este patético botón de muestra, va un poco más allá y entra de lleno en el pantanoso territorio del esperpento y lo absurdo mientras la mayor parte de la profesión se autocomplace en destacar lo mucho que aún les separa de reportajes así.
Me temo que, si alguien no lo remedia, la credibilidad profesional y personal de los que nos cuentan el mundo pronto dejará de existir, y sus pedazos pasarán a formar parte de esa infecta charca ya colmada de "Norias" y "Salvames de luxe".
Insisto, es inútil engañarse. No es ya un problema de Intereconomía o de Radio María, estos son solo la punta de un enorme iceberg compuesto de muchos otros medios que, tal vez por parecer honestos, son incluso más peligrosos.
El aspecto de insultante astracanada de los primeros nos protegerá de ellos, pero... ¿como defenderse de los que tras un telón moderno e impoluto, callan, censuran y tergiversan cuando la información contraviene los intereses del grupo empresarial que paga las nóminas?
La prensa libre, las opiniones independientes, la critica honesta, y cuantas formas tuvo un día eso que conocíamos por libertad informativa descansan en paz, enterradas bajo toneladas de miedo a ser señalado al mentar la bicha, esa cosa innombrable que derribaría los muros que hoy nos impiden ver más allá de nuestras narices, esa cosa difusa, temible y siempre añorada llamada verdad. No la verdad absoluta y dogmática que tanto pretenden algunos, sino la otra, la verdad comprometida y por eso incompleta, la real o la imaginada, tanto da. Esa que nunca engaña y nunca defrauda porque sale del corazón.
Contemplen la tragedia del periodismo. Pueden reírse... pueden llorar... pero no olviden rezar por el difunto.
No puede ser, es una parodia...
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