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lunes, 26 de noviembre de 2012

¡VISCA LES CADENES!




Hace dos siglos, a las mismas puertas del Palacio Real, una multitud saludaba la llegada de la iniquidad hecha rey. Fernando VII (El deseado) regresaba a Madrid, y lo hacía con cierta añoranza por el amable cautiverio a que Napoleón le había sometido en Valeçay.

Durante su ausencia, los españoles se desangraron en su lucha contra el francés, y al tiempo que recortaban los poderes del clero y su influencia en la vida política, habían escrito, nada más y nada menos, que la primera Constitución española. El rey, sin tomar partido por nada ni nadie, esperó cómodamente y en silencio a que la guerra terminara... hasta que llegó el momento de ofrecerse como salvador de su reíno.

España estaba sumida en la más absoluta ruina económica, el hambre, el miedo, y la ignorancia se unieron para dar forma a un fervoroso sentimiento patriótico que cubrió cada rincón del mapa. Fue entonces cuando nuestra parte más irracional se hizo más visible. La desconfianza y el recelo hacia lo extranjero se convirtió en dogma, el país entero pareció encogerse sobre sí mismo, la salvación tenía que llegar desde dentro... porque una vez liberados del invasor, la prosperidad solo podía venir de la mano de su rey.

Poco tiempo después, Fernando VII contemplaba orgulloso a los que atestaban las calles, a los hombres y mujeres que le aclamaban cubiertos de harapos y miseria,  a los que apartaban a la guardia para llegar hasta los caballos que tiraban de su carruaje, a los que desenganchaban los aperos y se los ceñían al el pecho. Súbditos convertidos en bestias de carga, desarrapados, ansiosos por demostrar a su rey que volvían a ser siervos del poder, y que aquellas absurdas ideas sobre la igualdad y la libertad, no eran más que aviesos ataques a la soberanía de la patria.

Así es como todo un pueblo quedó sumido en la oscuridad durante otro siglo y medio. Así es como ante el peligro de que los españoles se sintieran por primera vez ciudadanos y no siervos, se regresó a la injusticia, al absolutismo, a los tribunales de la Santa Inquisición, a la represión, a la razón del más fuerte, y las dictaduras.

El francés y sus falsas promesas de revolución habían de ser expulsados, perseguidos, y aniquilados. Ya nada importaba más que la patria, que las tradiciones, que la identidad, que los símbolos, que el Borbón... fuera este más o menos cruel, más o menos tirano, más o menos traidor... 

"El Deseado" era su rey, y ellos sus vasallos... pero todos españoles. Por eso no pensaron en la fraternidad, ni en la igualdad, ni en la libertad... por eso, habiendo podido elegir su propio destino, eligieron gritar mientras tiraban del carruaje: ¡Vivan las cadenas! ¡Vivan las cadenas! ¡Vivan las cadenas!

...

Hoy las páginas de los periódicos se llenan con los análisis sobre los resultados de la elecciones en Cataluña. Sesudas conclusiones, atinados pronósticos, vencedores y vencidos, el escrutinio al 99.99 %...

Pero nadie parece asustado por la orgía nacionalista en que se ha convertido ese festival de la ignominia... nadie parece recordar quién financia cada cartel, cada pegatina, cada segundo del aquelarre en el que se da vida a seres muertos... candidatos de piel sudorosa que sueñan con ese pedazo de pocilga que les falta... ellos, con las manos en los bolsillos para manosearse a tiempo, antes de que todos se den cuenta de la brutal erección provocada por ese último escaño... ellas, como ellos... tanteando con disimulo la calculadora que esconden bajo las faldas.

Y por cada diez minutos de ese trágico esperpento... una nueva familia es sacada a rastras de su casa... y por cada canapé, una lágrima derramada... y por cada mentira, el llanto de un niño... y por cada falsa sonrisa, un imbécil sacudiendo una banderita.

Que pase pronto... solamente eso pido. Que recojan sus pancartas y apaguen los focos, que la injusticia duele mucho más si se viste de fiesta, que cierren de una maldita vez el "Caso Palau", que les den a todos por su 3%, que acaben de una vez con aquello que un día llamaron "estado de bienestar", que nos condenen a una nueva reforma laboral, que nos cobren otro euro por receta, que la pobreza se convierta en nuestro modo de vida, que no se investiguen las cuentas corrientes en Suiza, que nos apaleen al entrar y salir de los comedores sociales, que Cataluña y Madrid se declaren la guerra y todo salte por los aires... porque a lo que parece, sólo así callarán de una maldita vez... porque por más siglos que pasen, no sólo no aprendemos nada... sino que lo olvidamos todo.

Todos estos reyezuelos de segunda mano son los nuevos "Deseados". Son los mismos que las ejecutivas de los partidos nos proponen para ser votados cada cuatro años, y siempre traen incorporado su propio juego de cadenas. 

Lo que todavía no alcanzo a comprender es como tanto desarrapado confía en que estos pueden ser distintos si los aparatos que los seleccionan siguen siendo los mismos. Esta casta de deseados  no buscan sino su provecho y remachar nuestras cadenas.

Fernando VII, apenas descendió de su carruaje, suprimió todas las leyes que no se ajustaban a sus intereses absolutistas... y cuando, sus privilegios se vieron comprometidos por las protestas y la nueva realidad social, llamó a las puertas de la Europa más reaccionaria para que acudieran en su ayuda (Los Cien Mil Hijos de San Luis)  y arrasaran de nuevo toda España.

Hoy ha sido Artur Mas, pero mañana será otro... alguien que acomodado en un apacible refugio apartado de los focos... sin sufrir desgaste y sin mover un dedo... sin arriesgar en una sola propuesta concreta, aguardando a que broten las primeras flores en esta guerra llamada crisis... enarbolando una bandera y señalando a los culpables... a los madrileños, a los catalanes, a los inmigrantes, a los funcionarios, cualquiera servirá.

Entonces le subiremos en una carroza dorada y tiraremos de él... y lo haremos sin necesidad de látigo... solo con la ilusión de ser nosotros otra vez... con la sempiterna ceguera que nos impide descubrir que los "Deseados" no están para resolver nuestros problemas, que son simples lacayos de los nuevos usureros llamados "Mercados", que nuestras banderas son nada, que nuestras ilusiones identitarias son menos que nada, que nuestro destino ya ni siquiera está en sus manos... porque ha sido realquilado... convertido en una simple comisión por buen servicio.









5 comentarios:

  1. Repasando la historia de este desgraciado país llegamos a la conclusión de que:

    1.Somos uno de los pueblos más manejables del planeta por indolentes y conformistas.
    y 2.Hemos tenido siempre y seguimos teniendo los peores dirigentes del planeta.

    Para llorar.

    Magnífica entrada Pelayo. Ante tanta desinformación como estamos sufriendo estos días,entradas como estas son las que deberían abrirnos los ojos y encendernos el corazón para no quedarnos quietos ante tanta injusticia y tanto abuso.

    El vídeo,igualmente esclarecedor.

    Gracias por compartirlo.

    Saludos.

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  2. Gracias por compartir con nosotros tus reflexiones.

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  3. Somos los tontos de la banderas...que país señor!

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