Intento comprender.
Es una buena costumbre que he adquirido con los años antes de empezar a odiar.
Sé muy bien que no es la primera vez y que muy posiblemente volverá a ocurrir, por eso llevo un tiempo dándole vueltas y más vueltas a lo sucedido en La Plaza de Cataluña. Quiero dar con la explicación, el motivo que puede impulsar a un ser humano a golpear salvajemente y con saña a personas desconocidas e indefensas.
La violencia es un instrumento. Es algo que se reproduce constantemente en la naturaleza, es esa cuchilla que en manos de un cirujano salva una vida y la arrebata en manos de un asesino.
Nadie en su sano juicio renegaría de la violencia empleada para rescatar a una mujer de manos de un maltratador, nadie reprocharía un proporcionado acto de fuerza que impida una tragedia irreparable. Lo que no es comprensible ni tolerable es el ensañamiento, la crueldad gratuita ejercida bajo la impunidad y el amparo de un poder público.
¿Es culpable quien ordena ejercer esa violencia innecesaria? Por supuesto que lo es. Pero a mí más me preocupa la mano ejecutora de esa orden. La materia que la compone y las razones que la mueven.
Al fin y al cabo, es mucho más sencillo levantar un teléfono que alzar un brazo armado ante un rostro que suplica.
Quisiera conocer el modo en que se construye un monstruo, un hombre que por un momento renuncia a lo que le hace humano. Desearía descubrir el proceso por el que alguien que se supone lleva una vida normal, es transformado en una bestia sin rastro de compasión.
Contemplo la imagenes y pruebo a poner un rostro en uno de esos uniformes negros, le intento imaginar llevando a sus hijos al colegio, cogiendo las vueltas que le ofrece la cajera del supermercado, dando los buenos días a un vecino que cruza en la escalera, regresando a casa tras un día de trabajo y besando a su mujer... pero no puedo.
Nadie que sea capaz de algo como lo que se ve en estos vídeos puede tener una vida normal.
A estas alturas, ni el más truculento guión de cine nos intentaría hacer creer que quien tortura y agrede sin motivo aparente en horario de trabajo pueda de repente mantener una existencia al uso y convertirse en ciudadano ejemplar. Más bien dibujaría a estos terribles personajes dentro de una historia oscura y desquiciada, tal vez como a un peligroso psicópata, el resto de un antiguo y tétrico manicomio.
No puedo imaginar lo que empuja a un hombre mentalmente sano cuando acepta un trabajo de ese tipo, todos hemos de ganarnos la vida, pero hay casos en que fregar letrinas es toda una opción.
Hago constar que utilizo la palabra "psicópata" en su acepción más científica y rigurosa:
"Los psicópatas no pueden empatizar ni sentir remordimientos, por eso interactúan con las demás personas como si fuesen cualquier otro objeto, las utilizan para conseguir sus objetivos, la satisfacción de sus propios intereses"
Sigo intentando comprender.
Pero no es algo sencillo.
¿Qué pensarán mientras golpean a una chiquilla acurrucada contra el suelo? ¿Se obligarán a verla como un terrible enemigo? ¿Se repetirán a sí mismos alguna clase de consigna que nuble su vista y azuce su odio?
Los gritos.
¿Qué harán con los gritos que les suplican parar? ¿Los transformarán en amenazas? ¿Cómo se acalla el lamento de aquél al que se acaba de abandonar en el suelo y malherido?
Y lo más importante.
¿Cuándo parar? ¿Cuál es la la medida justa y necesaria? ¿Cuantas veces se ha de lanzar un golpe de porra antes de buscar una nueva víctima? ¿Dónde está el límite entre "la correcta intervención" y la tortura? ¿Será un parte médico aceptable? ¿Será la frontera la muerte?
¡Un momento!
Ahora lo entiendo... no son personas.
Tras esas viseras semitransparentes no está el rostro de un ser humano.
Son otra cosa...
Conmovedor texto.
ResponderEliminarOtra cosa que me da especial rabia es que me he cansado de escuchar en innumerables medios de desinformación que hubo 37 mossos heridos en lo que ellos llaman falsamente "batalla campal". He visto decenas de vídeos (incluso en sitios como los foros de LaRazon o LibertadDigital) y no he visto ni un solo policia agredido. Recibieron agua y flores, y un pobre hombre mayor que le descolocó un casco a uno. Si de verdad hubieran habido 37... a alguno se le habría visto atendido por lo menos. Es una MENTIRA colosal que a fuerza de repetirla mucha gente (que no ha tenido tiempo de buscar información) se la ha creído.
Ayer en París fueron desalojadas mil personas que pensaban quedarse a acampar. En muy pocos sitios se ha informado sobre eso. Y podríamos seguir y seguir...
Un saludo y un abrazo desde Mallorca.
PD: NO estoy de acuerdo cuando dices crueldad gratuita. No es gratuita, la estamos pagando con nuestros impuestos.
;)
En efecto Roberto, porras que salen de nuestros riñones y que vuelven a ellos con sólo decir hola.
ResponderEliminarPor eso los golpes duelen más.