Érase que se
eran, un viejo, una silla, una terraza, un camarero, y una plaza de Madrid.
El viejo vestía ropas gastadas, siempre con
aquél extraño gorro de lana calado de agujeros... y bajo la descosida visera, los sonrientes ojos
del niño resabiado que finge no saber nada.
Los que hablaban
con él, aseguraban que era un hombre de modales exquisitos, que su voz y sus
gestos eran los de un hombre culto y
educado, por eso nadie dudaba de él cuando afirmaba llevar más de dos años sentado en aquella misma
silla.
Dicen que un
día, con el mal paso del que acaba de recibir un golpe, aquél viejo llego a la
entrada del bar y se derrumbó sobre aquella silla... que el camarero lo vio, y que a pesar de su aspecto, no
tardó en llegar para preguntarle lo que iba a tomar... que entonces el viejo hizo como que lo
pensaba, y que tras un profundo suspiro, pidió unos guisantes con jamón... dicen
que a palo seco.
Al cabo de un
rato, el camarero retiraba el plato vacío, la copa de vino, y unos pocos restos
de pan. El viejo pidió entonces la
cuenta y el camarero respondió “ya voy”.
Y pasó una hora…
Y pasaron dos
horas...
Y pasó la
tarde…
Y del mismo
modo que llegó la comida, llegó la cena… y el camarero sin llevar la cuenta.
Mientras
tanto, no faltaron los que preguntaban al viejo por su insistencia al esperar
aquella cuenta que nunca llegaba, los que le aconsejaban marcharse ante tal
falta de atención. Ninguno de ellos pudo comprender la explicación.
“¿Marcharme
sin pagar yo? ¿Pero por quién me ha tomado? Están hablando con un hombre de
honor, yo no puedo marcharme sin pagar... así que esperaré lo que haga falta… el resto de mi vida si es preciso... aunque
la verdad es que todo esto es realmente extraño”
Al día
siguiente, la escena se repitió paso por paso. Comenzó con el camarero acercándose
a la mesa y preguntando aquello de “¿Qué va a ser?”, continuó con el viejo
pidiendo la cuenta, y terminó como siempre… “Ya voy”
Y así, día tras día, han pasado dos años...
A veces son
macarrones, a veces judías, a veces pollo con patatas, a veces huevos con
arroz y tomate… a veces incluso, cuando hay algo que celebrar, un plato de la carta con su media botella de
vino.
“¿Qué porqué no le llevo la cuenta? Preguntó
el camarero a los que quisieron saber. Pues porque seguro que no me va a pagar…
apuesto el bigote a que ese viejo no lleva un céntimo encima… que uno ya tiene
muchos años en esto y se sabe hasta de que pie cojea cada paloma… “¿Qué por qué
le sirvo entonces? Pues porque si no le sirvo se marchará… y yo me quedaré sin
cobrar la cuenta… y no están los tiempos para perder”
Dicen que el
viejo pasa de cuando en cuando al servicio, que sólo para eso ha abandonado su
silla durante estos dos últimos años, que cuando los camareros recogen la
terraza por la noche sólo dejan fuera esa silla y esa mesa, que el viejo duerme
en otra parte, pero que antes de abrir el bar ya está allí sentado a la espera
de que le pregunten como cada día “¿Qué va a ser?... a la espera de pedir la cuenta... y a la espera de que el camarero le conteste "Ya voy".
Y eso no es lo
más raro que pasa en esa Plaza…
…
Lástima que
este cuento sea imposible… una pena que todo sea verdad… que el camarero se
llame Carlos, que el bar se llame “Los pajaritos”, que la Plaza se llame Santa
Ana, y el viejo Don Marcial.
Maldita
realidad… siempre estropeándolo todo…
Imagen: googleimages
Que precioso y que tierno Pelayo. Y cuantas cosas más tenemos en nuestro alrededor que superan la realidad con esa ternura vital de cada momento....Y nosotros sin enterarnos!!!!
ResponderEliminarA veces tengo la sensación de que hay un planeta debajo de este, muy por debajo de toda esta mierda, de nuestras mezquindades, de nuestra miseria etica, de nuestra suciedad... a veces... sólo a veces, creo escuchar las vocecitas de esa gente que vive allí abajo diciendo:
Eliminar"No seas tan capullo Pelayo, no tiene sentido, al menos... no lo seas todo el día"
Beso