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jueves, 22 de abril de 2010

CRIMEN PERFECTO


Don Onofre ya no recordaba cuántos años llevaba buscando su plan infalible, eso conocido como “el crimen perfecto”. Se había convertido en un viejo mientras lo hacía.Cincuenta años de matrimonio junto a la persona que más odiaba, era algo que ni siquiera un caballero de su temple, podía soportar. Haría incluso más de treinta que se comió la mala conciencia producida por sus anhelos homicidas. No le ayudó precisamente, el que ella le amase tanto. Otra razón para vengarse.Envenenarla, defenestrarla, estrangularla, ahogarla, electrocutarla, decapitarla, quemarla, ahorcarla, apuñalarla, dispararla.

Todo eso y más, había pasado en algún momento por su mente. Pergeñó minuciosas coartadas, estudió los más modernos tratados forenses, ideó las más elaboradas técnicas para terminar con la vida de Doña Margarita, de todo ello hizo la razón de su existencia.

Lamentablemente siempre quedaban pequeños flecos, apenas imperceptibles rastros, pero rastros que al fin y al cabo, podrían llegar a señalarle.Incluso en una ocasión, sólo una, deseó haber nacido plebeyo y no formar parte de una noble estirpe cuajada de héroes y conquistadores. De ese modo sus manos no estarían atadas y podría dar rienda suelta a sus impulsos sin cortapisas, sin temor a mancillar su imagen pública con algo tan vulgar como un asesinato. La cárcel, la ignominia del deshonor, el escándalo... no existía mal mayor para Don Onofre.Por eso era tan importante el no cometer ningún error al acabar con la vida de su odiada esposa, ni siquiera ella debía sospechar de su marido. Por eso la prodigaba el trato más cariñoso, aunque sus entrañas se retorcieran de furia. Por eso simulaba ante todos que seguía tan enamorado como el primer día, aún a sabiendas de que su tiempo se acababa.

Llegó a la conclusión de que necesitaba recomponer filas, diseñar una nueva estrategia, y se puso a ello con otro empeño, uno mucho más sereno... más creativo. Una buena noche, tras muchas en vela, dio con la solución.

A la mañana siguiente, engalanado con su mejor traje, y armado con su bastón más elegante, salió de casa para dirigirse a la gran estación. Compró un billete de primera clase para el primer tren que saliera, no le importaba el destino, tan solo el no despertar sospechas. Mirando a un lado y a otro con aire despreocupado, caminó por el concurrido andén hasta llegar al principio de este y se situó junto a una ruidosa familia de campesinos. Iban cargados de bultos y niños. Los más pequeños correteaban nerviosos entre las piernas de sus padres, en ocasiones se aventuraban un poco más allá, y entre gritos, se dedicaban a saltar o esconderse entre los fardos y maletas.

Don Onofre avanzó con disimulo hasta el niño más próximo a las vías. Escuchó el lejano silbato del tren y respiró hondo. Sin levantar la vista del suelo, intuyó la distancia, la velocidad, el instante en que todas las miradas estarían pendientes de la ruidosa locomotora entrando en la estación. Fue tan exacto en cada una de sus predicciones, que nadie le vio empujar al niño.

El estridente silbato se confundió con el grito de la madre, su hijo estaba tumbado y semiinconsciente en medio de la vía, el tren no podría frenar a tiempo, la muerte llegaba envuelta en humo negro.En ese preciso momento, Don Onofre soltó su bastón y se abrió paso entre un par de indecisos testigos. Con una agilidad impropia de su edad, saltó desde el borde del andén para caer junto al niño, tomarle entre sus brazos, y lanzarlo hacia los brazos del padre.No hubo tiempo para más, sus cálculos eran siempre correctos. Y este, el que más.

La locomotora aplastó al caballero, al elegante traje y a la larga estirpe de conquistadores. Lo redujo todo a una masa sanguinolenta imposible de reconocer. El entierro de Don Onofre fue recordado durante largo tiempo, a él asistió la flor y nata de la ciudad, una legión de subsecretarios, varios embajadores y hasta algún que otro ministro. Mucho antes, apenas dos semanas después que su marido, la amantísima viuda Doña Margarita, moría de pena.


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