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viernes, 27 de marzo de 2015
PRIMER MARTES SIN MONCHO...
Hoy ya puedo decirlo... ya nunca más... y sin embargo... para siempre.
Hay hombres que ven pasar los trenes... sentados en sus bancos de estación... apenas levantan la mirada mientras se fuman el penúltimo pitillo... son hombres pequeños, frágiles, ateridos, en apariencia inmóviles... pero sólo en apariencia... porque si te fijas bien... son ellos, su banco y su estación los que se mueven... los que pasan raudos ante trenes inmóviles... que nunca han ido a ninguna parte.
Aquél día me contó que unos tipos trajeados le habían invitado a comer, que eran un par de "pescadores" del PSOE necesitados de una cara popular que adornara su lista para las elecciones municipales de ese año... me los retrató como retrataba él... de la cabeza a los pies... con un soplido y apenas un gesto. Me dijo que le proponían la solución a todos sus apuros, el fin de la dura vida en los llanos y la entrada en el castillo, tranquilidad y abrigo al otro lado de sus muros, un pequeño reino en el que pasar los restos a cambio de prestarles su imagen de intelectual independiente para avalar la nueva campaña socialista por Madrid.
"Les he mandado a freír espárragos" me vino a decir... y como siempre, antes de que tuviera tiempo de preguntar, él ya contestaba... "Cobran demasiado, mucho más de lo que puedo darles"
Eso era Moncho Alpuente, un hombre que elegía ver pasar los trenes... a pesar del frío... para no dejar de moverse.
Y era más... era generador de amigos... aunque no lo supiera. Era de los que incluso sin querer, ganaba siempre, aunque perdiera. Era de los que arriesgaba... a ciegas, a cojas, a tientas. Era el chollo de los mendigos... la esperanza de los vendedores de mecheros, de llaveros, de imanes para la nevera... el terror de sus enemigos, esos a los que prestaba tan poco tiempo que siempre terminaban muriendo de hambre... era como bien dice su Barbarita, de los que no esperaba más que cosas buenas de los otros, era de esos que escribían su número de móvil en el pantallazo de publicidad... era de los que se acercan al primer sabueso mojado que le diera conversación, aunque terminara mordiendo... era, y esto es lo más grave, de los que se leen cuatrocientos folios mal escritos por un desconocido y cogen el teléfono para animarle a no desistir, para ofrecerle su apoyo y su consejo, para regalar toda la enorme humanidad que cabía en aquél cuerpecillo de piel y hueso... y corazón... sobre todo corazón.
Hace ya mucho de aquella llamada... o poco... apenas doce o trece años... y por el camino... todos los martes, todos los bares, todas las cervezas, toda la ciencia, todos los versos, todo Malasaña, todas las palabras, todas las anécdotas, todos los gritos, todas las guerras y todas las paces, todas las verdades y todas las patrañas... y sobre todo, todas las buenas gentes que me prestó... y que me quedo para siempre.
Tal vez sí... tal vez habría sido mejor decirle todo esto a Moncho a la cara, durante la tertulia de cualquier martes, mientras respiraba, entre caña y caña... pero nunca quise... hablar bien de un hombre bueno con él presente... eso no se le hace a un amigo... y menos, a un hermano de alma.
NOTA:
Y entonces, cuando más creía que Moncho se me había ido... descubro que un buen pedazo de él se queda... en forma de Bárbara... como su padre, de los Alpuente... como mi amigo, de Malasaña.
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