Nunca (creo) me lo he permitido... está muy feo eso de copiar íntegramente un artículo de otro y pegarlo tal cual... pero es que se trata de algo muy importante... se trata de una respuesta... de una de las que, aún sospechando, nunca he sido capaz de explicar con un buen ejemplo.
Así que, voluntariamente, y plenamente consciente del pecado cometido, reniego de mí mismo... a cambio ofrezco, para los que no la tengan, la respuesta a una de las preguntas más trascendentes de nuestra historia.
En aquella España atrasada y hambrienta donde la mitad de la población habitaba en cuevas y chiscones de escalera, donde la cultura y la educación eran privilegios de los que podían pagarla, donde el 90% de las tierras pertenecían a un escaso 3% de la población, donde la justicia solo alcanzaba a los pobres, donde el 50% de las madres tenían que prostituirse en algún momento para dar de comer a sus hijos... en aquella España digo... ¿a qué obedeció la terrible violencia que se desató en 1936 contra todo lo que se pareciera a un patrono... contra todo aquél que simplemente vistiera traje y sombrero?
He aquí la respuesta.
"Es una oportunidad, le dijo su padre, una oportunidad, insistió
su madre, una oportunidad, concluyó ella misma.
Hace seis años, Isabel trabajaba en una tienda de ropa de una gran
cadena, en un centro comercial del Puerto de Santa María. Aquel trabajo se le
daba tan bien, y le gustaba tanto, que compensaba con creces los 90 kilómetros,
casi dos horas en cuatro trayectos de ida y vuelta entre Rota y El Puerto, que
tenía que hacer a diario. Entonces, un buen día, empezó a oír hablar de la
crisis como de un animal mitológico, un país lejano, una tormenta que apenas se
insinuaba en el inmaculado horizonte de un cielo azul y veraniego. ¿Qué pasó
después? Todavía no es capaz de explicárselo. Todavía no ha cumplido 30 años y
ya lleva cinco en el paro.
Durante cinco años, el paro ha sido para Isabel un desierto plano e
infinito, sin forma y sin relieve, un paisaje absolutamente estéril donde, por
no haber, ni siquiera subsiste el espinoso esqueleto de algún matorral seco.
Nada por delante, nada a los lados, nada por arriba y nada por abajo, nada. Y
no será porque no lo haya intentado. Todos los supermercados, todas las
oficinas, todas las tiendas y hasta las farolas de su pueblo, han dispuesto
muchas veces de su nombre y su teléfono. Lo demás, que está dispuesta a hacer
cualquier cosa, lo que sea, se sobreentiende. Por eso, cuando la llamaron de un
hotel de Costa Ballena para ofrecerle una plaza de animadora, ni siquiera se
paró a pensar que nunca había hecho nada parecido, que no tenía experiencia
para entretener a un montón de niños.
Era una oportunidad, así que se arregló,
respiró hondo, le pidió prestado el coche a su padre y se fue a hacer la
entrevista. Cuando entró en aquella oficina, seguía creyendo que estaba
dispuesta a todo. Aún no sabía lo que significaba exactamente esa palabra.
Isabel es joven, atractiva, tiene buena presencia, una voz agradable,
así que todo fue sobre ruedas hasta que llegó el momento de pactar las
condiciones económicas del trabajo. Después, durante un rato, tampoco pasó
nada, porque necesitó algún tiempo para procesar lo que estaba escuchando, y
sumar, y restar, y comprender al fin qué clase de oportunidad le habían puesto
entre las manos.
–Ya, pero me has dicho que conduces y tienes coche.–Pero… Si entro a
las nueve y media, y salgo a las nueve y media –recapituló en voz alta–, no
puedo venir en autobús porque no me encajan los horarios.
–Sí, eso sí, pero… Claro, son doce horas…
–Once –su interlocutor seguía impertérrito, una sonrisa tan firme como
si se la hubieran tatuado encima de los labios–, porque tienes una para comer.
–Claro –volvió a repetir ella–, pero en una hora, entre ir y volver… No
me merece la pena comer en Rota, así que tendría que tomarme aquí un bocadillo.
–Claro –el hombre sentado al otro lado de la mesa pronunció aquella
palabra por tercera vez–, o lo que quieras. Podrías traértelo de casa, porque
el empleo no incluye la comida.
–Claro –y nada estuvo nunca tan oscuro–. Pero entre lo que me gasto en
gasolina, en comida… –antes de llegar a una conclusión definitiva pensó que
todavía le quedaba un clavo al que agarrarse–. ¿Y la Seguridad Social?
–Una hora… ¿Qué?
–Te aseguramos una hora por cada día trabajado.
Isabel recapituló para sí misma. La oportunidad que le estaban
ofreciendo consistía en trabajar 11 horas diarias, sin transporte y sin comida,
por 350 euros al mes y una cotización 10 veces inferior a la que le
correspondería. No se lo podía creer, pero todavía le quedaba una pregunta.
–Perdone, pero… ¿Esto es legal?
Su interlocutor se recostó en la butaca y se echó a reír.
–Por supuesto que sí. ¿Qué te creías?
(Esta es una historia real. Isabel existe, y la oferta de empleo que no
aceptó, porque trabajar 11 horas diarias casi le habría costado dinero, existe
también. Costa Ballena está en la provincia de Cádiz, a un paso de Sanlúcar de Barrameda,
que mira a Doñana desde la otra orilla del río Guadalquivir.
Para llegar a la ermita del Rocío desde allí, sólo hay que atravesar el Coto, y
por eso tengo el gusto de dedicarle este artículo a doña Fátima Báñez,
devota rociera, autora de la reforma laboral en vigor y ministra de Trabajo del
Gobierno de España)."