La venda antes que la herida...
“Hay personas para las que es más fácil imaginar el fin de toda la vida en la Tierra, que un mucho más modesto cambio radical en el capitalismo... hay personas que prefieren morir antes que cambiar sólo una parte de eso que les mata... de hecho lo hacen.”
(Salavoj Zizek... y yo)
Existen múltiples y ancestrales tradiciones en España... costumbres tan arraigadas que ya apenas notamos su presencia... supersticiones con rango de verdad grabada en piedra... todas tan absurdas como perniciosas... y todas basadas en la fe.
Una de ellas consiste en
dar por supuesto que a pesar de todo lo sabido (y lo está por saberse), nuestros gobiernos, entendidos como imperfectos instrumentos de la política, han velado hasta ahora y a pesar de sus defectos, por la seguridad y el bienestar de los ciudadanos.
De esa pintoresca y absurda creencia manan otras varias, incluso más parbularias, incluso más peligrosas, incluso más extendidas, como la de asumir que sobre este país arrasado por la corrupción institucional y la degradación política, desciende a cada poco un ángel purificador cargado de decencia y democracia... con el simple gesto de colocar una urna electoral en una mesa.
Otra no menos curiosa y muy de moda... la de entender que Mariano Rajoy es "españolista" pues ama y protege lo español... y que por contra Artur Mas es "catalanista" al proteger y amparar lo catalán... que sus disputas corresponden al legitimo combate entre partes enfrentadas por intereses opuestos... que sus intenciones, aunque encontradas, no buscan otra cosa que la prosperidad de sus gobernados. (No sé si viene a cuento... pero creo que contra Franco se pensaba mejor...)
Pero de entre todas nuestras raras costumbres destaca una, quizá la menos nombrada, pero la más virulenta, la que nos mata, la que nos clava al suelo para impedirnos dar un solo paso en la dirección correcta... querer comprender los acontecimientos de ayer con datos de hoy. Únicamente hay algo más estúpido (solo un poco) que intentar recorrer el pasado con el plano del presente... y es intentar vivir el presente con el plano del del pasado... error inducido desde hace siglos en lo más profundo de nuestra mente colectiva, grabado a fuego lento tras dar por bueno aquel insistente resabio del hombre, el animal, la piedra y las dos veces.
Repetido mil veces no suena mejor... pero así y todo lo intentamos casi a diario y dejamos que la costumbre hable por nuestra boca:
"Cuando Felipe González ganó por mayoría absoluta aquellas elecciones del 82 yo le voté, y me equivoqué, creo que nos equivocamos todos"
Equivocados estamos ahora. Votar a Felipe González no fue un error... el error fue no librarse de él una vez votado... el error fue entregar a un desconocido las llaves de nuestras vidas y acto seguido dar media vuelta y desentendernos de toda responsabilidad... el error (que hoy pagamos como se pagan las deudas de verdad) fue no querer ver más allá de las dos versiones que nos ofrecían de aquél González... o el mesías que nos guiaría hacia a la tierra socialista y prometida... o el testaferro de la social democracia europea, la CIA y la gran banca alemana, el elegido para perpetuar el poder de los amos... por otros medios.
Pocos pensaron en otra cosa que no fuera denostar al personaje o convertirle en un ídolo sagrado... pocos pensaron en utilizarle como trampolín y no como sofá... colchón regalado donde dormir una confortable siesta de décadas, o donde clavar la navaja hasta la empuñadura.
Hagamos memoria... en aquél tiempo Felipe González era simplemente Felipe, el cambio, la esperanza, eso que todos esperábamos con ansia. Hoy González se muestra como el detrito infecto que la historia y su cobardía han hecho de él... hoy, como todas las maldiciones, la nuestra se repite... para bailar con nuestra sombra... e insistimos en aplicar a Pablo Iglesias el mismo procedimiento... le adoramos sin apenas rozar su urna, o le condenamos por sus pecados (que los tiene y no son pocos) a morir abrasado en el infierno de nuestro descontento. No volvamos a las andadas... tomemos a Pablo y alcémonos sobre sus espaldas... antes de que se convierta (o le convirtamos) en Iglesias.
Deberíamos más bien, si lo que pretendemos es algo más que sobrevivir, desaprender
casi todo lo anterior y aprender nuevas (en realidad viejas) sabidurías...
hemos de ser capaces de distinguir entre el hombre adecuado para gobernar y el indicado para ganar una elecciones... porque nunca son el mismo. Tenemos que convertir el acto de votar en el más insignificante de la vida política, descolgarlo de la pared y poner en su lugar el día a día de quien anónimamente regala su tiempo y energía en pos del bien común...
en favor de la verdadera política.
¿Qué otra cosa que no fuera encumbrar a Felipe González podía hacerse en aquellos días? ¿Qué otra opción real había de aplacar el sufrimiento de aquella renegrida España sometida por completo al fascismo, al abuso de poder, a la impunidad, a la tortura y al asesinato legalizado?
¿Qué otra cosa que no sea votar a Podemos va a suponer al menos la posibilidad de frenar el saqueo económico y social al que la troika y sus siervos nos someten a diario? ¿Qué otra cosa podemos hacer que no sea apartar la vista y contener el aliento ante la papeleta de un Pablo Iglesias que cada vez se parece más a otros y menos a sí mismo?
Como en el 82, el error no será votar a Podemos, sino esperar que por arte de magia el sistema renuncie a meter sus dedos entre la soberbia, el egoísmo, la envidia, y la perdida de contacto con la realidad que todo grupo de poder emana con apenas rozar una moqueta.
Como en el 82, fallaremos estrepitosamente si tras la noche electoral no buscamos a esas personas (las hay a docenas) que hoy, ocultas por la magnificencia del protohéroe victorioso, han de ser las encargadas de dar vida a las promesas y los programas... esos hombres que diseñan sistemas educativos cercanos siquiera a la cordura... esas mujeres que idean los planes sanitarios enemigos de la muerte... esas personas que gestionan dineros y recursos como si no fueran sociópatas...
Si conseguimos librarnos de nosotros mismos, al menos en parte, puede que aún logremos invertir esa política tabernaria que nos hace aborrecer o idolatrar a quien simplemente es una pieza... una herramienta con la que intentar cambiar el mundo... una muleta, un bastón que una vez gastado, dejaremos a un lado para poder caminar... por nosotros mismos... al fin.
"Entre el nacido para asaltar el poder... entre el nacido para ejercer el poder... entre el nacido para describir al poder... en esas andamos... anhelando inútilmente que por una vez... los tres sean la misma persona. Porque ninguna sabiduría alcanza tanto... nadie más sabio para alcanzar el poder, que el más necio al administrarlo... nadie más necio para alcanzarlo que el más sabio al ejercerlo"
(Pelayo 3.14.16)
(Será el amor lo que nos separe)