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jueves, 29 de abril de 2010

PERDER LA CABEZA

-Ya está otra vez con lo mismo. Esa dichosa manía que ha cogido tu padre le va a hacer perder la cabeza. Parecía que se había olvidado, pero no, ya está otra vez con la misma monserga de siempre.
-No le hagas caso mujer, tú dale la razón, síguele la corriente y ya verás como se olvida del asunto.
-¡Darle la razón! Eso es lo que llevamos haciendo desde hace meses y no veo que la cosa mejore. Cada vez se pone más y más pesado, no deja de repetir que si no tenemos respeto por sus...
-¡Que te estoy oyendo bruja! Que aunque la cabeza me falle a veces, el oído lo tengo mejor que vosotros. Bueno... el oído y el corazón, todo hay que decirlo. El vuestro es de piedra, de la piedra más dura que pueda haber, no me explico si no como podéis negarme lo que os llevo pidiendo desde hace más de un año. A mí, que todo os lo he dado, a mí, que os ayudé cuando más lo necesitabais, a mí, que soy el único abuelo que les queda a vuestros hijos, a mí que...
-¡Ya está bien Ambrosio! ¡Yo creo que ya está bien! No sé cuantas veces vamos a tener que explicarle que no puede ser, que eso que usted quiere es una tontería sin sentido. ¡Díselo tú Manuel, díselo tú que eres su hijo! Pero díselo como hay que decir estas cosas y no con media lengua, porque como no le hagas entrar en razón, a mí me va a dar algo. ¡Te digo yo que un día me va a dar algo!
-Bueno mujer, no grites tanto, que tampoco hay que ponerse así...
-¿Cómo que no es para ponerse así? Demasiada paciencia estoy teniendo con todo eso de la ventana. Mira Manuel, ya no sé quien tiene más culpa de estos nervios que tengo, si tu padre o tú. Si es que entre los dos me vais a matar a disgustos.
-Vamos, vamos, que no es para tanto. He encargado una pantalla de fluorescentes y un pequeño acondicionador de aire que me ha recomendado el de la tienda de abajo. Con eso bastará para que la habitación tenga tanta luz y tanta ventilación como si hubiera una ventana.
-Pero hijo, ¿es tan difícil de entender? Sabes de sobra que con la miseria de pensión que cobro no me lo puedo permitir. Si tuviera algo de dinero, yo mismo la habría encargado hacer hace mucho, y no una ventana cualquiera, un señor balcón de tres por cuatro, con su barandilla y todo... No necesito chismes eléctricos ni gaitas por el estilo, lo que necesito es una jodida ventana. Nada más que eso. Y si no puede ser de las grandes, pues una pequeña, con eso me conformaría. Seguramente os costaría mucho menos que todos esos cacharros que dices y harías de tu padre el hombre más feliz de la tierra ¿Es mucho pedir? ¿Vas a negarme este último regalo a mí, a tu padre?
-Mira papá, lo hemos hablado un montón de veces. Sabes de sobra que si pudiéramos...
-Esa bruja te tiene sorbido el seso, siempre lo he dicho, desde antes que os casarais. Y además me odia, no sé por qué, pero me odia con toda su alma.
-No digas eso papá, ella tiene su genio y tú tienes el tuyo. Aquí nadie odia a nadie, lo que ocurre es que estás obcecado con este asunto de la ventana y no quieres recapacitar. Mañana nos vamos con los niños quince días a la playa, te he dicho cien veces que te vengas con nosotros y no ha habido manera de convencerte. Estoy seguro de que el cambio de aires te habría sentado de maravilla. A la vuelta lo verías todo con otros ojos. Pero no, tu prefieres quedarte aquí encerrado, criando toda esa mala leche y esa cabezonería sin sentido, dándole mil vueltas a lo tu ventana, tu ventana, tu ventana...
-Déjalo hijo, déjalo. No volverás a oírme decir nada más de la ventana, es más, con tal de no molestaros, he decidido no decir una sola palabra de aquí a que me muera. Así ya no discutiréis por mi culpa. Vete a la playa, olvída lo mi ventana, olvídate de mí y no te molestes en llamar, voy a dejar el teléfono descolgado. Y ahora, te agradecería que cogieras a tu mujer y os marcharais de mi casa. Dejadme solo, necesito pensar en todo esto.
-Va papá, no me vengas con esas, tu sabes que haría cualquier cosa por hacerte feliz, pero es que lo de la ventana es...
-Vete a la mierda hijo mío.


Dos semanas después, en otra parte de la ciudad...


-¡Maria! Me voy al trabajo, te dejo en la mesilla el dinero de la compra de mañana.
-¿Pero como? ¿Hoy tampoco vienes a dormir? Creía que lo teníamos más que hablado. Te dijo el médico que presentaras la baja a tu jefe, que no estás en condiciones de trabajar y menos de hacer turno doble.
-Es que no han podido encontrar quien me substituya, hay dos compañeros de baja por la dichosa gripe. Pero seguro que a la semana que viene todo está arreglado y no habrá mayor problema...
-No sé qué me duele más. Que te engañes a ti mismo, o que me intentes engañar a mí. Anoche lo hablamos y me dijiste que hoy mismo...
-Claro que lo hablamos cariño, claro que lo hicimos, pero es que no me acordé de lo de las bajas de los compañeros. No puedo dejar a mi jefe en la estacada, ya sabes que no puedo.
-¡La que no puede más soy yo Mateo! El psiquiatra nos dijo que deberías dejar de trabajar, o buscarte otra cosa, que tu obsesión puede terminar muy mal...
-Yo ya no tengo ninguna obsesión María, he ido a todas las sesiones de terapia, me tomo las pastillas cada día, y empiezo a dormir algo mejor. Puede que no me creas, pero siento que poco a poco me estoy curando. No hay por qué tomárselo tan a la tremenda.
-Estás peor Mateo, te enredas en tus propias mentiras, y no puedes darte cuenta porque estás enfermo, demasiado enfermo como para ver lo que te estás haciendo.
-No empieces con eso otra vez cariño. Piensa en lo bien que nos viene el dinero de los turnos extra. Tu y yo sabemos que en cualquier otro trabajo no ganaría ni la mitad de...
-¿Y eso de que nos va a servir cuando pierdas la cabeza? ¿Cuándo tengan que ingresarte en uno de esos sitios horribles? ¡Dímelo Mateo! ¡Dime qué será de nosotros entonces!
-Estas exagerando...
-¿Exagerando? ¿Exageran también tus compañeros? ¡Mírame a los ojos y dime que exageran todos los demás conductores cuando me dicen que sigues obsesionado con esa locura tuya! ¡Contéstame Mateo! Júrame que ya no buscas a esa gente que vive bajo los túneles del metro, esos que según tú, llevan siglos excavando una inmensa red de galerías que un día de estos usarán para invadirnos. Todos los de tu turno me lo han advertido. Incluso tu propio jefe está al tanto de todo. Quiere darte la baja definitiva, pero el psiquiatra le recomienda que espere un poco más, cree que sería mejor que tú mismo la pidieras, que supondría un primer paso para curarte...
-Ya veo que estás al corriente de todo. Creí que podría confiar en ellos después de tantos años en la empresa. Mira que les pedí... que les supliqué un poco más de tiempo antes de contarte nada. Pero no lo entienden, ninguno de vosotros me entendéis María. Sois incapaces de comprender el peligro que corremos... ellos están a punto de llegar desde allí abajo... no tardarán mucho más... ya lo veréis, aunque tal vez sea demasiado tarde... pero no dudes que lo veréis. Presiento que esta misma noche...
-¿Pero tu te oyes Mateo? ¿Te escuchas a ti mismo? ¿No te das cuenta de lo mal que estás? ¡Mateo! ¡No te marches Mateo! ¡Vuelve Mateo! Por lo que más quieras... no me dejes así... vuelve... vuelve...


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Mateo no volvió, ya no volvería nunca. María lo supo nada más verle al día siguiente. Encerrado en aquella sórdida celda acolchada del psiquiátrico, atado de pies y manos con gruesas correas al somier de una cama, con la mirada vacía y los ojos cargados de locura, presa de un intenso delirio y gritando con la voz rota que ya estaban aquí, que había visto al primero de los invasores del submundo asomándose a uno de los túneles de la línea cinco.
De la ventana de Ambrosio y del propio Ambrosio tuvieron noticia su hijo y su nuera al leer los periódicos. Un hombre de setenta y dos años había excavado un túnel en la pared del sótano donde vivía, esta se encontraba muy próxima al trazado de cierta línea de metro, y al asomarse al otro lado, el tren que en ese momento pasaba, le había decapitado produciéndole una muerte instantánea.

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