Algo faltaba. Una sección que en toda publicación de bien no ha de faltar.
El mundo del motor, un buen título, concreto y descriptivo.
Y para inaugurar esta sección me ha venido al pelo la noticia de que El Gobierno reduce la velocidad máxima en autovías y autopistas a 110 kilómetros por hora.
Hay que ver como nos cuidan... y nosotros tan ariscos y desagradecidos, poniendo mala cara por todo.
"Si todo es por vuestro bien" les imagino diciendo en el telediario, "si es que vais como locos", "tenéis que ir más despacio", "ya sabeis que las prisas no son buenas".
Y nosotros, que somos tan bien mandados, obedeceremos a tan buen consejo, como siempre lo hemos hecho.
Así que manos a la obra, a echar el freno cuanto sea posible, y si nos quedamos parados, tampoco pasa nada, menos gastamos.
Ayer, mientras esperaba una cola interminable en el banco me entretuve en contemplar la calle a través de los cristales. Un coche se quedaba clavado en medio del semáforo, era un coche viejo. Qué pocos coches viejos se ven ya...
En cuestión de segundos, todos los que iban detrás pitaron impacientes para que se apartara.
Un señor bajito y esmirriado salió del coche, quitándose las gafas de miópe con una mano y suplicando perdón con la otra.
El coro destemplado no cedió a las súplicas y continuó el estridente concierto, con la añadidura de algún que otro puño saliendo por las ventanillas.
El señor bajito intentaba empujar su coche, con una mano en el volante y las piernas temblando por el esfuerzo, avanzando palmo a palmo por una Puerta del Sol abarrotada de gente.
Cuando al fin logró dejar el camino libre estaba ya tan agotado que seguramente no escuchó los improperios de los impacientes conductores que pasaban raudos a su lado.
Y allí quedó esperando, tan sólo y tan acompañado, sin chaqueta y con un pañuelo entre la frente y la mano.
Yo juro haber visto escenas parecidas no hace mucho, cuando casi todos los coches eran viejos. Pero entonces, siempre ocurría un milagro. Desde cualquier parte, un desconocido tras otro llegaban a la carrera, y sin presentarse siquiera, empezaban a empujar, así sin más. Recuerdo incluso que algo tan simple resultaba divertido, aquello se convertía en una especie de apuesta sobre quién era el último en abandonar su puesto una vez el coche había arrancado.
Hoy todos los coches son nuevos, ya no se paran, tal vez por eso había olvidado algo tan hermoso. Es lógico, los fabrican a conciencia, para que ni uno sólo de ellos tenga un defecto que cause un accidente, con generosos velocímetros que alcanzan tres veces la velocidad máxima permitida.
Hoy los coches son nuevos... por eso no se paran.
Será que los hombres son muy viejos... por eso no se ponen en marcha.
Imagen: toonpool
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