No no lo tienen... ni ellos ni nadie, porque en el derecho a decidir implica el derecho a poseer, mediante precepto divino, el suelo que se pisa, y por tanto a desposeer al resto,
Puede que sea normal eso de apropiarse de lo que es de todos en un país como este, donde nuestros viejos descubridores hacían suyos continentes enteros por el mero hecho de plantar su bota en la orilla de una playa... donde hasta hace poco el concepto de lo público entraba como un guante en lo susceptible de ser robado sin apenas reproche (a veces con admiración)... donde de la noche a la mañana la Santa Iglesia Católica Romana se apropia de cuantas propiedades inmobiliarias se le antoja con la sola firma de un obispo que haga las veces de notario... donde todo robo, por estrafalario y escandaloso que sea, pasa tarde o temprano al saco de nuestra complacencia.
Tal vez sea por eso, por esa minusvalía ética que arrastramos desde hace siglos por lo que la mayoría acepta tan buen grado y con total comprensión, ese perverso delirio que conduce a saberse propietario (que no precario inquilino) de un pedazo de tierra... tal vez por eso incorporamos al mundo de los cuerdos la peligrosa locura que induce a trazar líneas en el suelo (cuando no muros o zanjas) y llamarlas fronteras.
Vivimos en un mundo hecho añicos, dividido en cientos de países, cierto es que nada de esto es nuevo, que tamaña necedad forma parte del macabro catálogo de entretenimientos de nuestra especie desde que caminamos sobre dos patas, y que hoy en día seguimos enganchados a las rayas... pero visto el resultado y comprobados más que ampliamente los males a los que dichos juegos conducen, de estúpidos sería profundizar en la costumbre.
Muy pocos parecen darse cuenta de la perversidad que encierra el pretendido derecho a una autodeterminación que determina quién es dueño de la tierra. Casi nadie parece percatarse de la íntima y oscura relación que existe entre ese posesivo concepto y el "extranjero vete a tu puta tierra" que un cabezarapada profiere a un inmigrante... y es que ambas cosas descansan sobre un mismo pilar... la obtusa certeza de saber quién es dueño y quién no... de juzgar quién es digno de tal título y quién no... de saberse por tanto mejor... en lo alto de la roca mientras se otea las fronteras del imperio. Resulta estremecedor observar como de repente, personas sensatas e informadas creen a pies juntillas que por designio divino, no sólo son herederos del suelo que pisan, sino que gracias al mismo milagro, este deja de pertenecer a los demás... príncipes beneficiarios de la lluvia, de los ríos, hasta del aire que respiran... santos custodios de todo cuanto se halle en ese lado de la marca que sin existir, todos juran ver (sin que importe su posición en el arco ideológico)
Por no querer saber quienes somos hemos llegado a un punto en el que la derecha en general se siente antes vasca, catalana o española que diestra... con el agravante de que a la izquierda vasca y catalana le pasa lo mismo... de ahí que todo nacionalista esté plenamente convencido de que el resto del país somos sólo españoles, que todo cuanto argumentemos en contra de su delirio nacional no es más que una defensa del nuestro.
Y entre delirio y delirio, clamamos estos días contra el asesinato en masa que supone la muerte de cientos de miles de inmigrantes que huyen del infierno con la esperanza de encontrar pedazos de esperanza al otro lado del Mediterráneo... dicen que los mata el mar, las mafias que los trasladan, el hambre y el agotamiento... pero todo es mentira... les matan las fronteras y quienes las defienden... quienes las trazan.
La broma ya dura demasiado...
El 15 de noviembre de 1918 Alfonso XIII escribe al lider de la Lliga Catalana, Francesc Cambó:
"El ejército alemán está en plena derrota, los socialistas han tomado el poder en Berlín, en Viena la tropa insubordinada hace causa común con los obreros y los presos liberados, la Suiza alemana está sublevada... Yo temo que venga un estallido revolucionario en Cataluña, que los obreros se unan a los soldados... no veo otra manera de salvar situación tan difícil que satisfacer de golpe las aspiraciones de Cataluña, para que los catalanes dejen de sentirse en este momento revolucionarios y mantengan su adhesión a la monarquía... hay que dar la autonomía a Cataluña inmediatamente... es preciso que usted vaya a Barcelona en seguida para provocar un movimiento que distraiga a las masas de cualquier propósito revolucionario..."
("Soberanos e intervenidos", Joan E. Garcés, Editorial SigloXXI)
Dice un viejo proverbio vasco: "País pequeño, infierno grande" (Herri txikiak infernu handiak)
Y nada se equivoca, pues en el caso de Cataluña, ni siquiera es la independencia territorial lo que se busca, sino el estruendo mediático que acalle la protesta social, y en último caso, la impunidad que traería consigo, la mejor tabla rasa sobre la que apuntalar un infierno que comienza a tambalearse. La verdadera independencia solo es una... es la independencia de la injusticia social, de la pobreza, del miedo, de la ignorancia, de la desigualdad, de la corrupción, de la política cominera, de la irresponsabilidad, de los prejuicios... no puede haber otra tarea para el ser humano honesto... y una vez conseguido, tras haber construido por primera vez en la historia de la humanidad una generación de hombres y mujeres verdaderamente libres... que cada cual, ya libre de cadenas, monstruos y mentiras, trace su propio destino.
"Cuando de España las trabas de Ayacucho rompimos, otra cosa no hicimos que cambiar mocos por babas. Nuestras provincias, esclavas quedaron de otra nación, mudamos de condición pero sólo fue pasando, del poder de don Fernando al poder de don Simón, de su mano caminando, bajo el pie de la pérfida Albión."
(José Joaquín de Larriva)
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