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martes, 5 de enero de 2016
LOS REYES SON LAS ABUELAS
Cuando mi amigo Óscar Sánchez Vadillo las rebautizó como "Las Pilares de la tierra"... bien sabía lo que hacía.
Pasarán los años, las décadas, tal vez el siglo, y cometeremos (como tantas otras veces) la injusticia de olvidar a los que realmente nos sacaron del atolladero... llegarán los tiempos de bonanza (previos a un nuevo gran hostión) y levantaremos la frente orgullosos de nosotros mismos para autoseñalarnos como salvadores de lo poco o mucho que pudo ser salvado. Generalizaremos sin la menor intención de ser justos y repartiremos méritos y sacrificios hasta el extremo de hacerlos desaparecer en diminutas partes. Ya lo hemos hecho antes.
Pero esta vez no... esta vez no voy a consentir que se vayan sin lo suyo... sin el total y más rendido agradecimiento de uno de sus mayores beneficiados.
Estamos a tiempo... observemoslas en los parques, a eso de las cinco de la tarde, a las puertas de los colegios, en todo lugar donde sean necesarias, ante toda nevera que amenace con implosionar por vacío. Han sido ellas, las abuelas, las madres que rondan los setenta, las que no tienen tiempo para el achaque ni la plácida vejez, las que siempre han puesto una solución sobre la mesa del comedor cuando papá y mamá parecían definitivamente triturados por este crimen que todavía hoy tenemos los santos cojones de llamar crisis.
No es tarde todavía... sentémonos a su lado en el banco, hablemos con ellas... dejemos que nos cuenten de su infancia plagada de sabañones, de su juventud de misa y costurero, de cuando abortaban sobre la mesa sucia de una cocina, de como las robaban a los hijos en los hospitales, de cuando no podían ni abrir una cuenta corriente sin el permiso de su marido, de cuando eran esa mitad de la humanidad esclava de la otra mitad.
Ni el erial del que provienen ha podido con ellas, ni los malos tratos a que han sido sometidas, ni las humillaciones, ni las necesidades, ni los peores recuerdos de épocas negras les han servido de amarga excusa para hacerse a un lado y esconderse tras su mísera pensión... justo lo contrario... el sufrimiento y la injusticia parecen haber hecho de ellas seres indestructibles por naturaleza, seres benéficos por excelencia.
Recordad estas palabras cuando las encontréis entre los columpios, con un plátano a medio pelar entre las manos y persiguiendo al díscolo nieto... recordad estas palabras también cuando el fin de mes apriete antes de mediados y los zapatos rotos del pequeño se transformen como por arte de magia en otros nuevos recién comprados... recordadlas al pie de la cama y del cañón... recordadlas encerradas en la cocina... recordadlas en todo trance llegando a tiempo, como la sangre a la herida... recordadlas así, y cuando las veáis sed justos, recibidlas con un sonoro aplauso (vítores incluidos)... que son Las Reinas Magas de toda época... que nadie más recibe tan poco por dar tanto.
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Dios es una abuela, también, y no un matemático o un Señor de la Guerra, como todavía se sigue pensando. Por eso no puede evitar nada de lo que sus nietos hacen cuando se hacen mayores y salen de casa, pero para su descanso tiene preparado un paraíso con olor a puchero, butacones que absorben el culo y la lectura eterna por las tardes de Los Papeles Póstumos del Club Pickwick...
ResponderEliminarGracias, Rey.
El Antipático.
Solo ha sido justicia...
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